miércoles, 18 de diciembre de 2013

ORACIÓN PARA LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO

Estamos ya en la tercera semana de Adviento: aumenta nuestra alegría y nuestro jubilo por la venida del Señor Jesús, que está cada vez más cerca de nosotros.

Vamos a encender la tercera vela de nuestra corona de Adviento. El Señor está más cerca de nosotros y nos ilumina cada vez más. Abramos nuestro corazón, que muchas veces está en tinieblas, a la luz admirable de su amor.

I
Invocación al Espíritu

Espíritu Santo, tú que sembraste la esperanza en el corazón de María de Nazaret y alumbraste en su seno al Salvador del mundo, abre nuestro corazón al gozo de la escucha de tu Palabra y haz que acojamos, con esperanza y amor, al Señor que viene a hacer nuevas todas las cosas. Amén.


LECTIO Lectura del Evangelio según san Mateo 11, 2-11

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿0 qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo?
Los que visten con lujo habitan en los palacios.
Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti”. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».


Las señas de identidad del Mesías según Juan el Bautista se presentan con estas tres imágenes: el hacha, el bieldo y el fuego, son metáforas convergentes, no sólo porque apuntan a la misma persona, al Mesías, sino porque todas ellas anotan una característica que define a quien él anuncia: aquel día será el del juicio de Dios, que recae como castigo sobre los pecadores; de esa catástrofe sólo escaparán los justos. Dios aparece como justiciero, que venga los agravios que se le han hecho, salvo que los hombres se conviertan.

La actuación pública de Jesús no parece responder a las expectativas de Juan Bautista. Éste espera al Mesías-juez que, de forma inmediata, aplique el castigo merecido. Eso explica que Juan quiera saber si Jesús es el Mesías. A pesar de sus cadenas se acerca: quiere conocer, profundizar en la persona, en lo que dice y hace. Jesús remite a sus obras con citas de Isaías que hablan de salvar y dar buenas noticias. Las obras son signos visibles de la mesianidad de Jesús.

Jesús se manifiesta con unas obras entre los excluidos y con la buena nueva a los “pobres”. Y envía quienes son testigos a dar la noticia, “a anunciar”, esta experiencia: “lo que estáis viendo y oyendo”.

El cumplimiento de las profecías que se dan en este relato es sorprendente. Porque quien las cumple es un pobre, Jesús. Un pobre misericordioso-solidario con los pobres. Y esto sucede en un mundo en el que muchos esperaban un Mesías guerrero que se impusiera por la fuerza. Por esto hace falta la pregunta: “¿eres tú?”.
Así, cuando llegue Jesús como Mesías no optará por una justicia estricta que castigue a los malos, sino por un ofrecimiento generoso de misericordia a todos los pecadores. Cuando Jesús los ve, se le conmueven las entrañas, se pone en movimiento, y pone gracia donde hay desgracia, misericordia donde hay miseria.

Cuando se marchó la embajada del Bautista, Jesús habla de Juan. Primero dice lo que no es: no es un oportunista que está “al sol que más calienta”; ni un rico cortesano. Es un profeta y, por tanto, un hombre honesto, austero, apasionado por el reinado de Dios; incluso “más que un profeta” por ser el precursor de la llegada de Dios mismo.

“No ha nacido de mujer uno más grande que Juan” contrasta con “el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él”. Lo nuevo supera todo lo anterior. Los que han entrado en el reino a través del seguimiento de Jesús son más que él. El reinado de Dios, que hace presente Jesús, supera al Antiguo Testamento. “La misericordia es una de las formas como Dios hace justicia”.

¿En qué hago consistir concretamente la misericordia, la acogida, el amor y el perdón hacia los demás? ¿Soy más llevado/a a pedir a pedir justicia que a ofrecerla? Entre las obras que Jesús enumera como signo de su identidad para los discípulos y para el mismo Juan está la de curar. ¿La curación que yo le pido a Dios es solamente la física? ¿Hay alguna actitud en mí que necesite ser curada? ¿Cuál?

¿Me desconciertan las obras de Jesús? ¿Qué espero de Él? ¿Digo perder la fe cuando no recibo una respuesta pronta a mis peticiones?
Juan Bautista preparó el camino del Señor. ¿Cómo estamos preparando este año su venida a nivel personal, familiar y comunitario?

