miércoles, 27 de noviembre de 2013

El año litúrgico concluye con la solemnidad de Cristo Rey. La liturgia nos dice así, gráficamente, que al final Dios, el Bien, la Verdad, la Justicia y la Vida triunfarán sobre las aparentemente invencibles e insuperables fuerzas del mal, la mentira, la injusticia y la muerte. En realidad, dice mucho más: que Cristo ya ha vencido, que ya es Rey del Universo, y que esa victoria, pese a todas las apariencias, está ya operando en la historia. Esto es lo que dice la liturgia y la Iglesia que la celebra al concluir el año. Pero no es difícil encontrar objeciones contra lo que la Iglesia dice con su liturgia, y también contra el modo de decirlo. Empecemos por esto último.

¿Por qué para proclamar la victoria final de Cristo hay que usar el título de rey? ¿No significa eso asimilarse a los usos de este mundo, a los deseos de un poder que se impone sobre los demás, pues donde hay victoria tiene que haber derrotados, y donde hay reyes hay por necesidad súbditos, siervos?

En realidad, usar el título de rey, pese a las reminiscencias políticas que parece tener, no carece de sentido. A diferencia de los otros títulos políticos que se pueden evocar (presidente, primer ministro), el de rey habla de un poder que no se tiene por delegación, sino por derecho propio, por causa de la propia ascendencia. Y si, como es probable, se objeta que hoy precisamente nadie o casi nadie cree en un poder así, pues incluso las monarquías que quedan requieren del consenso popular para su legitimación, se podrá responder que así es, y que, hablando con propiedad, sólo Cristo es rey por derecho propio y no por delegación, pues es el primogénito de toda criatura, imagen del Dios invisible, el hijo del Eterno Padre. Si, pese a todo, la imagen monárquica sigue produciendo rechazo en algunos, conviene meditar lo que nos dice hoy la palabra de Dios para comprender que aquí se trata de un reinado muy peculiar, en el que la formalidad del símil sirve más para marcar las diferencias que para establecer paralelismos. Más que de asimilación habría que hablar de contraste y oposición.

Lucas lo ha expresado admirablemente en el texto evangélico que hemos leído, dibujando un escenario perfecto de entronización, en el que no falta detalle. El pueblo contempla la escena desde una cierta distancia; cerca del trono en el que se sienta el rey están, rodeándole, las autoridades civiles y militares, que son las únicas que pueden dirigirse a él directamente; aunque entre ellos destacan los consejeros más próximos que le hablan de tú a tú, sin intermediarios ni protocolo. Este escenario formal, dibujado por Lucas con toda intención, se llena de un contenido que poco o nada tiene que ver con alegato alguno a favor de la monarquía o de cualquier otro sistema político. Aquí la analogía usada funciona por contraste, pues se trata de algo completamente distinto. El pueblo que contempla de lejos no aclama, sino que primero ha exigido la ejecución de Jesús (cf. Lc 23, 18), aunque, como indica el mismo Lucas, después se duele de lo que ha visto (“se volvieron golpeándose el pecho”). Las “autoridades civiles y militares”, son los altos magistrados judíos y los soldados romanos, que insultan a Jesús, tentándole, igual que el diablo en el desierto (“si eres hijo de Dios…”), para que use el poder en beneficio propio. Los consejeros más próximos son criminales, uno de los cuales también apostrofa al Rey escarneciéndolo. El rey del que hablamos tiene por trono la cruz, instrumento de tortura y ejecución para los criminales y los esclavos. Incluso el letrero en escritura griega, latina y hebrea, anunciando “éste es el rey de los judíos”, no deja de estar cargado de ironía, que denigra no sólo al supuesto rey en su extraño trono, sino también (ahí los romanos no perdieron la oportunidad) al pueblo que tiene un rey así. La Iglesia y la liturgia, al decirnos que Jesús es Rey y que ha vencido, nos presentan una imagen de esta realeza y su victoria que no puede dar lugar a equívocos o asimilaciones.
Si ser proclamado rey significa ser enaltecido y elevado, es claro que la “elevación” de Jesús es de un género completamente distinto. En el evangelio de Juan se habla de “elevación” y “glorificación” para referirse a la cruz. En Lucas no se habla, pero se “ve” lo mismo. Si la exaltación significa ponerse por encima de los demás, en Jesús significa, al contrario, abajarse, humillarse, tomar la condición de esclavo (cf Flp 2, 7-8). Aquí entendemos plenamente las palabras de los israelitas a David cuando le proponen que sea su rey: “somos de tu carne”. Jesús no es un rey que se pone por encima, sino que se hace igual, asume nuestra misma carne y sangre, nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Por eso mismo, lejos de imponerse y someter a los demás con fuerza y poder, él mismo se somete, se ofrece, se entrega. Y ahora podemos comprender un nuevo rasgo original y exclusivo de la realeza de Cristo: pese a ser el único rey por derecho propio, es, al mismo tiempo, el más democrático, porque Jesús es rey sólo para aquellos que lo quieren aceptar como tal. De nuevo en la primera lectura comprendemos que el sentido pleno de la elección libre del rey David por parte de los israelitas se da sólo en Cristo. De hecho, a lo largo de la pasión de este extraño rey, tal como la narra Lucas, van apareciendo personajes que lo eligen y aceptan pese a su terrible destino o precisamente por él: de entre el pueblo, las mujeres que se dolían y lamentaban por él (cf. Lc 23,  26) y otras que con sus conocidos se mantienen cerca de la Cruz (cf. 23, 49); de entre las “autoridades civiles y militares”, José de Arimatea, que reclama el cadáver, y el centurión romano que confiesa la justicia de Jesús y glorifica a Dios (cf. 34, 47. 50-53). Por fin, también uno de los “consejeros más próximos”, el buen ladrón, que expone su causa al tiempo que reconoce el Reino que los ojos simplemente humanos son incapaces de ver (cf. Lc 23, 40-43).

