sábado, 31 de enero de 2015


Cada año, desde 1964, el día 30 de enero se celebra el Día Escolar de la No violencia y la Paz (DENIP) en conmemoración del día de la muerte de Mahatma Gandhi, el hombre que con su lucha pacífica y sus acciones de noviolencia, consiguió que la independencia de la India, su país natal, se hiciera realidad. También se conmemora la muerte de otro pacifista, Martin Luther King, que fue asesinado al igual que Gandhi y del que aprendió que la resistencia pacífica era el arma más potente en manos de los oprimidos que luchaban por su
libertad.

El mensaje del DENIP es bien sencillo: El amor universal es mejor que el egoísmo. La no-violencia es mejor que la violencia. La paz es mejor que la guerra.
Escuchamos ahora palabras sabias, palabras que testimonian la paz, que hablan en un lenguaje universal de esperanza y de amor. Ellas son testimonios de paz para nosotros y para todos los hombres, de hoy y de siempre. (Se escucharán los siguientes textos, leídos por diferentes personas)
Del Evangelio según San Juan      (Jn 4,7.8.11.12)
Amigos, amémonos unos a otros, pues el amor procede de Dios. Todo el que ama nació de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Queridos amigos, pues Dios nos amó tanto que nosotros debemos amarnos el uno al otro. Nadie ha visto jamás a Dios, mas si nos amamos, Dios vive en nosotros y su amor llega a su plenitud en nosotros.

Dice un monje Budista (Thich Nhat Hanh)
Dice un adagio chino: (La corriente no es la orilla) Cuando nace un profeta de la paz el agua del río se hace más clara y las plantas y los árboles de la montaña se vuelven intensamente verdes. Cuando un profeta de la paz está en medio de vosotros y vosotros ponéis vuestro pie cerca de su paso, sentís luz, os hacéis paz con él y el mundo se llena de trasparencia. Por eso digo que si tú te sientas al lado de Jesús o del Buda no intentes analizar sus palabras, respira su paz.

Dice Martín Luther King (Pastor de la Iglesia evangélico y líder negro)
Me niego a hacer mía la afirmación cínica de que los pueblos irán cayendo, uno tras otro, en el torbellino del militarismo, hacia el infierno de la destrucción termonuclear.
Creo que la verdad y el amor sin condiciones tendrán la última palabra. La vida, aun provisionalmente vencida, es siempre mas fuerte que la muerte.
Creo firmemente que, incluso en medio de los obuses que estallan y de los cañones que retumban, permanece la esperanza de un radiante amanecer.
Creo igualmente que un día toda la humanidad reconocerá en Dios a la fuente de su amor.
Creo que este amor salvador y pacífico será un día la ley. El lobo y el cordero podrán descansar juntos, cada hombre podrá sentarse debajo de su higuera, en su viña, y nadie tendrá ya que tener miedo.
Creo firmemente que lo conseguiremos.

