jueves, 19 de junio de 2014

El Domingo pasado celebramos Pentecostés originalmente se denominaba “fiesta de las semanas” y tenía lugar siete semanas después de la fiesta de los primeros frutos (Lv 23 15-21; Dt 169). Siete semanas son cincuenta días; de ahí el nombre de Pentecostés (= cincuenta) que recibió más tarde. Según Ex 34 22 se celebraba al término de la cosecha de la cebada y antes de comenzar la del trigo; era una fiesta movible pues dependía de cuándo llegaba cada año la cosecha a su sazón, pero tendría lugar casi siempre durante el mes judío de Siván, equivalente a nuestro Mayo/Junio. En su origen tenía un sentido fundamental de acción de gracias por la cosecha recogida, pero pronto se le añadió un sentido histórico: se celebraba en esta fiesta el hecho de la alianza y el don de la ley.

En el marco de esta fiesta judía, el libro de los Hechos coloca la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles (Hch 2 1.4). A partir de este acontecimiento, Pentecostés se convierte también en fiesta cristiana de primera categoría (Hch 20 16; 1 Cor 168).
“Después de la Ascensión de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con la Madre de Jesús. Era el día de la fiesta de Pentecostés. Tenían miedo de salir a predicar. Repentinamente, se escuchó un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos.

Quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas desconocidas.

En esos días, había muchos extranjeros y visitantes en Jerusalén, que venían de todas partes del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés judía. Cada uno oía hablar a los apóstoles en su propio idioma y entendían a la perfección lo que ellos hablaban.

Todos ellos, desde ese día, ya no tuvieron miedo y salieron a predicar a todo el mundo las enseñanzas de Jesús. El Espíritu Santo les dio fuerzas para la gran misión que tenían que cumplir: Llevar la palabra de Jesús a todas las naciones, y bautizar a todos los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo construye, santifica y da vida y unidad a la Iglesia.
El Espíritu Santo tiene el poder de animarnos y santificarnos y lograr en nosotros actos que, por nosotros, no realizaríamos. Esto lo hace a través de sus siete dones.

Los siete dones del Espíritu Santo:

Estos dones son regalos de Dios y sólo con nuestro esfuerzo no podemos hacer que crezcan o se desarrollen. Necesitan de la acción directa del Espíritu Santo para poder actuar con ellos.