Todos los que aceptan a Jesús como Rey y creen en su victoria sin escandalizarse del trono de la cruz no se hacen súbditos ni siervos, sino que, al contrario, adquieren la plena libertad. Porque la victoria de Cristo no es sobre nadie, no hay aquí derrotados y sometidos, sino que es la victoria (en su propio cuerpo, en su carne, la misma que la nuestra, no lo olvidemos) sobre el pecado y la muerte y, por eso, a favor de todos. Siendo rey por derecho propio (el primogénito de toda criatura), Jesús ha conquistado una realeza que, gracias a ser de su misma carne, nos alcanza a todos: es el primogénito de entre los muertos. Y esta es la carta de ciudadanía y libertad que adquirimos cuando libremente aceptamos a este rey: la redención, el perdón de los pecados, la reconciliación con Dios y con todos los seres.

En realidad, al aceptar a este extraño rey victorioso sobre el trono de la cruz, además de en ciudadanos del Reino, nos convertimos nosotros mismos en reyes. Pero, claro, reyes como este rey aceptado y confesado: reyes que se abajan para servir, que se ofrecen por el bien de los demás, que se entregan sin imponerse, pues lo que están dispuestos a entregar es, como Jesús, la propia vida. Podemos hacerlo de muchas maneras: como las mujeres de Jerusalén que se apiadan del que sufre, o como las otras que lo seguían desde Galilea y están con él en las duras y en las maduras, o como José de Arimatea o el centurión, que confiesan sin temor al ambiente hostil y peligroso; o como el buen ladrón, que se engancha al Reino en el último momento… Pero lo importante es que al hacerlo, nosotros mismos, todos, cada uno según su circunstancia biográfica y su particular vocación, nos convertimos en reyes porque nos hacemos imágenes visibles de ese rey que a su vez es imagen del Dios invisible. Y como la más profunda verdad del hombre es ser imagen de Dios, por este camino llegamos a ser plenamente lo que somos.

El Reino del que habla Jesús, del que él mismo es el rey, no es de este mundo, pero no es ajeno a este mundo. En la respuesta a la petición del buen ladrón Jesús no hace como los burócratas de reinos y repúblicas, que remandan la petición “ad calendas graecas”, sino que cursa la solicitud inmediatamente: “hoy” estarás conmigo. Ese “hoy” quiere decir que el Reino de Dios, el reinado de Cristo, ya ha empezado, precisamente en la Cruz. Y nosotros, que oramos cada día para que ese Reino venga a nosotros, podemos estar en él ya, hoy; a veces junto a la cruz (pues esa es la llave de entrada), pero siempre en la esperanza de gozar después, plenamente reconciliados, en el hoy eterno de Dios.

Salmo
Sol y luna,
bendecid al Señor.

Astros del cielo,
bendecid al Señor.

