Nos
reunimos este miércoles, como cada semana, para dirigir nuestra oración a Dios
nuestro Padre. Pero hoy nuestra oración tiene un tono distinto. Es una oración
llena de luz, de alegría, de ilusión renovada hacia un futuro esperanzador.
¡Cristo ha resucitado!
El
Papa Francisco, en la homilía de la Vigilia Pascual nos decía:
“A
menudo estamos cansados, defraudados, tristes; sentimos el peso de nuestros pecados,
creemos que no podemos seguir. No nos encerremos en nosotros mismos, no
perdamos la confianza, no nos resignemos nunca: no hay situaciones que Dios no
pueda cambiar; no hay pecado que no pueda perdonar si nos abrimos a él.
Cristo
ha resucitado. Y ya nada puede ser igual que antes, no solo en nuestra vida,
sino en nuestra historia de la
humanidad. ¡Jesús no es un muerto, ha resucitado, es Aquel que vive! No se ha
limitado a volver a la vida, sino que es la vida misma, porque es el Hijo de
Dios, que es Aquel que vive. Jesús ya no está en el pasado, sino que vive en el
presente y está lanzado hacia el futuro.
Aceptemos,
pues, que Jesús resucitado entre en nuestra vida; acojámoslo como amigo, con
confianza: ¡él es la vida! Si hasta ahora hemos estado alejado de él, demos un
pequeño paso: nos recibirá con los brazos abiertos. Si somos indiferentes,
aceptemos el riesgo: no quedaremos defraudados. Si nos parece difícil seguirlo,
no tengamos miedo; encomendémonos a él, tengamos la seguridad de que está cerca
de nosotros, de que está con nosotros y nos dará la paz que buscamos y la
fuerza para vivir como él quiere.
Pidamos
que el Señor nos haga partícipes de su resurrección: que nos abra a su novedad
que transforma, a las sorpresas de Dios, tan hermosas; que haga de nosotros
hombres y mujeres capaces de hacer memoria de lo que él realiza en nuestra
historia personal y en la del mundo; que nos dé la capacidad de percibirlo como
el que vive, vivo y activo entre nosotros; que nos enseñe cada día a no buscar
entre los muertos al que vive.
Recibe, Señor, nuestros
miedos y transfórmalos en confianza.
Recibe, Señor, nuestro
sufrimiento y transfórmalo en crecimiento.
Recibe, Señor, nuestro
silencio y transfórmalo en adoración.
Recibe, Señor, nuestras
crisis y transfórmalas en madurez.
Recibe, Señor, nuestras
lágrimas y transfórmalas en plegaria.
Recibe, Señor, nuestra
ira y transfórmala en intimidad.
Recibe, Señor, nuestro
desánimo y transfórmalo en fe.
Recibe, Señor, nuestra
soledad y transfórmala en contemplación.
Recibe, Señor, nuestras
amarguras y transfórmalas en paz del alma.
Recibe, Señor, nuestra
espera y transfórmala en esperanza.
Recibe, Señor, nuestra
muerte y transfórmala en resurrección.
Y
con la ilusión de este Cristo resucitado, el alma se nos llena de gozo y nos
vienen ganas de unirnos al salmista…
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.
El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad:
tocad la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas
aclamad al Rey y Señor.
Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos, aclamen los montes
al Señor, que llega para regir la tierra.
Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud.
Esta semana, el franciscano y también cardenal,
monseñor Carlos Amigo nos ha dicho que “comenzamos un nuevo tiempo, ya que la
crisis nos ha zarandeado y nos ha hecho ver lo que es importante y lo que no y
ante esta nueva época, es necesario que seamos auténticos y que no tengamos
miedo al futuro, ya que Jesucristo ha prometido que estará con nosotros y es
valiente, ya que donde hay necesidad allí está él y allí debemos estar
nosotros, junto a los que tienen más necesidad, transmitiéndoles a ellos y a los
jóvenes con los que trabajamos cada día que un futuro mejor está por venir y
que merece la pena seguir luchando por un mundo mejor, porque… ¡Cristo ha
resucitado! ¡Aleluya! ¡Aleluya!.