ORATIO:

Tened paciencia, hermanos,
hasta el advenimiento del Señor.
En la esperanza del fruto de la tierra,
el labrador espera pacientemente,
las lluvias y el sereno sobre los cultivos.
Tened también vosotros paciencia;
fortaleced vuestros corazones.
Porque la venida del Señor está cerca.

Señor, tú estás cerca. No tengo por qué inquietarme.
Todas nuestras necesidades están ante Ti.
¡Oh Dios! Tú las conoces bien.
Las pongo ante Ti, en mi plegaria,
y desde ya te doy gracias.
Tu paz sobre nosotros supera todo conocimiento.
Custodia nuestros corazones y nuestros pensamientos,
en Cristo Jesús, el Señor.
Señor, crea en nosotros un corazón puro.
Para que esté ante Ti sin temor.

Señor Jesús, te damos gracias por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas...

REFLEXIÓN FRANCISCANA

La esperanza cristiana es distinta a todas las otras porque ofrece la unión con Dios a través de Jesucristo. El Papa nos dice en su encíclica Spe Salvi: “Nosotros necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas–, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es «realmente» vida”.

Para San Francisco esto fue una gran realidad, para él la gran esperanza solo era Dios, pues casi al final de su vida en la en la oración que compuso después de la experiencia de la impresión de las llagas, “las alabanzas al Dios Altísimo” por dos veces le dice a Dios “Tú eres nuestra esperanza”, es la culminación profunda de aquella oración del principio de su conversión… “Dame esperanza cierta”, Dios es para él esa esperanza cierta, que nada ni nadie ya le podrá arrebatar….

Oremos para terminar como San Francisco hizo delante del Cristo que encontró entre las reunías de san Damián:

¡Oh alto y glorioso Dios!,
ilumina las tinieblas de mi corazón
Y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para seguir tu santo y veraz mandamiento 

miércoles, 11 de diciembre de 2013

El Adviento es el período de preparación para celebrar la Navidad y comienza cuatro domingos antes de esta fiesta. Además se encuentra en el comienzo del Año Litúrgico católico. Este año 2013, comenzó el domingo 1 de diciembre y el último domingo de Adviento será el 22 de diciembre.

¡ÁLEGRATE! EL SEÑOR ESTÁ CONTIGO

Hoy vamos a disfrutar de un encuentro precioso y lo vamos a hacer con un fragmento bellísimo y lleno de contenido. Las palabras sobran. Hoy es encuentro, observar, silencio, escuchar...Todo aquí es grande, todo misterio, y la figura principal es María y todo ocurre en un país, una ciudad y en una casa pequeñísima. Dios con su amor queriendo habitar en el hombre, envía a la Tierra un ángel llamado Gabriel, a Nazaret ( Galilea), provincia despreciada por los habitantes de Jerusalem. Todo ocurre en una casa pequeña, sencilla.... Nos adentramos en esa casita y observamos y escuchamos todo  lo que ocurre allí.

Evangelio: Lucas 1,26-38
"Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo"
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo." Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin." Y María dijo al ángel: "¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?" El ángel le contestó: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible." María contestó: "Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra." Y la dejó el ángel.

REFLEXIÓN SOBRE EL EVANGELIO

María, la Virgen de la esperanza
Adviento, es en el año litúrgico, el tiempo mariano por excelencia. Así lo expresó con toda autoridad Pablo VI en la Marialis Cultus, nn. 3-4.
El Adviento ha recuperado de lleno la figura de la Virgen María con una serie de elementos marianos de la liturgia, que podemos sintetizar de la siguiente manera:
Desde los primeros días del Adviento hay elementos que recuerdan la espera y la acogida del misterio de Cristo por parte de la Virgen de Nazaret.
La solemnidad de la Inmaculada Concepción se celebra como "preparación radical a la venida del Salvador y feliz principio de la Iglesia sin mancha ni arruga ("Marialis Cultus 3).
En las fiestas del 17 al 24 el protagonismo litúrgico de la Virgen es muy característico en las lecturas bíblicas, en el tercer prefacio de Adviento que recuerda la espera de la Madre, en algunas oraciones, todos uniendo el misterio de Navidad en un semejanza entre María y la Iglesia en la obra del Espíritu Santo.
Algunos de los títulos de María en Adviento:
Es la "llena de gracia", la "bendita entre las mujeres", la "Virgen", la     "Esposa de Jesús", la "sierva del Señor".
Es la mujer nueva, la nueva Eva que restablece y recapitula en el designio de Dios por la obediencia de la fe el misterio de la salvación.
Es la Hija de Sion, la que representa el Antiguo y el Nuevo Israel.
Es la Virgen fecunda. Es la Virgen de la escucha y de la acogida.
El Adviento es también  tiempo de la Iglesia misionera y peregrina
La liturgia del adviento sitúa a la Iglesia en un tiempo de espera, de esperanza, de oración por la salvación universal.
El Adviento es un tiempo real para la Iglesia, que se expresa en situaciones concretas, como las siguientes:
La Iglesia ora por una venida de Cristo para todos los pueblos de la tierra que todavía no han conocido al Mesías o no lo reconocen aún como único Salvador y Señor.

