El pasado 7 de diciembre, el Papa Francisco usó una Tablet
para encender desde el Vaticano el árbol de Navidad más grande del mundo:
una estructura de luces que descansa sobre el monte Ingino, en Gubbio, la
ciudad italiana donde San Francisco amansó al lobo, escribiendo las siguientes
palabras:
''Les deseo una Navidad santa y feliz –dijo al momento de
encender el árbol- Cuando encendemos la luz del árbol de Navidad, queremos que
la luz de Cristo esté en nosotros. Una Navidad sin luz no es Navidad. Que haya
luz en el alma, en el corazón. Que haya perdón, que no haya enemistades,
tinieblas... Que haya la luz de Jesús que es tan bonita”.
“Es lo que les deseo a todos, ahora, cuando enciendo la luz
del árbol de Navidad. Muchas gracias por su regalo, es hermoso. Yo también les
doy mis mejores deseos de paz y de felicidad. Si tienen algo oscuro en el alma,
pidan perdón al Señor. Navidad es una buena oportunidad para dejar limpia el
alma. No tengan miedo, el cura es misericordioso, perdona a todos en nombre de
Dios, porque Dios lo perdona todo”.
“Que la luz esté en sus corazones, en sus familias, en sus
ciudades. Y ahora con este deseo, encendamos la luz y que Dios Omnipotente,
Padre, Hijo y Espíritu Santo los bendiga. Feliz Navidad y recen por mí”
Lectura del santo evangelio según san Juan (1,6-8.19-28):
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?»
Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías.»
Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»
El dijo: «No lo soy.»
«¿Eres tú el Profeta?»
Respondió: «No.»
Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»
Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor", como dijo el profeta Isaías.»
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?»
Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías.»
Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»
El dijo: «No lo soy.»
«¿Eres tú el Profeta?»
Respondió: «No.»
Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»
Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor", como dijo el profeta Isaías.»
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
COMENTARIO
El Evangelio de este domingo nos presenta la figura de Juan
Bautista como un hombre enviado por Dios, que venía como testigo, para dar
testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz,
sino testigo de la luz. Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y
levitas a Juan, a que le preguntaran: ¿Tú quién eres? Juan contestó: Yo soy «la
voz que grita en el desierto: allanad el camino del Señor»
El evangelio de hoy es claro y sencillo. Juan venía como
testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz, sino testigo de la luz.
Posiblemente hoy, no suscitamos seguidores de Jesús, porque
se nos olvida, que la luz que hemos recibido, no es solamente para nosotros;
sino para que nosotros seamos transmisores de esa luz. Nosotros no somos la
luz, la luz es Cristo, nosotros somos los que pasamos el testigo de la luz.
Pero la antorcha que debemos dar como testigo a los demás,
debe de alumbrar el camino para ver y no crear más oscuridad. Nuestra antorcha
debe de allanar el camino, y no hacer agujeros y trampas, para que los
caminantes se cansen por el camino.
La figura de Jesús, no fue solamente admirada por las gentes
de su época, sino que ha sido admirada a todo lo largo de la historia. Hoy en
día, también sigue siendo admirada, no solamente entre las personas mayores,
sino entre las personas de todas las edades y especialmente entre los jóvenes,
según revelan varias encuestas de opinión.
La cuestión es saber si Jesús, lo que quiere es admiradores
o seguidores. Lógicamente de los Evangelios deducimos que Jesús lo que quiere
son seguidores y no admiradores.
La pregunta es obvia: ¿por qué entre los creyentes existen
más admiradores que seguidores?
Porque la admiración, se queda en lo maravilloso del
personaje, posiblemente en su divinidad y esto no requiere compromiso ninguno
con Jesús. El seguimiento requiere un encuentro con lo humano para encontrar lo
divino, es decir imitar a Jesús, vivir como Jesús y esto es ir en contra de
muchos principios dogmáticos sociales y eclesiales.
Lo que hace más humano y construye el Reino de Dios en este
mundo, son las personas que se parecen e intentan vivir como Jesús y no las
gentes que sólo lo admiran y veneran.
La Iglesia necesita seguidores y no admiradores.
Que el tercer domingo de adviento que vamos a celebrar, nos sirva para comprender como diría Pedro, que todos hemos
sido llamados hacer testigos de la esperanza recibida.
COMPARTIR NO SÓLO EN NAVIDAD
Durante estos días nos llegarán postales y felicitaciones
deseándonos paz y felicidad. Y estos deseos son muy buenos si se hacen
realidad.
Cuenta en sus escritos La Madre Teresa de Calcuta esta
anécdota que nos recuerda a todos que compartir no es algo que sólo debemos
hacer en Navidad.
“Una noche, un hombre
vino a nuestra casa para decirme que una familia Hindú con ocho hijos llevaba
varios días sin probar bocado. No tenían nada que comer.