  SABIDURÍA: Nos permite entender, experimentar y saborear las cosas divinas, para poder juzgarlas rectamente.
  ENTENDIMIENTO: Por él, nuestra inteligencia se hace apta para entender intuitivamente las verdades reveladas y las naturales de acuerdo al fin sobrenatural que tienen. Nos ayuda a entender el por qué de las cosas que nos manda Dios.
  CIENCIA: Hace capaz a nuestra inteligencia de juzgar rectamente las cosas creadas de acuerdo con su fin sobrenatural. Nos ayuda a pensar bien y a entender con fe las cosas del mundo.
  CONSEJO: Permite que el alma intuya rectamente lo que debe de hacer en una circunstancia determinada. Nos ayuda a ser buenos consejeros de los demás, guiándolos por el camino del bien.
  FORTALEZA: Fortalece al alma para practicar toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir. Nos ayuda a no caer en las tentaciones que nos ponga el demonio.
  PIEDAD: Es un regalo que le da Dios al alma para ayudarle a amar a Dios como Padre y a los hombres como hermanos, ayudándolos y respetándolos.
  TEMOR DE DIOS: Le da al alma la docilidad para apartarse del pecado por temor a disgustar a Dios que es su supremo bien. Nos ayuda a respetar a Dios, a darle su lugar como la persona más importante y buena del mundo, a nunca decir nada contra Él.
Espíritu Santo, Tú habitas en nuestro corazón y consagras todo lo que es. Haznos tu nueva humanidad.Eres Dios vivo, en quien creo y en quien espero. Nos humanizas para que podamos comulgar en tu divinidad.
Creo en Ti... Dios que amanece la vida en cada instante.
Creo en Ti... Dios que manifiestas tu poder en la ternura y la fragilidad.
Creo en Ti, Dios amor que te revelas en la mirada franca, en la sonrisa alegre, en las lágrimas y los sollozos, en el silencio y en el abrazo.
Creo en Ti, Dios que te nos muestras en los ojos que sueñan, en el pecho conmovido, en las manos abiertas, en los brazos dispuestos, en el rostro indignado y vivo.
Quiero vivir consciente en tu presencia; en el gozo y en la pena, en el esfuerzo y en el cansancio, en la certeza y en la duda, en las adversidades y en la fiesta, en cada nacimiento y en cada duelo.
Quiero vivir conscientemente este presente que me estás regalando.
Contigo, por Ti y en Ti, quiero ser quien soy.
Te amo y quiero que me muevas a amar libremente a los demás. Te amo y quiero amar con tu amor, a cada criatura y a toda la Creación.
Cuando me irrite, sosiégame. Con quien me exaspere, hazme sentir paciencia y empatía.
Regálame ser don y bendición para la persona con la que me encuentre, a quien ya quiero, concédeme amar en gratuidad, no depender ni pretender poseer.
Que nos dejemos amar y sepamos recibir con gratitud de los demás.
Líbranos de la desconfianza y el miedo. Líbranos de toda dependencia y adicción, de toda mentira y crispación. Cúranos de la ceguera que nos impide darnos cuenta de que nos une la fraternidad.
¡Líbranos de seguir buscando saciar nuestro propio "yo"! ¡Líbranos de la búsqueda compulsiva del confort individual!
Despiértanos para que seamos conscientes de que somos comunidad. Que anhelemos con pasión el bien común. Aviva en cada persona la generosidad para darse y para dar. Que cada quien cuide con esmero de los demás.
Llena de Ti el corazón de toda la humanidad.
Disipa los miedos y desvanece el rencor. Que soñemos con fuerza el reinado de la Vida.
Espíritu Santo, consagra a toda la creación y haznos tu nueva humanidad.
Espíritu Santo: Sé que me habitas y que habito en Ti...
Algunas veces, he llegado a sentirlo, como si fuera más consciente... Algunas veces he vislumbrado comprenderlo, como más lúcidamente... Muchas veces, ni siento, ni entiendo, ni siquiera me acuerdo que estás en mí y que estamos en Ti... Pero creo... creo en Ti, Espíritu Divino de la Creación...
Creo, porque quiero creerle más y más a Jesús, que me reveló tu presencia viva y discreta en todo lo que es... Creo, cada vez más, que no se trata de mí, ni de que yo tenga vida, sino de Ti en todo y de que me regalas ser parte de la Vida.
Por eso; quiero iniciar esta y cada semana, este y cada día, este y cada instante de mi historia; invocándote y evocándote. ¡Acepto feliz que llenes mi cuerpo, mi intelecto, mi afecto, y hasta lo más silencioso de mi espíritu!
Gracias por cada sensación, por cuanto percibo y capto. Gracias por cada sentimiento y cada emoción, por cuanto vivo y expreso. Gracias por cada recuerdo, cada idea, cada momento de comunicación. Gracias por cada rostro que habita en mi corazón. Gracias por el silencio, cada vez más lleno de tu divino amor.
Deseo dejarme mover por tu acción. Deseo fluir, no pasiva ni resignadamente sino confiadamente, atentamente, felizmente.
Deseo liberarme de cualquier necesidad y deseo, desapegarme y soltar, decir "adiós" sin aferrarme pero saber darme y siempre amar.
Te consagro mi ser, y que quiero que llenes a las personas con las que comparto esta historia.
Deseo que reines en toda la creación y que seamos más y más, humanidad consciente de tu amor que une sin fundir, que anima sin someter, que ilumina sin deslumbrar, que da vida dándose y sin dejar de amar.
¡Gracias, Espíritu Santo! ¡Gracias y amén con toda la humanidad!


Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor; envía Señor tu Espíritu Creador y se renovará la faz de la tierra.
OH Dios, que quisiste ilustrar los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos que, guiados por este mismo Espíritu, obremos rectamente y gocemos de tu consuelo.
Por Jesucristo, nuestro Señor
Amén.

jueves, 12 de junio de 2014

El pasado domingo, celebramos el día de la Ascensión,  estamos ante una festividad admirada y querida para todos nosotros,. Es una fecha que nos invita a subir alto, a acompañar a Jesús hasta el monte, como lo hicieron los discípulos el día que Él ascendió al Cielo. Y, sobre todo, a subir en compañía de la Madre.
Tampoco vamos a olvidar que acabamos de terminar el mes de Mayo, mes dedicado a María. Ella fue la primera en subir al monte y a su lado queremos subir, también nosotros.
Por tanto, empezamos nuestra oración, como se hacen las cosas importantes de la vida: En el nombre del Padre, del Hijo y de Espíritu Santo.

Estamos reunidos ante el Señor. Sentimos una gran alegría de llegar a su presencia. Y la fuerza de ese deseo da vitalidad a nuestra existencia. Además la necesidad de encontrarnos con Él, ya es para todos, nuestra mejor oración.
Por eso, aclamaremos, alabaremos, adoraremos, daremos gracias… al Señor, Rey del mundo.
Tenemos, un nuevo día por delante, para hacerlo; pero:
• ¿Para qué lo vamos a emplear?
• ¿Para estar triste, preocupado, temerosos?
• ¿Para quejarnos de los demás?
• ¿Para enfadarnos con ellos?
• ¿Para criticar, para hacer daño, para recordar problemas pasados?
• ¿O para sentirnos hijos de Dios?
En nuestras manos está la manera de vivirlo. Por eso quiero, desde aquí invitaros a subir al monte, cada día, con Jesús. A escuchar de sus labios ¡No estéis tristes! Me voy pero volveré.
Cuantas veces, nos sentimos cansados de luchar; nos gustaría dejarlo todo y vivir una vida cómoda y vacía que no nos exigiese demasiado, pero no podemos engañarnos: el Señor ha contando con cada uno de nosotros.
No podemos seguir haciendo las cosas porque no nos queda más remedio. Tenemos que concienciarnos de que estamos vivos y de que, gracias a nuestra generosidad, muchos podrán seguir viviendo.
Aunque no nos hayamos dado cuenta Tú y yo y cada ser humano es una persona importante para Dios. En su corazón está escrito nuestro nombre, el tuyo en concreto. Para Él tienes un rostro, ante sus ojos eres un privilegiado. Por eso hoy es un día de agradecimiento, de gozo. Un día, para gritar de júbilo, y tocar para nuestro Dios.
Qué alegría desborda el corazón, cuando nuestra oración se vuelve canto ante el Señor, y cada uno desde su situación particular es capaz de: alabar, bendecir y glorificar al Dios de la vida, al Señor del universo, al dueño de la historia.
Contemplemos el pasaje de la Ascensión. Jesús vuelve a subir al monte para despedirse de los suyos. Su misión sobre la tierra ha terminado. Y quiere volver al Padre para preparar sitio a todos los que ama. Le sigue una gran comitiva. En cabeza van los apóstoles y entre ellos alguien muy especial. La Madre. Ella siempre mezclada con los seres humanos. Siempre huyendo de privilegios, pasando desapercibida; aunque sin saberlo brille con luz propia ante el mundo .Desde allí la primera recomendación “no estéis tristes”. Me voy, pero no os dejo solos. Os amo demasiado para que esto tenga un final. Cuando llegue os mandaré mi espíritu y en Él estaré siempre con vosotros. Es verdad que no me veréis con los ojos, pero os aseguro que me sentiréis con el corazón.
Estas son las palabras del Papa Francisco cuando se refiere a la Ascensión:
Los Hechos de los Apóstoles el episodio de la ascensión como  la separación final del Señor Jesús de sus discípulos y de este mundo (Cfr. Hch 1, 2.9). En cambio, el Evangelio de Mateo, refiere el mandato de Jesús a los discípulos: la invitación a ir, a partir para anunciar a todos su mensaje de salvación (Cfr. Mt 28, 16-20). “Ir”, o mejor, “partir” se convierte en la palabra clave de la fiesta de hoy: Jesús parte hacia el Padre y manda a los discípulos que partan hacia el mundo.Jesús parte, asciende al Cielo, es decir, regresa al Padre de quien había sido enviado al mundo. Hizo su trabajo, y regresa al Padre.