CARTA DE SAN FRANCISCO A LOS CIUDADANOS DEL MUNDO
Escuchemos ahora lo que nos diría nuestro padre San Francisco hoy:
A cuantos vivís en la tierra, el hermano francisco, os saluda con gozo y os desea de todo corazón la Paz verdadera y el Amor fraterno de nuestro Señor y Hermano Cristo Jesús.
Hace ocho siglos, durante mi vida terrena, escribí cartas a todos los hombres invitándoles a vivir en paz, hermandad y santa alegría. Vuelvo a hacerlo ahora, a inicio del siglo XXI, por que hasta mi morada celestial están llegando noticias de violencias, odios, guerras, racismo, terrorismo, hambre... Nos están llegando muchos hermanos bañados en sangre, muertos prematuramente.
Queridos hermanos: ¿Tendré que suprimir de mi Cántico de las Criaturas aquel verso que dice “Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana, la Madre Tierra”? ¿Tanto habéis endurecido el corazón que ya no os queda una gota de sentimiento, de compasión, de delicadeza, de cortesía, de amor?
¡Pobre Hermana Madre Tierra, cuando sus hijos cultivan el odio en vez del amor, crean discordia en vez de armonía, siembran tristeza y lágrimas en vez de alegría y sonrisas...; que matan la Paz y adoran la violencia!
Cuando el Señor me visitó con su paz, yo la voceaba a todas horas, en todas partes, a todos los hermanos: “La Paz con vosotros”, “El Señor os dé su Paz”... Y las Hermanas Criaturas, el sol, las estrellas, el viento, el agua,... aplaudían mi locura de Hermano Universal.
Hermanos todos, ciudadanos de un mundo enfermo:
Recuperad el silencio, aplastado por tantos ruidos.
Aprender a escucharos y escuchad a Dios en el rumor del río, la cascada, el bosque, el campo, la brisa del aire...
Fijaos en la alegría de los niños que juegan, en la mirada de los enamorados, en la caricia del beso de quienes os quieren... Porque quien llena los ojos y el corazón de tanta bondad e inocencia, es incapaz de asesinar la Vida y el Amor.
Dejad un sitio a Dios en vuestro corazón y la Paz interior irradiará ternura, alegría, esperanza, hermandad,... a vuestro alrededor.
Haced llegar a todos los rincones del mundo mis palabras predilectas: “Paz y Bien”.
¡Loado seas, mi Señor, por todos los que escuchen esta carta y la pongan en práctica¡
Jamás me cansaré de desearos la Paz.
Un abrazo de vuestro hermano Francisco de Asís.
(Esta carta es una versión libre y actualizada de la “Carta de Francisco de Asís a todos los españoles”, de Ángel Gajate, en Misión Joven, 1982)

Señor, haz de nosotros instrumentos de tu paz, que podamos hacer que brote el amor allí donde nos inunda el odio.
Que en nuestros conflictos tratemos con bondad a los que no piensan como nosotros.
Que sepamos apagar nuestros sentimientos de odio y que así aprendamos a vivir el perdón
Que escuchemos a quienes gritan su dolor y sepamos reconocer que somos iguales que ellos.
Que en lugar de repetir los “slogans” de moda nos unamos para analizar juntos lo que ocurre a nuestro alrededor.
Que despertemos confianza donde se insinúa la duda; que tendamos la mano al extranjero y abramos nuestras puertas a todo el que se acerca a nosotros.
Que donde reine la desesperación hagamos que viva la esperanza; que pongamos alegría allí donde hay tristeza.
Que escuchemos lo que otros saben y compartamos lo que nosotros sabemos.
Que aceptemos asumir nuestras responsabilidades a pesar de los problemas que puedan surgir.
Que compartamos nuestro pan con los que no lo tienen; que no gocemos nosotros solos de nuestros privilegios, sino que sepamos ser solidarios.
Que aceptemos, Señor, ser consolados a veces y otras veces ser rechazados; que intentemos siempre comprender, y que pidamos juntos tu perdón.
Que todos y cada uno aceptemos ser amados y que todos y cada uno sepamos amar, pues es compartiendo como se recibe y es perdonando y aceptando ser perdonados como viene a nosotros el perdón.
¡Que podamos vivir y festejar el sol, el cielo, la tierra, el mar, el perdón y encontrarnos serenamente con nuestra hermana la muerte, porque gracias a ella es como nacemos a la vida eterna!

Terminamos entonado la oración de la Paz
SEÑOR, HAZ DE MÍ UN INSTRUMENTO DE TU PAZ 
DONDE HAYA ODIO, PONGA AMOR. 
DONDE HAYA OFENSA, PONGA PERDÓN. 
DONDE HAYA DISCORDIA, PONGA  UNIÓN. 
DONDE HAYA DUDA, PONGA FE. 
DONDE HAYA ERROR, PONGA YO VERDAD. 
DONDE HAYA DESESPERACIÓN, PONGA YO ESPERANZA. 
DONDE HAYA TRISTEZA, PONGA YO ALEGRÍA. 
DONDE HAYA  TINIEBLAS, PONGA YO  LUZ. 
MAESTRO, HAZ QUE YO NO BUSQUE TANTO 
SER CONSOLADO, SINO CONSOLAR;
SER COMPRENDIDO, SINO COMPRENDER;
SER AMADO, SINO AMAR. 
PORQUE ES DANDO, COMO SE RECIBE. 
ES PERDONANDO, COMO SE ES PERDONADO. 
ES MURIENDO, COMO SE RESUCITA A LA VIDA ETERNA. 