Tomé una porción suficiente de arroz y me fui a su casa.
Pude ver sus caras de hambre, a los niños con los ojos desencajados.
Difícilmente hubiera podido imaginar visión más impresionante. La madre tomó el
arroz de mis manos, lo dividió en dos mitades y se fue. Cuando en unos
instantes después estuvo de regreso, le pregunté:
-¿A dónde ha ido? ¿Qué ha hecho?
Y me contestó:
- También ellos tienen hambre. “Ellos” eran la familia de al
lado: una familia musulmana con el mismo número de hijos que alimentar y que
también carecían por completo de comida.
Aquella madre estaba al tanto de la situación. Tuvo el
coraje y el amor de compartir su escasa porción de arroz con otros. A pesar de
las condiciones en que se encontraba, creo que se sintió muy feliz de compartir
con los vecinos algo de lo que yo le había llevado.
Para no privarla de su felicidad, aquella noche no le llevé
más arroz. Lo hice al día siguiente”.
¿Nosotros cómo vamos hacer realidad el mensaje de Jesús en
estas Navidades?
LUCES Y SOMBRAS NAVIDEÑAS
Alguna gente comenta que la Navidad es una pura farsa; que
casi nadie celebra nada y se convierte en la gran feria del consumo anual.
Para una gran mayoría no es más que un pretexto para tener
unos días de descanso, visitar familiares, recuperar amigos olvidados, comer
bastante mejor de lo ordinario, gastarse unos dineros extra, conseguir los
regalos deseados, y pasarlo lo mejor posible. Después vendrá la cuesta de enero
y pasada la resaca, todo volverá a la rutina de siempre como si nada hubiese
sucedido.
Pero también es cierto que hay gente -quizás pocos- para
quienes la Navidad es tiempo de evaluar si los valores que viven nos hacen más
felices o más infelices. También hay quienes se plantean la Navidad como tiempo
de sinceridad y de decir cosas sin engañarse uno mismo.
Para salir de la farsa, nada como pararse, y calar en lo
genuino de estos días; puesto que:
* Navidad es actuar como Dios, que se hace el ser más débil
e indefenso, para estar a la altura de los más desheredados de la tierra.
* Navidad es también hacer silencio, en medio del jolgorio,
para escuchar la voz más profunda de nuestra conciencia.
* Navidad, por último puede ser una buena época para salirse
de la ruta que lleva a los comercios y grandes almacenes, para buscar los
caminos nuevos por los que Dios se acerca al hombre: el encuentro con la
familia, vecinos, amigos, y toda persona marginada.
Sigue la verdadera estrella de la Navidad.
CARTA DE JESÚS
Como sabéis, nos acercamos nuevamente a la fecha de mi
cumpleaños. Todos los años se hace una fiesta en mi honor y creo que este año
sucederá lo mismo.
Como tú sabes, hace muchos años comenzaron a festejar mi
cumpleaños, al principio parecían comprender y agradecer lo que hice por ellos,
pero hoy en día nadie sabe para qué lo celebran. La gente se reúne y se
divierte mucho pero no sabe de qué se trata.
Recuerdo el año pasado, al llegar el día de mí cumpleaños
hicieron una gran fiesta en mi honor. Habían cosas deliciosas en la mesa, todo
estaba decorado y habían muchos regalos, pero ¿sabes una cosa?... ni siquiera
me invitaron, yo era el invitado de honor y no se acordaron de invitarme. La
fiesta era para mí y cuando llegó el gran día... me dejaron afuera, me cerraron
la puerta...
La verdad, no me sorprendió porque en los últimos años todos
me cierran la puerta. Como no me invitaron, se me ocurrió estar sin hacer
ruido, entré y me quedé en un rincón. Estaban todos brindando, había algunos
contando cosas, riéndose, lo estaban pasando en grande. Dieron las doce de la
noche y todos comenzaron a abrazarse, yo extendí mis brazos esperando que
alguien me abrazara, y... ¿sabes? nadie me abrazó. De repente todos empezaron a
repartirse los regalos, uno a uno los fue abriendo hasta terminar, me acerqué a
ver si de casualidad había alguno para mí, pero no había nada. ¿Qué sentirías
si el día de tu cumpleaños se hicieran regalos unos a otros y a ti no te
regalaran nada?
Comprendí entonces que yo sobraba en esa fiesta, salí sin
hacer ruido, cerré la puerta y me retiré.
Quisiera que esta navidad me permitas entrar a tu vida, que
reconocieras que hace más de dos mil años vine a este mundo para dar mi vida
por amor, por todos y para todos. Hoy, sólo quiero que tú creas esto con todo
tu corazón.
Hasta pronto.
Tu amigo, Jesús.