Pero no se trata de una separación, porque Él permanece para siempre con nosotros, en una forma nueva. Con su Ascensión, el Señor resucitado atrae la mirada de los Apóstoles – y también nuestra mirada – a las alturas del Cielo para mostrarnos que la meta de nuestro camino es el Padre.Él mismo había dicho, que se habría ido para prepararnos un lugar en el Cielo.

Sin embargo, Jesús permanece presente y operante en las vicisitudes de la historia humana con la potencia y los dones de su Espíritu; está junto a cada uno de nosotros: incluso si no lo vemos con los ojos, ¡Él está! Nos acompaña, nos guía, nos toma de la mano y nos levanta cuando caemos. Jesús resucitado está cerca de los cristianos perseguidos y discriminados; está cerca de cada hombre y mujer que sufre. ¡Está cerca de todos nosotros! También hoy, está aquí con nosotros. ¡El Señor está con nosotros!

Digámoslo juntos: ¡El Señor está con nosotros! Todos: ¡El Señor está con nosotros! Otra vez: ¡El Señor está con nosotros!

A sus discípulos misioneros Jesús les dice: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (v. 20). Solos, sin Jesús, ¡no podemos hacer nada! En la obra apostólica no bastan nuestras fuerzas, nuestros recursos, nuestras estructuras, si bien son necesarias. Pero no bastan. Sin la presencia del Señor y la fuerza de su Espíritu nuestro trabajo, aun si bien organizado, resulta ineficaz.


“Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Seño res sublime y terrible,
emperador de toda la tierra”
Nosotros con este canto aclamamos a Cristo resucitado, en la hora misma de su resurrección. El Señor sube a la derecha del Padre, y a nosotros nos ha escogido como su heredad. Su triunfo es, pues, nuestro triunfo e incluso la victoria de toda la humanidad, porque fue «por nosotros los hombres y por nuestra salvación que «subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre». Por ello, no sólo la Iglesia, sino incluso todos los pueblos deben batir palmas y aclamar a Dios con gritos de júbilo.
Este salmo tiene un puesto privilegiado en la liturgia de la Ascensión del Señor. Este salmo que es un canto de alegría y alabanza, encaja perfectamente con lo que más tarde pasaría al Ascender Jesús al cielo.
Todos tocarían palmas, cantarían… la manera de actuar de Jesús les sobrepasaba, lo veían sublime, emperador de toda la tierra.
Y Jesús, como en los grandes acontecimientos de su vida, vuelve a elegir la montaña. Posiblemente, nos extrañe un poco, pero observamos que:
- En la montaña multiplica el pan para que llegue a todos.
- En la montaña muestra su gloria el día de la transfiguración.
- En la montaña entrega la vida por amor a la humanidad.
- En la montaña nos enseña a perdonar, a acoger, a suplicar.
- En la montaña nos entrega a María por madre.
Y ahora vuelve a subir a la montaña para despedirse de los suyos. ¡Debe de tener para Jesús un significado muy especial la montaña!
El monte significa superación, ascenso, escalar, abrir caminos... Y Jesús sabe muy bien que, el ser humano, es el continuador de la creación; es un productor de la tierra, un caminante en busca de Dios que es la perfección plena.
Fíjate si lo sabría bien que Él ya había dicho “ser perfectos como vuestro padre celestial es perfecto” ¿Acaso Jesús al decir esto ignoraba lo precario de la condición humana? Al contrario, Jesús conocía mejor que nadie la precariedad. Él había querido sentirla en su carne haciéndose hombre como nosotros... y sin embargo se atreve a decirnos que seamos perfectos.
Él sabía bien que cuando hablaba de perfección, se refería a la superación, al progreso, a la madurez... a dar pasos adelante para alcanzar nuevas metas, a desarrollar los dones recibidos para compartirlos con los demás, a esforzarnos por llegar a Él, única plenitud.
Pero nosotros vivimos inmersos en una gran competitividad. Hemos confundido nuestra superación con superar a los demás en cualquier sitio donde nos encontremos: en la familia, entre amigos, entre vecinos, en la Iglesia. Y este clima de competitividad nos lleva a permanecer recelosos, frustrados, expectantes... En lugar de ir hacia los demás estamos a la defensiva de ellos.
No dejemos que, el día de la Ascensión, sea para nosotros un día cualquiera. Tomémonos un rato para revisar nuestra vida. Démonos cuenta de nuestros logros. Pero también tengamos presentes nuestros fracasos, nuestras discordias, nuestras enemistades, nuestros orgullos, nuestras divisiones... tomemos conciencia de todo lo que esto nos hace sufrir, de qué manera oprime nuestro corazón; y no sigamos parado, demos un salto, subamos al monte con Jesús. Él tiene muchas cosas que decirnos a cada uno personalmente. Él es el Rey del mundo, el Señor del universo, el Libertador de todos los seres humanos. Por tanto, no dejemos ni un instante de aclamar, glorificar y ensalzar a, nuestro Dios, Emperador de toda la tierra.
EN SILENCIO ANTE EL SEÑOR
En ese momento, especial, donde la oración llega a nuestro fondo; vamos a decirle al Señor, como susurrando:
- A ti, Señor, abro hoy mi ser; mis ganas de vivir y mi entusiasmo.
- En tus manos pongo mi entrega, mi esfuerzo, mis miedos y también mis ilusiones.
- Hacia ti quiero dirigir mis pasos, porque mi vida busca en ti: la luz y el calor.
- Quiero que, tú seas la referencia de mi caminar. El guía de mi sendero.
- Quiero que tus manos moldeen mi arcilla.
- Que tus ojos penetren mi mirada.
- Y tu ternura y bondad impregnen mi corazón.