miércoles, 21 de enero de 2015


Lectura del santo evangelio según san Marcos (3,1-6):

En aquel tiempo, entró Jesús otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo.
Jesús le dijo al que tenía la parálisis: «Levántate y ponte ahí en medio.»
Y a ellos les preguntó: « ¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?»
Se quedaron callados. Echando en torno una mirada de ira, y dolido de su obstinación, le dijo al hombre: «Extiende el brazo.»
Lo extendió y quedó restablecido. En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él.
Lo permitido y lo debido
Jesús se comporta en el Evangelio de hoy como verdadero “Señor del sábado”. Lo hace además de forma casi provocativa. No espera a que los maestros y especialistas de la Ley le planteen la cuestión, sino que él mismo la suscita, y no simplemente respecto de un precepto más o menos abstracto, sino ante la realidad viva de un hombre sufriente. Ese es el punto de vista justo de interpretación de todo precepto legal y en eso consiste la novedad de la nueva ley que Jesús porta en sí mismo, de la que es la encarnación perfecta. Aquí vemos con claridad lo que nos anuncia el autor de la carta a los Hebreos: que Jesús posee un sacerdocio que no procede de tradiciones humanas, ni de cultos institucionales, sino que su autoridad y su capacidad de mediación procede directamente y sólo de Dios. Jesús se manifiesta como verdadero “rey de justicia”, fuente de la justicia que viene de arriba, y “rey de paz”, pues la verdadera paz es obra de la justicia.
Dios nos hace justicia en Cristo dándonos gratuitamente la salvación por encima de todo mérito, esto es, de toda justicia meramente legal y con minúsculas, y pone así paz entre Él y nosotros.
En nuestros sábados y en nuestras sinagogas, es decir, en medio de nuestras tradiciones culturales, morales y religiosas, de nuestras leyes que nos dan seguridad y nos hacen creer que todo está claro, hay muchos hombres y mujeres con la mano paralizada, con minusvalías físicas, psicológicas, morales, sociales, esto es, con taras que les hacen sufrir y les impiden vivir con plenitud y libertad. Jesús los pone en medio nuestro y nos pone a prueba: si esas tradiciones y leyes no son capaces de movernos a compasión, si no nos mueven a actuar para aliviar a los que sufren, no son válidas, no proceden de Dios, ni sirven a la justicia de la salvación ni pueden pacificarnos. Si eso sucede, la parálisis de esa mano revela la parálisis de nuestro espíritu, de nuestras convicciones y seguridades. Jesús, Señor del sábado, Rey de paz y de justicia nos aclara hoy un poco más la verdadera medida de toda ley, tradición y precepto: hacer el bien sin condiciones, aliviar el sufrimiento ajeno, ser capaces de compadecer.

Silencios
            Prueba a hacer silencio. Silencio total. Absoluto. Verás que no es fácil. Aunque te aísles, y apagues la radio, o la televisión, o te alejes del móvil, siempre se cuela algún sonido. En nada empezarás a oír ruidos. Voces lejanas, el tráfico en la calle, el sonido de algún aparato que está cerca –el ordenador, o la calefacción, o las cañerías–. El aviso de un wassap. Un teléfono. Todo suena. De hecho, es posible que el silencio prolongado te agobie. No estamos acostumbrados. Pero hace falta, en algún momento, parar y dejar que el pensamiento vague a su ritmo, que las voces de dentro tengan su lugar y las de fuera se acallen. Lo que pasa es que no todo silencio es igual. Y de ahí la necesidad de separarlos.

Hay un tipo de silencio deshabitado, vacío, solitario. Generalmente, duele o inquieta. Es el silencio de las tardes sin plan, de las llamadas que no terminan de llegar, de las palabras añoradas. Es el silencio de la oración que no encuentra eco más allá de los propios pensamientos. O el que se impone a cualquier ruido con un pesado manto de apatía. Cuando eso ocurre, y ocurre a veces, uno lo cuestiona todo y el estado de ánimo se te pone sombrío. Piensas en soledad, fracaso, sinsentido… Pero es mentira. Es tan solo que te has vuelto un poco sordo a las voces que siguen ahí. Por eso no deberías creértelo del todo.

El próximo jueves día 29 celebraremos el día de la Paz y la no violencia.

Son días para recordar lo importante que es construir entre todos la PAZ, buscar más lo que nos une que lo que nos separa. La paz es muy contagiosa, capaz de unir los corazones separados y enfrentados EN UN SOLO CORAZÓN, para transformar nuestro mundo dividido EN UNA SOLA FAMILIA donde todos somos hermanos.

Vamos a fijarnos en un breve pasaje del Evangelio donde Jesús tiene que hacer frente a la violencia. Lo leemos en el evangelio de Mateo

"Pedro se acercó entonces y le dijo:
-Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?
Le responde Jesús:
-No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.

En la época de Jesús, como en la nuestra, había frases hechas que todos entendían. Cuando alguien hablaba de perdonar siete veces era como decir perdonar muchísimo; así que perdonar setenta veces siete era lo mismo que decir que había que perdonar siempre.
A todos nos cuesta mucho perdonar, pero es casi imposible renunciar a la violencia sin empezar por perdonar.
¿A quién tengo que pedir perdón? ¿A quién tengo que perdonar? ¿Qué debería hacer yo para trabajar por la paz en mi clase? ¿En mi familia? ¿En el mundo?


Pidamos a Jesús que nos ayude en esta tarea de construir entre todos la paz. 

miércoles, 14 de enero de 2015


Este pasado domingo hemos celebrado El Bautismo de Jesús por esto, para comenzar este momento de oración compartiremos la lectura del santo evangelio según san Marcos (1,7-11):

En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma.
Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.»


Toda la vida de Cristo era un bautismo, una humillación de si mismo, un olvidarse de si mismo, de sus privilegios.

Por: P. Fintan Kelly | Fuente: Catholic.net

Cristo no tuvo miedo de humillarse

Cuando Cristo se metió en la cola para esperar su turno de ser bautizado, seguramente San Juan Bautista no sabía que hacer. Llegó el Mesías delante de él y pidió el bautismo. El Bautista exclamó: “Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿tú vienes a mí?” (Mt 3,14). El Catecismo hace referencia a esta actitud humilde de Cristo en el n.536:

El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores.

Él, que no tenía mancha, que estaba inmaculado, pide ser lavado. El Agua más cristalina del mundo pide ser purificada. La Pureza Absoluta exige ser limpiada. Cristo es el Rey de la humildad. Si alguien podía exigir sus derechos era Cristo. Sin embargo, no buscó ser tratado de una manera especial, gozar de privilegios, aprovechar su posición de Mesías para facilitar las cosas para si mismo. Así era toda la vida de Cristo: una vivencia profunda de la virtud de la humildad.

La humildad de Jesucristo no es solamente la expresión de un pensamiento o sentimiento hacia su Padre, sino la entrega al desprecio, al abandono, a la condenación, a la ignominia. No buscó lo grande, se escondió en lo pequeño. Siendo Dios no sintió vergüenza ni se sintió raro al tomar carne en el seno de una virgen, al aparecer en una cueva, al morir en una cruz; aunque humanamente quizá no pudieran pensarse situaciones más contradictorias.

Toda la vida de Cristo era un “bautismo”, una humillación de si mismo, un olvidarse de si mismo, de sus privilegios... La verdadera humildad está en la entrega servicial y callada a los demás.

La falta de humildad está en la raíz de muchos de nuestros problemas. Si no hay diálogo en el matrimonio es porque falta la humildad; si no hay sumisión a la moral católica es porque falta humildad; si no hay práctica religiosa es porque creemos que podemos santificamos sin acudir a la fuente de la gracia que es la liturgia.

1.- Si quieres ser humilde, aleja de ti el sentimiento de inferioridad. La humildad no es creer que uno vale poco. Repetir frases como: “no sirvo para nada”, “yo jamás podría hacer esto”, no nos llevarán jamás a la verdadera humildad, sino sencillamente a la mediocridad.

2.- Si quieres ser humilde, ponte metas muy altas. “Mientras más grande la tarea, más chico se siente uno”, decía el P. Hurtado. No es soberbia querer llegar alto, construir algo grande. El mismo Señor la semana pasada nos invitaba a pasar por la puerta angosta, es decir, a escoger el camino más difícil, el menos transitado. El mismo nos dice que debemos ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. El que se pone metas altas, el que aspira a la santidad, muchas veces se caerá y fracasará, pero esa caída y ese fracaso será el comienzo de un verdadero camino de humildad.

3.- Si quieres ser humilde, que Dios sea siempre tu primer socio. Ante cualquier tarea, cualquier empresa, pedirle ayuda a Dios. Cuando tengas que preparar un examen, decirle: “¿Señor, porque no vienes a estudiar conmigo? Ante un negocio: “¿Señor, podrías guiar tú mis decisiones?” Ante un viaje: “¿Señor, podrías ser Tú mi copiloto?”. Mientras más nos acostumbremos a pedir a Dios su compañía y socorro, más humilde seremos, porque aprenderemos a reconocer que solo Él puede ayudarnos a realizar bien nuestra tarea. Repetir una y mil veces lo que dice uno de los salmos: “Si Dios no construye la casa, en vano trabajan los albañiles”. Convencerse que cualquier negocio que emprenda sin Dios, está destinado al fracaso, porque solo Dios da el verdadero éxito.

4.- Si quieres ser humilde, no dejes nunca de venir a Misa. No hay mejor escuela para aprender a ser humilde que la Eucaristía. Dios, creador del Cielo y de la Tierra, se queda en medio de nosotros en un trozo de pan. Pudiendo escoger el oro, elige el pan. Pan que se parte y se reparte para ser alimento para los demás. Es muy difícil que alguien que realmente viva la Eucaristía, salga del Templo con aires de soberbia.

5.- Si quieres ser humilde, confiésate con frecuencia. “La humildad, dice Teresa de Ávila, no es otra cosa que vivir en verdad”. Nada como el sacramento de la confesión para tomar conciencia de quienes somos verdaderamente. Confesarse ante Dios, ponerse de rodillas, es cumplir exactamente lo que Dios nos dice hoy en el Evangelio: “el que se humilla será ensalzado”.

6.- Si quieres ser humilde, no desprecies las correcciones. San Juan Bosco solía decir: “Si no tienes un amigo que te corrija, págale a tu enemigo para que lo haga”. A veces nos pasa que somos muy buenos para criticarnos personalmente, en reconocer nuestras faltas, en pedir perdón a Dios, pero basta que llegue otro y nos haga alguna corrección para que nos enfurezcamos y nos defendamos como leones. El que es quiere ser humilde, toma las correcciones y críticas, como si Jesús mismo fuese el que lo está corrigiendo.

7.- Si quieres ser humilde, reza el Rosario. Si hay alguna criatura que ha vivido la verdadera humildad, es María. Ella misma proclama: “Dios ha mirado la humillación de su esclava”. Sin María, nunca seremos suficientemente humildes.

El bautismo es un morir y un nacer

La vida cristiana, como toda vida, no es nada estática. La vida es un morir y un nacer constantes. El Catecismo habla sobre este misterio en el n.537:

Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con
Jesús, para subir con Él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y vivir una nueva vida.

La vida cristiana es cambio. Cada día que pasa algo tiene que morir dentro de nosotros y algo tiene que nacer. Cada día debemos ser menos egoístas, sensuales, vanidosos... y más como Nuestro Señor Jesucristo. Desgraciadamente, a veces lo contrario pasa: somos menos como Cristo y más como el diablo. Cristo exigió el cambio constante de sus seguidores al decir que tenían que seguirle todos los días por el sendero de la cruz.

Indudablemente la cruz es el verdadero rostro de Cristo. Sólo existe un Cristo, el crucificado, para quienes con sinceridad y autenticidad desean encontrarle y amarle.

La cruz es el “verdadero rostro de Cristo” y también del cristiano. Por el bautismo Dios nos invita a cambiar, a seguir al Crucificado, a morir a los vicios y renacer a las virtudes.