Lluvia y rocío,
bendecid al Señor.

Vientos todos,
bendecid al Señor.

Fuego y calor,
bendecid al Señor.

Fríos y heladas,
bendecid al Señor. 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (21,12-19):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.»


ORACIÓN

Oh Dios, Padre nuestro:
Creemos que tus planes para nosotros
son de paz y valor, y no de miedo o temor.
Guarda nuestros ojos abiertos a los signos
de la constante venida de Jesucristo tu Hijo.
Ayúdanos a comprometernos sin descanso
a hacer crecer tu reino entre nosotros,
llevando a cabo tus planes de paz y amor
y de todo lo que convierte a nuestro mundo
más en mundo tuyo según el reino.
Y que todo esto abra el camino para llegar a tu eterna morada.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. 

Terminamos la oración de la mañana con una oración dedicada a la Virgen María de la Medalla Milagrosa que nos cuenta que un día como hoy se apareció a Sor Catalina pidiéndola que acuñara una medalla donde en sus dos caras se complementan el mensaje esencial del Misterio de la salvación.


VIRGEN MARÍA DE LA MEDALLA MILAGROSA   
Oh María, sin pecado concebida, vedme postrado a vuestras plantas, lleno de confianza. 
Ese vuestro rostro purísimo, esa amable sonrisa de vuestros labios, esas manos cargadas de celestiales bendiciones, esa actitud amorosa que habéis adoptado para recibir a los que vienen a Vos, esos ojos fijos en la tierra para observar nuestras necesidades y venir en nuestro auxilio, todo, todo me inspira amor, confianza y completa seguridad. Y como si esto fuera poco para alejar de nosotros toda duda habéis empeñado solemnemente vuestra palabra en favor de los que lleven la Santa Medalla, diciendo a vuestra sierva, Sor Catalina Labouré: "Cuantos llevaren esta Medalla, alcanzarán especial protección de la Madre de Dios."
Madre mía amantísima: Vos sabéis que la llevo sobre mi pecho, que la beso con amor y que os invoco con frecuencia. Realizad, pues, en mí vuestras promesas; venid en mi auxilio, cubridme con vuestra protección, para que Jesús se apiade de mi pobre alma y merezca conseguir por vuestro medio la gracia, que pretendo con este triduo a vuestra Santa Medalla.

Oh María, sin pecado concebida; rogad por nosotros que recurrimos a Vos.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

X Nuestro Padre San Francisco lo tenía claro, tenemos que vivir el Evangelio “sin glosa”, es decir, el retorno radical a la historia de Jesús que había quedado velada y borrada en infinidad de normas, costumbres y riquezas. No se trata de interpretar la Palabra, sino de escucharla.
Escuchar la Palabra es saber prepararle el terreno. Es el lugar donde cae la semilla, el factor que determina su rendimiento o no.Cuando oremos, no vayamos directamente a la Palabra, Solemos estar tremendamente dispersos. Hemos de volver a conquistar vista, oído, cuerpo, imaginación…

Escuchar la Palabra es reconocer que emite en una onda que sólo con la ayuda del Espíritu seremos capaces de captar. Antes de leer la Palabra pidamos su Luz, para no leerla ni escucharla al estilo de otras lecturas, Para no acercarnos a ella con sentidos críticos, de sabios… Para intentar descubrir en ella la voluntad del Señor sobre nosotros. Antes de leerla, pues, "¡Ven, Espíritu de Dios, sobre mí!"

Escuchar la Palabra es saber dónde se encuentra escrita. No basta con que sepamos que está en la Escritura. Debemos saber localizarla, escogerla de acuerdo con nuestras circunstancias. Dios habló a los hombres en circunstancias concretas. Y hoy también lo hace. Cuanto mejor conozcamos la Palabra, mejor oraremos y ayudaremos a orar.

Escuchar lo Palabra es saber leerla. Cada lector debe darse cuenta de que es una especie de sembrador, Y cada semilla hay que depositarla en la tierra de la forma y en la cantidad precisa. Por eso, al leer, debemos cuidar de hacerlo despacio y ajustándonos en el tono de voz al tipo de texto que leemos.