La Iglesia recupera en el Adviento su misión de anuncio del Mesías a todas las gentes y la conciencia de ser "reserva de esperanza" para toda la humanidad, con la afirmación de que la salvación definitiva del mundo debe venir de Cristo con su definitiva presencia escatológica.

En un mundo marcado por guerras y contrastes, las experiencias del pueblo de Israel y las esperas mesiánicas, las imágenes utópicas de la paz y de la concordia, se convierten reales en la historia de la Iglesia de hoy que posee la actual "profecía" del Mesías Libertador.

En la renovada conciencia de que Dios no desdice sus promesas -¡lo confirma la Navidad!- la Iglesia a través del Adviento renueva su misión escatológica para el mundo, ejercita su esperanza, proyecta a todos los hombres hacia un futuro mesiánico del cual la Navidad es primicia y confirmación preciosa.

A la luz del misterio de María, la Virgen del Adviento, la Iglesia vive en este tiempo litúrgico la experiencia de ser ahora "como una María histórica" que posee y da a los hombres la presencia y la gracia del Salvador.


La espiritualidad del Adviento resulta así una espiritualidad comprometida, un esfuerzo hecho por la comunidad para recuperar la conciencia de ser Iglesia para el mundo, reserva de esperanza y de gozo. Más aún, de ser Iglesia para Cristo, Esposa vigilante en la oración y exultante en la alabanza del Señor que viene.


ORACIÓN

Adviento, tiempo de esperanza
Adviento,
tiempo de esperanza,
en el seno de María
crece el fermento
de un mundo nuevo,
el hijo del Dios vivo
que llega a compartir
con nosotros.
Nace Emanuel,
Dios-con-nosotros,
hecho niño,
pobre,
pequeño y necesitado.
María nos enseña el camino
para hacer nacer a Jesús
en nuestro tiempo:
confianza,
entrega,
fidelidad,
coraje,
y mucha fe en el Dios de la Vida.
Tiempo de espera,
de atención y cuidados,
de respeto y contemplación. Señor,
hay mucho dolor en nuestro tiempo,
hay sufrimiento e injusticia,
ayúdanos a sembrar
semillas de esperanza.

Descúbrenos la alegría
de la paciente espera,
activa y fecunda,
comprometida por la vida
de los que nos rodean.
Enséñanos a hacer crecer
la esperanza de algo nuevo,
anímanos a entregar nuestras vidas
para la construcción del Reino. Es tiempo de espera, Señor,
pero también es tiempo de donación
y compromiso efectivo.
Contágianos la fe sencilla de María,
que dio su vida
para alumbrar el Reino
y hacer nacer la esperanza
en medio de su pueblo. Salmo de San Francisco de Asís para el tiempo
del Adviento del Señor ¿Hasta cuándo, Señor,
me olvidarás por siempre?
¿Hasta cuándo apartarás tu rostro de mí?
¿Hasta cuándo tendré congojas en mi alma,
dolor en mi corazón cada día?
¿Hasta cuándo triunfará mi enemigo sobre mí?
Mira y escúchame, Señor, Dios mío.
Ilumina mis ojos para que nunca
me duerma en la muerte,
para que nunca diga mi enemigo:
He prevalecido contra él.
Los que me atribulan se alegrarían si yo cayera;
pero yo he esperado en tu misericordia.
Mi corazón exultará en tu salvación;
cantaré al Señor que me colmó de bienes,
y salmodiaré al nombre del Señor altísimo.

                        ¿Por qué no tener estas actitudes?