Tal vez alguien podría decir que no avanza y que tampoco retrocede en la vida cristiana, que vive su compromiso bautismal estáticamente. Esto es un engaño, porque la vida espiritual es siempre algo dinámico: o vamos adelante o retrocedemos. Cada hombre está metido en el mundo como en un río. Si quiere ser fiel a Cristo tiene que nadar contra corriente; de lo contrario, ésta le arrastra.

¡Qué pena da el ver a tantos, que se nombran cristianos, llevados por las corrientes del materialismo, del naturalismo, del consumismo...! Es todo lo opuesto de sus compromisos bautismales: renunciar a Satanás, a sus obras...

El bautismo nos pone en una nueva relación con cada persona de la Santísima Trinidad

En el bautismo de Cristo aparece la triple relación con Dios: el Padre le llamó Hijo (“Éste es mi Hijo amado”) y el Espíritu Santo descendió sobre Él (“...y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él”). Por medio del bautismo nosotros entramos en la “familia” de Dios: somos adoptados como hijos de Dios Padre; como consecuencia, somos hermanos del Hijo, Cristo; y somos templos del Espíritu Santo. Decir que tenemos “sangre azul” es poco. La vida divina, la vida que corre entre las tres divinas personas, corre en nosotros. El Papa San Gregorio Magno decía a los cristianos de entonces: “¡Cristiano, reconoce tu dignidad!”. Cada bautizado debe reconocer su grandeza.

Un niño crecía pobre en el bosque con quien pensaba era su papá, un leñador. Después de muchos años, un cortesano de la casa real pasó por allí y notó que el muchacho tenía un sello o tatuaje en el brazo; se dio cuenta quién era: era el hijo del rey. Años atrás, en tiempos de grandes convulsiones políticas, lo habían sacado del palacio real y abandonado en el bosque. El buen leñador lo había acogido como hijo. Cuando llevaron al muchacho al palacio hubo muchos cambios en su vida: ahora era el hijo del rey, el heredero, el príncipe sucesor; su comportamiento tenía que corresponder a su alta dignidad. Cuando nos bautizaron recibimos un sello en el alma que nos marcó como hijos de Dios Padre, hermanos de Cristo y templos del Espíritu Santo. Lo malo es que muchos cristianos no se dan cuenta de esta realidad y mucho menos se comportan según esta dignidad. Si nos diéramos cuenta de lo que somos como cristianos, ¡cómo cambiaría nuestra vida!

Por medio del bautismo se da una misión a cada cristiano

En el bautismo de Cristo se manifestó la misión mesiánica de Cristo, pues fue ungido con el Espíritu Santo. El bautismo cristiano da una misión a cada bautizado. Su misión es reproducir en su vida la imagen de Jesucristo, quien murió y resucitó por nosotros. Tiene que ser OTRO CRISTO.

No podemos imaginar una misión más sublime que esta. Es el ideal más alto. Es como si nos dijeran que tenemos que escalar el monte más alto de la tierra, el Monte Everest. Cada uno de nosotros tiene que escalar el “monte espiritual” más grande que hay: la imitación de Cristo. Cristo es tan rico en virtudes, en gracias y cualidades que ninguna persona es capaz de agotar o imitar las inmensas riquezas de Cristo. Por eso, cada uno tiene que imitarlo según su vocación, según su estado y condición de vida: el casado de una manera, el religioso de otra manera, el político de otra... Lo maravilloso es que cada persona es única e irrepetible y tiene la misión de imitar a Cristo también en una manera única e irrepetible.

Señor Dios, mientras tu Hijo era bautizado por Juan Bautista en el Jordán, ha orado. Tu voz divina ha escuchado su oración rasgando los cielos. También el Espíritu Santo se ha mostrado presente en forma de paloma.
¡Escucha nuestra oración! Te pedimos que nos sostengas con tu gracia para que podamos comportarnos verdaderamente como hijos de la luz.
Danos la fuerza de abandonar las ataduras del hombre viejo, para ser renovados continuamente en el Espíritu, revestidos e invadidos de pensamientos y sentimientos de Cristo.


A Tí, Señor Jesús, que has querido recibir de Juan Bautista el bautismo de penitencia, queremos dirigir nuestra mirada desde nuestro corazón para aprender a rezar como tú rezaste al Padre en el momento del bautismo, con el abandono filial y total adhesión a su voluntad. ¡Amén!