martes, 3 de junio de 2014

Si María no hubiera dicho "sí", ¿cómo podría Dios haberse hecho hombre? María no es una semidiosa que concede favores. María es la puerta de entrada de nuestra salvación. Dios nos ama con locura, pero no nos ama por encima de nuestra libertad. El amor solo puede habitar en aquel que lo acepta sin condiciones. La primera en aceptarlo sin mirar las consecuencias fue ella. ¿Admiración? No solo le debemos eso.
Mirándola a ella, podemos ver también lo que hace el amor cuando dices "sí". Lo que Dios hizo con ella es lo que puede hacer con nosotros.
En ella encontramos el modelo para que nuestra vida tenga éxito. Y es alentador saber que ella no fue nadie especialmente inteligente, excepcionalmente cualificada, distinguidamente importante... Una humilde aldeana que ni siquiera estaba casada. Sencilla, pobre, en situación delicada, vulnerable..., pero dijo sí, y dio un vuelco a la historia.
Es una suerte que Dios quisiera venir a nosotros y un alivio qué fuera María la que dijo sí.
Pero nosotros no siempre sabemos decir que “Si” y por eso te pedimos “perdón Señor”
CERCANÍA: En ocasiones pasamos de los problemas de los demás porque estamos ocupados mirando nuestros propios intereses. PEDIMOS PERDÓN. Aquí está nuestro compromiso para estar cerca de nuestros amigos que lo pasan mal.

- GENEROSIDAD: Nos suelen decir algunas veces que somos egoístas. A veces no es cierto, pero otras veces tienen razón: vivimos en nuestro mundo, en nuestras cosas, en nuestros deportes, en la diversión y el juego… PEDIMOS PERDÓN. Nuestro compromiso es practicar la generosidad concreta en nuestros propios ambientes y en las personas que entren en contacto con nosotros.

- RESPONSABILIDAD: Las notas no siempre son buenas. Nuestros intereses están en otros lugares fuera del colegio: nos gusta salir, jugar, divertirnos y tenemos pereza de hacer los deberes, de estudiar… PEDIMOS PERDÓN. Nos comprometemos a dar pasos hacia la responsabilidad y a considerar importante lo que tiene importancia y es bueno para nuestro futuro.