Escuchar la Palabra es saber acogerla. La Palabra, como la simiente, es como un niño que precisa todos los cuidados para que se arraigue en la vida y crezca,
Propongo un método sencillo:
◊ Una vez escuchada, repitamos trozos de esa palabra en nuestro interior.
◊ Pasémosla después a nuestro corazón, intentando sintonizar con los sentimientos que tuvo, por ejemplo, Cristo, en el momento de pronunciarla.
◊ Deja que esa Palabra recorra todos los rincones de tu vivir, sobre todo los más resecos.
◊ Esa misma Palabra que Dios nos ha dicho, devolvámosela a El. Entablemos conversación amistosa con El a propósito de ella.
◊ Hasta llegar, si es posible, a un momento de contemplación en que tan sólo le miremos nos sintamos mirados, en que nos quedemos amándole.

Pero, por encima de métodos, escuchar la Palabra es ponernos en las manos del Padre para convertirnos en instrumentos de su voluntad. Y así lo supo plasmar de una forma muy bonita el Hermano Carlos de Foucauld (Fucol), fundador de los Hermanitos de Jesús, en su “Oración del abandono”:

Padre,
me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea, te doy gracias.
Estoy dispuesto a todo;
lo acepto todo
con tal de que tu voluntad
se cumpla en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo ninguna otra cosa, Padre.
Te ofrezco mi vida.
Te la doy con todo el amor
de que soy capaz.
Porque te amo
y necesito darme:
ponerme en tus manos,
sin medida,
con una infinita confianza.
Porque Tú eres mi Padre.
Amén.

X Pero lo más importante de todo, es que esta actitud ante la Palabra nos lleve a alabar a Dios nuestra Padre, al igual que nos lo propuso el propio San Francisco para cada hora del día:
Santo, santo, santo el Señor Dios todopoderoso,
que es, que era y que vendrá.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.


Digno es el Señor Dios nuestro de recibir
la alabanza, la gloria, el honor y la bendición.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.


Digno es el cordero degollado de recibir la fuerza y la divinidad
y la sabiduría y la fortaleza y el honor y la gloria y la bendición.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.


Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.


Obras del Señor, bendecid al Señor.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.


Decid las alabanzas a nuestro Dios todos sus siervos
y los que teméis a Dios, pequeños y grandes.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.


Lo alaben glorioso el cielo y la tierra
y todas las criaturas que existe en el cielo,
en la tierra y bajo la tierra y el mar y cuanto contiene.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.


Como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Vamos a empezar este momento de oración con unas palabras del Papa Francisco:
“No llores por lo que perdiste, lucha por lo que te queda. No llores por lo que ha muerto, lucha por lo que ha nacido en ti. No llores por quien se ha marchado, lucha por quien está contigo. No llores por quien te odia, lucha por quien te quiere. No llores por tu pasado , lucha por tu presente. No llores por tu sufrimiento, lucha por tu felicidad ....
con las cosas que a uno le suceden vamos aprendiendo que nada es imposible de solucionar, solo sigue adelante”

Salmo 82(81),3-4.6-7.
Denle el favor al débil y al huérfano,
hagan justicia al que sufre y al pobre;
si los ven tan débiles e indigentes,
sálvenlos de la mano de los impíos».

Había dicho: «Ustedes serán dioses,
serán todos hijos del Altísimo».
Pero ahora como hombres morirán
y como seres de carne caerán».

Evangelio según San Lucas 17,11-19.   
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.
Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia
y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!".
Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta
y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?
¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?".
Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".

Oración introductoria
Señor, aumenta mi fe para que pueda alcanzar la salvación. Ten compasión y permite que esta oración me ayude a vivir este día con humildad, con esperanza y alegría, sirviendo a todos, especialmente a los que tengo más cerca.

Petición
Señor, dame la gracia de saber agradecerte todos los dones que me das.

Meditación del Papa Francisco
Jesús nos dice que, o se sigue el Reino de Dios o a las riquezas y a las preocupaciones mundanas. En el Bautismo somos elegidos en el amor, por Él, tenemos un Padre que nos puso en camino. Y así, el futuro también es alegre, porque caminamos hacia una promesa. El Señor es fiel, Él no defrauda, y por lo tanto estamos llamados a hacer lo que podemos, sin decepción, sin olvidar que tenemos un Padre en el pasado que nos ha elegido. Las riquezas y las preocupaciones, advirtió, son las dos cosas que nos hacen olvidar nuestro pasado, que nos hacen vivir como si no tuviéramos un Padre. Olvidar el pasado, no aceptar el presente, desfigurar el futuro: esto es lo que hacen las riquezas y las preocupaciones. El Señor nos dice: ´¡Pero, no te preocupes! Busquen el Reino de Dios y su justicia, todo lo demás vendrá´. Pidamos al Señor la gracia de no equivocarnos con las preocupaciones, con la idolatría de la riqueza y siempre tener memoria de que tenemos un Padre que nos ha elegido, recordar que este Padre nos promete algo bueno, que es caminar hacia aquella promesa y tener el valor de tomar el presente como viene. ¡Pidamos esta gracia al Señor! (cf S.S. Francisco, 22 de junio de 2013).

Reflexión

¡Cuánto se agradece cuando una persona se detiene en la carretera para ayudarnos cuando nuestro coche se ha averiado! "Jamás me había visto antes, sabía que muy probablemente no nos volveríamos a encontrar para que yo le agradeciera este favor... y sin embargo, tuvo el detalle de detenerse para hacerlo." Parece obligado que ante este hecho, brote del corazón la gratitud.

Pero suele suceder que las personas que saben agradecer las cosas grandes, son las que también lo hacen ante pequeños detalles, que podrían pasar inadvertidos. A quien le cede el paso en medio del tráfico, al que sabe sonreír en el trabajo los lunes por la mañana, a la persona que atiende en la farmacia o en el banco... Son felices porque les sobran motivos para decir esa palabra que para otros es extraña y humillante.

Quien la pronuncia con sinceridad, al mismo tiempo llena de alegría a los demás, y crea "el círculo virtuoso" de la gratitud, en el que cada uno cumple su deber con mayor gusto y perfección.

Y si estas personas agradecen a los hombres los pequeños favores y detalles, ¡cuánto más a Dios que es quien a través de canales tan variados nos hace llegar todo lo bueno que hay en nuestra vida! ¡Gracias!

Es frecuente que nos olvidemos de dar gracias a Dios por los beneficios recibidos. Somos prontos para pedir y tardos para agradecer.

A veces las cosas nos parecen tan naturales que no se nos ocurre ageradecerlas a Dios:

Darle gracias por las maravillas de la naturaleza: del aire que es gratis para todo el mundo. Del agua: ese tesoro de la naturaleza.

Dar gracias a Dios por las maravillas del cuerpo humano. De tener ojos: esas maravillosas máquinas fotográficas. De tener oídos: esa maravilla de la técnica. Supongamos que fuéramos ciegos o mudos.

Dar gracias Dios por la familia en la que hemos nacido. Quizás tengamos problemas, pero si miramos para atrás veremos tragedias espantosas.

Dar gracias Dios por nuestra Patria. Las hay mejores, pero también las hay mucho peores. Supongamos que hubiéramos nacido en Etiopía o en Somalia: donde tantos mueren de hambre.

Pero sobre todo darle gracias por la fe. Es el mayor tesoro que podemos tener en la Tierra.

Y la principal petición es en ella morir. Tener la suerte inmensa de una santa muerte.

Diálogo con Cristo

Señor, permite que sepa reconocer los muchos dones que me has dado, utilizarlos bien y darte gracias por ellos. Tú no necesitas mi agradecimiento, soy yo quien necesita reconocer que, sin tu gracia, nada puedo y de nada me sirven los dones terrenales que pueda tener.

"TIEMPOS DE CRISIS"

En los evangelios se recogen algunos textos de carácter apocalíptico en los que no es fácil diferenciar el mensaje que puede ser atribuido a Jesús y las preocupaciones de las primeras comunidades cristianas, envueltas en situaciones trágicas mientras esperan con angustia y en medio de persecuciones el final de los tiempos.

Según el relato de Lucas, los tiempos difíciles no han de ser tiempos de lamentos y desaliento. No es tampoco la hora de la resignación o la huida. La idea de Jesús es otra. Precisamente en tiempos de crisis “tendréis ocasión de dar testimonio”. Es entonces cuando se nos ofrece la mejor ocasión de dar testimonio de nuestra adhesión a Jesús y a su proyecto.

Llevamos ya cinco años sufriendo una crisis que está golpeando duramente a muchos. Lo sucedido en este tiempo nos permite conocer ya con realismo el daño social y el sufrimiento que está generando. ¿No ha llegado el momento de plantearnos cómo estamos reaccionando?

Tal vez, lo primero es revisar nuestra actitud de fondo: ¿Nos hemos posicionado de manera responsable, despertando en nosotros un sentido básico de solidaridad, o estamos viviendo de espaldas a todo lo que puede turbar nuestra tranquilidad? ¿Qué hacemos desde nuestros grupos y comunidades cristianas? ¿Nos hemos marcado una línea de actuación generosa, o vivimos celebrando nuestra fe al margen de lo que está sucediendo?

La crisis está abriendo una fractura social  injusta entre quienes podemos vivir sin miedo al futuro y aquellos que están quedando excluidos de la sociedad y privados de una salida digna. ¿No sentimos la llamada a introducir algunos “recortes” en nuestra vida para poder vivir los próximos años de manera más sobria y solidaria?

Poco a poco, vamos conociendo más de cerca a quienes se van quedando más indefensos y sin recursos (familias sin ingreso alguno, parados de larga duración, inmigrantes enfermos...) ¿Nos preocupamos de abrir los ojos para ver si podemos comprometernos en aliviar la situación de algunos? ¿Podemos pensar en alguna iniciativa realista desde las comunidades cristianas?

No hemos de olvidar que la crisis no solo crea empobrecimiento material. Genera, además, inseguridad, miedo, impotencia y experiencia de fracaso. Rompe proyectos, hunde familias, destruye la esperanza.  ¿No hemos de recuperar la importancia de la ayuda entre familiares, el apoyo entre vecinos, la acogida y el acompañamiento desde la comunidad cristiana...? Pocas cosas pueden ser más nobles en estos momentos que el aprender a cuidarnos mutuamente."

Terminamos la oración de la mañana con unas Palabras del Papa Francisco:

“Es muy hermoso rezar, alzar la mirada hacia el cielo, dirigir la mirada a nuestro corazón y saber que tenemos un padre bueno que es Dios”

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Un año más se acerca la celebración de la virgen de la Almudena, esta vez bajo el lema “María, señal de Esperanza cierta y de consuelo”, cientos de jóvenes, incluidos nuestros chicos de confirmación se reunirán el viernes  por la noche en un momento de oración compartida. El lema de este año es una expresión que procede de un texto luminoso del Concilio Vaticano II, al final de la constitución sobre la Iglesia: “La Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo”.
Recientemente el Papa Francisco recordaba que “María siempre está con nosotros. Sostiene a los cristianos en el combate contra las fuerzas del mal… Donde está la cruz para nosotros los cristianos hay esperanza. Si no hay esperanza, no somos cristianos. Por eso me gusta decir: no os dejéis robar la esperanza”. Por este motivo nuestra oración de hoy debe ser un canto a la esperanza, sobre todo en estos momentos en los que tantas familias sufren las diversas crisis en nuestra sociedad: crisis humanas, morales y espirituales, crisis económicas: ¡no nos dejemos robar la esperanza! Pienso especialmente en tantas personas y familias en paro, en tantos matrimonios jóvenes que no pueden criar dignamente a sus hijos, en tantas mujeres que sufren maltrato y marginación.

Escuchemos pues la siguiente historia...
  
Lucas era el tipo de persona que te encantaría ser. Siempre estaba de buen humor y siempre tenía algo positivo que decir. Cuando alguien le preguntaba cómo le iba, el respondía:
  
    - "Si pudiera estar mejor, tendría un gemelo".
  
Era el dueño de un restaurante y era único porque tenía varias camareras que lo habían seguido de restaurante en restaurante, en todos los que había abierto. La razón por la que las camareras seguían a Lucas era por su actitud. El era un motivador natural: Si un empleado tenía un mal día, Lucas estaba ahí para decirle al empleado como ver el lado positivo de la situación.
  
Ver este estilo realmente me causó curiosidad, así que un día fui a buscar a Lucas y le pregunte:
  
No lo entiendo... no es posible ser una persona positiva todo el tiempo ¿Cómo lo haces?..  Lucas respondió:
  
"Cada mañana me despierto y me digo a mi mismo, Lucas, tienes dos opciones hoy: Puedes escoger estar de buen humor o puedes escoger estar de mal humor. Escojo estar de buen humor".
  
"Cada vez que sucede algo malo, puedo escoger entre ser una víctima o aprender de ello. Escojo aprender de ello".
  
"Cada vez que alguien viene a mi para quejarse, puedo aceptar su queja o puedo señalarle el lado positivo de la vida. Escojo el lado positivo de la vida".
  