 Actitud de espera con esperanza.
 El mundo necesita de Dios. La humanidad se siente  desencantada y desamparada.  En nuestros corazones aguardan deseo y necesidad de bienestar, unidad, paz, desarrollo, tolerancia, respeto, libertad, que no encuentran toda su realización en la realidad. Vivimos atareados, desconfiados, temerosos, oprimidos, decepcionados, tristes, permitiendo que la desesperanza llegue a nuestros corazones y nuestras conciencias. Jesús quiere llenar ese vacío con su cercanía, con su Señorío (Filp 2,11) en nuestras vidas, “El Señor está cerca, para salvar a los que tienen el corazón hecho pedazos y han perdido la esperanza” (Sal 34,18) cuando él viene hace nuevas todas las cosas (Ap 21,5). Debemos aferrarnos a nuestros sueños, nuestra esperanza es abono para la Buena Nueva. Adviento nos enseña a estar vigilantes, despiertos, atentos, a tener el corazón preparado, acercándonos al corazón del otro porque vive nuestra misma realidad. En este tiempo, comprendamos a los demás, seamos tolerantes y fraternos, ¡viene el Señor! 
 El retorno a Dios.
 La experiencia de frustración, de contingencia, de ambigüedad, de cautividad, de pérdida de la libertad exterior e interior de los hombres y mujeres de hoy, suscita consciente o inconscientemente la sed de Dios  (Sal 42, 2), y la necesidad de «subir a Jerusalén» como lugar de la morada de Dios, según los salmos de este tiempo. La infidelidad a Dios destruye a la persona, su dignidad y su valor, destruye al pueblo, su fraternidad y su historia. Cuando somos fieles a Dios recuperamos nuestra verdadera identidad e historia. El adviento nos ayuda en este camino que comienza por conocer mejor a Dios y su amor a la humanidad. Nos da conocimiento personal de Cristo, que se encarnó abandonando su propia naturaleza (Filp 2,7) para acercarse a nuestra historia.
La conversión.
Es transformación, dejar de ser de una manera para ser de otra, significa dejar nuestra antigua manera de vivir llena de pecado personal y social y entregar todas las áreas de nuestra vida a Cristo para que él las gobierne y nos perdone “que el malvado deje su camino, que el perverso deje sus ideas; vuélvanse al Señor, y el tendrá compasión de ustedes; vuélvanse a nuestro Dios, que es generoso para perdonar” (Is 55,7). Es darle la espalda a la oscuridad para quedar de frente a la luz  que es Cristo. En Adviento nos encontramos con el reino de Dios que está cerca, dentro de nosotros (Lc 17,21).
La voz del Bautista es el clamor del adviento: «Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios ... » (Is 40,3-5; Lc 3, 4b)). El adviento nos enseña a hacernos presentes en la historia de la salvación de los ambientes, a entender el amor como salida de nosotros mismos y la solidaridad plena con los que sufren.

Gozo y alegría.
Nuestro gozo viene del Señor. La venida del Mesías es el anuncio del gran gozo para el pueblo, de una alegría que conmueve hasta los mismos cielos cuando el pecador se arrepiente (Lc 15,7). El adviento nos enseña a conocer que Cristo, y su pascua, es la fiesta segura y definitiva de la nueva humanidad. Hay gozo en nosotros cuando estamos reconciliados, Jesús cambia nuestro lamento en danza y nos viste de alegría (Sal 30,11). Dejémoslo entrar en nuestros corazones, en nuestros espacios familiares, en las relaciones con los amigos, en el trabajo, los estudios, llevémoslo a todas partes, la persona y las estructuras sociales necesitan ser tocadas por el gozo que viene del amor de Dios. El quiere que vivamos así, confiados, seguros, alegres en él “¿Por qué voy a desanimarme, por qué voy a estar preocupado mi esperanza he puesto en Dios, a quien todavía seguiré alabando. Él es mi Dios y Salvador! (Sal 42,5)








miércoles, 4 de diciembre de 2013

En esta primera semana de Adviento, Señor, te agradecemos que nos hayas avisado de tu venida navideña un año más. Este aviso cariñoso nos permitirá preparar tu visita con tiempo. Nuestro mundo, nuestra familia y nuestro grupo te quiere y te necesita. ¡Ven, Señor y amigo nuestro! ¡Entra en nuestra casa y en nuestras cosas!

 El mundo necesita luz, paz, amor, alegría, vida... el mundo necesita Dios, que es todo eso y mucho más. ¿Necesito y deseo que Jesús-Dios venga a “mi casa”, aunque esto me obligue a cambiar ciertas cosas? ¿Qué no me gusta, ni le gusta a Él, de mi vida? ¿Por qué y para qué quiero que me visite? Le rezo de corazón: “Ven a nuestro mundo y ven a mi persona –a mi casa- Señor Jesús...”