- ACOGIDA: en algunas ocasiones nos fijamos en los aspectos que nos diferencian más que en los que nos asemejan. PEDIMOS PERDÓN. Nos comprometemos a acoger a todos, sean de donde sean y tengan la religión que tengan.

- ALEGRÍA: A veces no estamos alegres porque no nos conformamos con lo que tenemos, con lo que nos dan PEDIMOS PERDÓN. Hemos de demostrar que no es cierto y que nuestra alegría sale de dentro, es limpia, sana, profunda… éste es nuestro compromiso.
La Virgen María, como en las bodas de Canaa, no dudo en pedirle a Jesús aquellos que necesitaba, no para ella misma sino para los que le rodeaban. Igualmente, y confiadamente, nosotros nos atrevemos a pedirle al Señor…

PETICIONES

Nuestros estudios, en esta etapa de nuestra vida, son una gran responsabilidad, pero también un regalo. Pidamos al Señor que, al igual que María, aceptemos esa responsabilidad y ese regalo. ROGUEMOS AL SEÑOR.

María tuvo la importante tarea de educar a Jesús. Pedimos al Señor que acompañe y ayude a todos los que se esfuerzan y se preocupan por nuestra educación y felicidad. ROGUEMOS AL SEÑOR.

También por todos nosotros: que seamos capaces de valorar más las cosas sencillas y miremos a las personas como Dios les mira. ROGUEMOS AL SEÑOR.

También nos preocupan la paz y la justicia de este mundo; el bienestar para los más necesitados. Para que entre todos construyamos un mundo más solidario. ROGUEMOS AL SEÑOR.


Pero nuestra oración no estaría completa si no le damos gracias a Dios por todo lo que nos da cada día. Por eso, en este momento, expresamos de esta forma nuestro agradecimiento al Padre [con las palabras del mismo San Francisco]…


Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas.
Tú eres fuerte, tú eres grande, tú eres Altísimo.
Tú eres Rey omnipotente.
Tú eres Padre santo, Rey del cielo y de la tierra.
Tú eres Trino y Uno, Señor Dios de los dioses.
Tú eres el Bien, todo el Bien, el sumo Bien, Señor Dios vivo y verdadero.
Tú eres Amor, tú eres Caridad.
Tú eres Sabiduría, tú eres Humildad, tú eres Paciencia.
Tú eres belleza, tú eres Seguridad, tú eres Paz.
Tú eres Gozo y Alegría, tú eres nuestra Esperanza.
Tú eres Justicia, tú eres Templanza, tú eres toda nuestra Riqueza.
Tú eres Belleza, tú eres Mansedumbre.
Tú eres Protector, tú eres nuestro Custodio y Defensor.
Tú eres Fortaleza, tú eres Refugio.
Tú eres nuestra Esperanza, tú eres nuestra Fe.
Tú eres Caridad, tú eres nuestra Dulzura.
Tú eres nuestra Vida eterna, grande y admirable Señor,
Dios Omnipotente, misericordioso Salvador".



Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

María, Madre del sí,
tu ejemplo me admira.
Me admira porque arriesgaste tu vida;
me admira porque no miraste a tus intereses
sino a los del resto del mundo;
me admira y me das ejemplo de entrega a Dios.

Yo quisiera, Madre, tomar tu ejemplo,
y entregarme a la voluntad de Dios como tú.
Yo quisiera, Madre, seguir tus pasos,
y a través de ellos acercarme a tu Hijo.

Yo quisiera, Madre, tener tu generosidad y entrega
para no decir nunca «no» a Dios.
Yo quisiera, Madre tener tu amor
para ser siempre fiel a tu Hijo.

Madre del sí,
pide a tu Hijo por mí, para que me dé tu valentía.
Pide a tu Hijo por mí, para que me conceda
un corazón enamorado de él.
Pide a tu Hijo por mí, para que me dé
la gracia necesaria para entregarme y no fallarle nunca.