    - Si, claro, pero no es tan fácil, proteste.
  
    - "Si lo es", dijo Lucas. "Todo en la vida es acerca de elecciones.
Cuando quitas todo lo demás, cada situación es una elección".
  
"Tú eliges como reaccionas ante cada situación, tú eliges como la gente afectará tu estado de ánimo, tú eliges estar de buen humor o mal humor". "En resumen, TU ELIGES COMO VIVIR LA VIDA".
  
Reflexioné en lo que Lucas me dijo...
  
Poco tiempo después, deje la industria de la restauración para iniciar mi propio negocio en otro campo. Perdimos contacto, pero con frecuencia pensaba en Lucas, cuando tenía que hacer una elección en la vida en vez de reaccionar contra ella.
  
Varios años más tarde, me enteré de que Lucas hizo algo que nunca debe  hacerse en un negocio de restaurante, dejo la puerta de atrás abierta  y una mañana fue asaltado por tres ladrones armados. Mientras trataba de abrir la caja fuerte, su mano temblando por el nerviosismo, resbaló la combinación. Los asaltantes sintieron pánico y le dispararon. Con mucha suerte, Lucas fue encontrado relativamente pronto y llevado de emergencia a una Clínica.
Después de ocho horas de cirugía y semanas de terapia intensiva, Lucas fue dado de alta, aún con fragmentos de bala en su cuerpo. Me encontré con Lucas seis meses después del accidente y cuando le pregunte como estaba, me respondió:
  
 - "Si pudiera estar mejor, tendría un gemelo".
  
Le pregunté qué pasó por su mente en el momento del asalto. Contesto:
  
- Lo primero que vino a mi mente fue que debí haber cerrado con llave la puerta de atrás. Cuando estaba tirado en el piso, recordé que tenía dos opciones: Podía elegir vivir o podía elegir morir. Elegí vivir".

- ¿No sentiste miedo? le pregunte. Lucas continuo:
  
- "Los médicos fueron geniales. No dejaban de decirme que iba a estar bien. Pero cuando me llevaron al quirófano y vi las expresiones en las caras de los médicos y enfermeras, realmente me asuste. Podía leer en sus ojos: Es hombre muerto. Supe entonces que debía tomar una decisión.
 - ¿Qué hiciste?, pregunte.
  
 - "Bueno, uno de los médicos me pregunto si era alérgico a algo y respirando profundo grite:  Si, a las balas - Mientras reían, les dije: estoy escogiendo vivir, opérenme como si estuviera  vivo, no muerto".
  
Lucas vivió por la maestría de los médicos, pero sobre todo por su asombrosa actitud. Aprendió que cada día tenemos la elección de vivir plenamente, la ACTITUD, al final, lo es todo.

Pero en muchas ocasiones nos resulta muy difícil mantener esta actitud, por tanto nos dirigimos a María nuestra Madre para que nos ayude.

María de Nazaret madre de nuestro Señor, compañera de nuestras marchas, ven a visitarnos, quédate con nosotros.
Te necesitamos, madre buena, vivimos tiempos difíciles, atravesamos bajones, tenemos caídas, nos agarra la flojera y nos inmoviliza la apatía, nos da rabia la solidez de la injusticia.
María, virgen de la Esperanza. Contágianos tu fuerza, acércanos el Espíritu que llena tu vida. Ayúdanos a vivir con alegría, a pesar de las pruebas y las cruces que encontramos en el seguimiento de tu hijo. Que no nos desaliente la lentitud de los cambios, que las espinas de la vida no nos ahoguen la semilla del Evangelio. Que no perdamos la utopía, madre buena, de creer que es posible otro mundo y otra sociedad. Que no bajemos los brazos en la lucha por la justicia y en la práctica de la solidaridad. Que no se enturbie nuestra mirada, al punto que no veamos la luz del Señor que nos acompaña siempre, que camina a nuestro lado, que nos sostiene en los momentos duros.

Igual que nosotros nos acercamos a María como fuente de esperanza cierta, Francisco de Asís, en uno de los momentos más importantes de su vida, se dirigió a la imagen del  Cristo de San Damián con estas mismas palabras, en busca de esa certeza. Por este motivo, todos juntos recitamos la oración de Francisco

Oh alto y gloriosos Dios,
Ilumina las tinieblas de mi corazón,
Dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta
Sentido y conocimiento Señor,
Para seguir tu santo y veraz mandamiento.