Hoy hemos encendido nuestra primera vela, Señor, esta luz, como aquel que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. En esta primer semana de Adviento queremos levantarnos para esperarte preparados, para recibirte con alegría. Muchas sombras nos envuelven.

Espíritu Santo, tú que sembraste la esperanza en el corazón de María de Nazaret y alumbraste en su seno al Salvador del mundo, abre nuestro corazón al gozo de la escucha de tu Palabra y haz que acojamos, con esperanza y amor, al Señor que viene a hacer nuevas todas las cosas. Amén.

Lectura del Evangelio según san Mateo 24, 37-44

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

Vigilar significa estar atentos y preparados; salir al encuentro del Señor, que quiere entrar, en nuestra existencia, para amarnos y para salvarnos.
Queremos estar despiertos y vigilantes, porque Tú traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús!. ¡Ven, Señor Jesús!

Debemos estar vigilantes porque no sabemos el momento. La alusión a la historia del diluvio (Gn 6-7) se hace como ejemplo de aquello que llega de manera repentina e imprevista en un día cualquiera; quienes no estaban preparados recibieron las consecuencias negativas. El Señor vendrá cuando todo el mundo esté haciendo su vida de cada día, viene cada día, en la vida más ordinaria. Quien está atento, vive con Él. Jesús desvía la atención de los discípulos: de fijarse en la fecha de la venida futura a fijarse en el presente. La preocupación de quienes seguimos a Jesús no tiene que ser cuándo se acabará el mundo, sino qué actitud tenemos que mantener mientras vivimos en este mundo. Dada la condición de ignorantes del día y la hora, se nos propone de vivir velando, para estar a punto para el encuentro con el Señor.

 “Velar” para “dar fruto” pasa por estar atento a lo que sucede en el entorno y en el mundo en general; pasa por hacer discernimiento (con los demás) para descubrir qué es la voluntad de Dios en cada situación; pasa por rogar-rezar (Mt 26,41). Velar así nos mantiene firmes en la fe, nos da coraje, nos ayuda a vivir sobriamente.

En este primer domingo se ofrece una respuesta a las incertidumbres de las personas. El profeta no espera la salvación de los hombres ni de los poderes políticos, sino de Dios mismo. Daremos razón de la esperanza no con nuestras palabras, ni por imperativo moral, sino por un estilo de vida de quien se pone en pie, mira el horizonte, convoca a otros, ajusta velas y enfila la barca. La esperanza no es algo que tenemos sino algo que compartimos.

Ante todo esto, son muchas las preguntas que podemos hacernos:

¿Realmente vivimos confiados? ¿Nos sentimos llenos de miedo?
¿En quién tenemos puesta nuestra confianza? ¿De verdad nos fiamos?
¿Estamos en vela? ¿Vivimos alerta, a la espera, vigilantes? ¿Esperamos al Señor que viene a nuestras vidas?

Pidamos a Jesús que nos ayude a estar preparados, a estar disponibles, a estar atentos. Que el Señor nos ayude a mantener firme la fe, encendida la esperanza, alerta el amor. Demos gracias a Dios porque el cielo y la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán. Y al comenzar un nuevo Adviento, presentemos nuestros deseos ante Dios Padre…

deseo que mi espera no se enfríe,
deseo que mi caridad no decaiga,
deseo que mi oración no sea rutinaria.
Deseo que mi vida no sea de pasada,
deseo que mi corazón lata al compás de muchos otros,
deseo que mi fe no se sienta asegurada,
deseo que mi canto testimonie mi esperanza.

Sí, Señor que vienes, haznos seres llenos de deseos,
hombres y mujeres de esperanza,
que aún esperan de la vida la sorpresa
que puede regalarnos cada jornada.

Mujeres y hombres liberados
por la fuerza sorprendente de tu mirada y tu Palabra.

Hombres y Mujeres despiertos
porque se han encontrado contigo
y no pueden vivir aletargados.

Mujeres y hombres valientes
que han disuelto sus miedos al calor de tu corazón.

Hombres y Mujeres del Reino constructores
que no pueden vivir sus días
sin responder a los clamores de otros corazones.


Señor Jesús, te damos gracias por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra.