miércoles, 30 de marzo de 2016


Vivir en serio

Vivir en serio. Pero no con la seriedad de un semblante sombrío, ni con falta de alegría. Vivir –o tomarse la vida– en serio, es saber que nuestro tiempo es valioso. Que es mejor amar que odiar, y es mejor dar(se) que ahorrarse para nada. Es elegir algunas causas por las que dejarse la piel, batallas que te quiten el sueño, que te suban al cielo, que te arranquen sonrisas y te llenen de anhelo. Hay tantas facetas en cada historia donde podemos ponerlo todo en juego: el estudio, el trabajo, el amor, la familia, el cansancio, el descanso…

Tomarse en serio.  Es el reverso y lo complementario de saber reírse de uno mismo. Porque ambas cosas son necesarias.

Tomarse en serio es saber mirarse con ojos limpios en el espejo de la vida.
Es reconocer la debilidad pero sin sucumbir a ella.
Es enamorarse en varios momentos de la historia.
Es complicarse los días.
Es tropezar y volver a levantarse las veces que haga falta.
Es no cerrar la mente a las grandes preguntas que nos enfrentan con el amor, la muerte, y con el mismo Dios

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (20,17-28):

En aquel tiempo, mientras iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les dijo por el camino: «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará.»
Entonces se le acercó la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó: « ¿Qué deseas?»
Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.»
Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?»
Contestaron: «Lo somos.»
Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.»
Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.»

 Para la reflexión personal
• Santiago y Juan piden favores, Jesús promete sufrimiento. Yo, ¿qué le pido al Señor en la oración? ¿Cómo acepto el sufrimiento y los dolores que acontecen en mi vida?
• Jesús dice: “¡Entre ustedes no sea así!” Mi forma de vivir en comunidad, ¿concuerda con este consejo de Jesús?

Dar de beber al sediento
A veces llegar de una carrera y que te den a beber una lata de coca cola, más que quitarte la sed, te genera aún más ganas de seguir bebiendo. Cuando Jesús nos dice a cada uno de nosotros “dadles vosotros de beber”, confieso que me entra un poco de “miedo” porque no siempre es fácil encontrar lo que de verdad “quita la sed a cada uno”. Y digo a cada uno, porque he comprobado que “dar de beber al sediento” no es cuestión de tirar del primer bote de coca cola que tienes al lado  y sobre todo sabiendo que no podemos ir de “salvadores” por el mundo (aunque alguna vez lo hagamos sin mala intención).
Dar de beber al sediento es una tarea complicada, que implica a veces quedarse uno con sed, que implica aceptar que no somos nosotros los que vamos a darle ese “agua” tan necesitada. En algunas ocasiones seremos sólo buenos guías del camino para encontrarla. Otras, simples mediadores, puentes con otros, que serán los que de verdad les sepan dar de beber. Tanto en estas como en otras ocasiones, se requiere una valentía especial y sobre todo una actitud de humildad fuerte. Aceptar que aunque queramos ayudar a muchos, a todos, no podemos.

Ojalá sepamos en nuestro día a día dar de beber al sediento y en muchas ocasiones, encontrar las personas y las formas que otros nos enseñen, para dar de beber o incluso, para que otros den de beber por nosotros.
Todo hombre es llamado
Señor, Tú me llamas

  • Tú me has llamado, pero yo avanzo entre dudas. Tú me has escogido, pero me siento inseguro, siempre espero un gesto tuyo.

  • Me llamas a ser tu testigo entre los hombres; me invitas a dedicar mi vida al servicio de los demás.
                    
  • Toma, Señor, mis manos para que puedas seguir bendi­ciendo a los hombres.

  • Toma, Señor, mi cuerpo para que pueda acudir en ayuda de quienes me necesiten; toma, Se­ñor, mi corazón para que puedas seguir amando, a través de él a las personas que están a mi alrededor. 
              
  • Tú me llamas siempre, cuando lloro y cuando sufro; cuando trabajo y cuando amo, me llamas a la libertad.

ORACIÓN

PADRE
Que miras por igual a todos los hijos a quienes ves enfrentados

QUE ESTÁS EN LOS CIELOS
En tus cielos que envuelven lo creado y anidan en el corazón del hombre, en los humildes y en los que sufren violencia.

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE
En la boca de los que luchan por la paz y en los corazones que aspiran tenerla.

VENGA A NOSOTROS TU REINO
Tu reino de paz, de justicia y de amor. Y aleja de nosotros el reino del violento y del explotador.

HÁGASE TU VOLUNTAD
Que tu voluntad no sea ultrajada por los hijos de las tinieblas, del poder y del dinero.

ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO
Siempre y en todas partes. En los rincones más olvidados, desfavorecidos y castigados.

DANOS HOY NUESTRO PAN
Porque mañana puede ser tarde para los que sufre las consecuencias de la guerra y la violencia.

EL PAN DE CADA DÍA
Que está amasado con paz, con justicia y mucho amor. Aleja en nosotros el pan de la cizaña que siembra envidia y división.

PERDONA NUESTRAS OFENSAS
No como nosotros perdonamos, sino como Tú perdonas.

NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN
De almacenar lo que no necesitamos y otros necesitan; de vivir enfrentados y divididos.

LÍBRANOS DEL MAL
De las armas, del poder, del consumo; de ser agentes de mal y de padecerlo. Porque queremos vivir en paz.



 
“FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN”
Bienvenidos al colegio de nuevo. Mientras hemos estado de vacaciones hemos celebrado el mayor acontecimiento universal: “Jesús ha Resucitado”.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35):

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?»
Ellos se detuvieron preocupados.
Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?»
Él les preguntó: «¿Qué?»
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?»
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
REFLEXIÓN
La intención de los evangelistas al relatarnos lo que llamamos «apariciones de Jesús no es tanto contarnos «experiencias extraordinarias» e irrepetibles que tuvieron, cuanto darnos pistas que nos permitan, a los que no somos contemporáneos suyos, y no hemos conocido físicamente a Jesús, que también podamos tener una «experiencia de fe», es decir, que podamos también encontrarnos con Cristo Resucitado, reconocerle. 
            Estos dos discípulos se parecen mucho a nosotros. Representan a cualquier creyente, a todos los creyentes. Habéis notado que uno de ellos tiene nombre (Cleofás). Pero ¿quién es el otro? ¿Por qué San Lucas identifica sólo el nombre de uno de ellos?¿Un despiste? Según dicen algunos, Lucas tuvo cuidado de no indicarnos su nombre para que nosotros, al leerlo, pudiéramos ocupar su lugar, sentirnos identificados con él
             No llega él, ya no está ni estará más, les falta, todo son preguntas, cansancio y tristeza. Así que se alejan con su desconcierto y su desengaño. Esos «chismes de mujeres» que les han llegado sobre ángeles y apariciones, y la tumba vacía... no les han convencido en absoluto.
         Les pasa también hoy a muchos hermanos que se acercan a nuestra comunidad buscando a Dios, y les llenamos de palabras, de historias extrañas que no les ayudan. Y se alejan, se van, entristecidos, a «Emaús», a sus cosas de siempre.
                Estos discípulos van comentando entre ellos sus sentimientos, su dolor, sus frustraciones. Hay entre ellos una comunicación. No nos ha dicho Lucas que fueran amigos, y por eso, tuvieran confianza para contarse estas cosas. No. Sólo que eran dos discípulos, es decir: tenían en común el haber conocido a Jesús. Pero hablan entre ellos, se cuentan la vida... aunque esto no les saca de su confusión... Incluso cabe suponer que lo que hacen es agrandarse mutuamente su tristeza. Contarse sentimientos y vivencias es muy necesario y conveniente. Pero a menudo no es suficiente. Muchos hombres y mujeres reconocen no encontrar con quién compartir y desahogarse, y caminan tan solos... O si encuentran... pocas veces les sirve  a recibir un poco de luz, de ánimo, de fuerza.
            Hablan de que se han sentido desencantados con Jesús. «Nosotros esperábamos... pero...». Esperaban que él diese respuesta a sus deseos y necesidades. Habían escuchado su mensaje (Evangelio), le habían admirado y querido, habían convivido con él. Lo consideran todavía un gran personaje, «un profeta». Pero... «no tenían fe», no habían descubierto realmente quién era Jesús. Y al verle fracasar y sufrir, y ser rechazado por todos y entregado por las autoridades religiosas... no han sabido encajarlo.
           También es una experiencia conocida por muchos de nosotros. ¿Quién no se ha sentido desconcertado, decepcionado, lleno de dudas, cuando ha confiado en que Dios le ayudase, cuando se han encomendado a él en su oración... y no ha obtenido la respuesta que esperaban? O cuando le ha visitado la enfermedad, el dolor, la desgracia, la muerte de un ser querido... y Dios no estaba... O cuando te ha decepcionado la comunidad de seguidores de la que formabas parte... viéndoles miedosos, asustados, encerrados...
          No es extraño entonces optar por «alejarse» y olvidarlo todo. Esto de la fe, esto de la Iglesia parecía bonito... pero son «chismes de mujeres» y «fantasías» de unos pocos ¿ángeles, apariciones, sepulcros vacíos?
           Se les acerca un Caminante. No lo reconocen. ¿Cómo es posible para un discípulo no darse cuenta de quién les acompaña?  No nos han hablado de su aspecto, ni nos han dicho que hubiera en él nada de  especial. Uno que se les une y camina con ellos. Al menos, aquello que decía el Nazareno («fui forastero y me acogisteis, me disteis de comer...») sí que lo han puesto en práctica. 
         
 ¿No podría representar este caminante a lo que hoy llamamos un Catequista, un Acompañante en la fe, un hermano de comunidad?
           Este personaje se interesa por su vida, por la conversación que traen por el camino, se pone a la escucha. Y aunque para ellos es un perfecto desconocido, le abren el corazón. He aquí un segundo elemento importante en el proceso de la fe: Abrirse, confiar, desahogar el corazón. He aquí un elemento fundamental de todo el que quiera considerarse «pastor» y discípulo de Jesús: Interesarse por la vida de la gente, preguntar, escucharles, saber lo que les preocupa e inquieta.
              La respuesta de aquel Peregrino a todo lo que le cuentan es iluminarlo con las Escrituras. La vida, la muerte, el dolor, el fracaso, el sinsentido necesitan de una luz nueva. Y Jesús repasa con ellos todo lo que tenía que ver con él. Les ofrece su testimonio personal. Es éste un tercer elemento importantísimo en el camino de la fe: Conocer las Escrituras. ¿Acaso aquellos dos judíos no la conocían? Todo buen judío se preciaba de conocer a fondo la Ley y los Profetas. Pero... no habían sido capaces por sí mismos, de ponerlo en relación con lo que estaban viviendo. 
          Esa conversación (o Catequesis) les hace bien, aunque no ha sido suficiente. Le invitan a quedarse con ellos. No se invita a casa a un desconocido. Pero se han sentido escuchados y comprendidos, y les apetece seguir en su compañía. Su invitación es una auténtica oración, sencilla, breve, pero con corazón sincero: «Quédate con nosotros».
                El Peregrino acepta, entra, se pone a la mesa y repite los gestos que tantas veces había hecho con sus discípulos. No tenemos noticia de que Jesús partiera el pan de una forma «especial», rara o llamativa. Pero cuando están a la mesa juntos, le ven tomar el pan, pronunciar la bendición, partirlo y entregárselo... algo pasa. Ese gesto de «partir» supone abrirles el corazón, hacerles entender, dar sentido al sinsentido, ofrecerse a ellos, darse, hacerles echar de menos la Comunidad ...
          Y Jesús «desapareció». No dice Lucas que se asusten o sorprendan por ello. No estamos en una película de «fantasmas» o un capítulo de «Embrujada». Es un modo de decir que, una vez que el pan se ha partido, compartido, repartido y comido... el Señor está ya en otro sitio: en ellos mismos transformados y deseando contar a otros que el Señor está vivo... y les ha cambiado. Ahora comprenden a las mujeres, a Pedro, a Tomás... Tienen una experiencia común, una experiencia que compartir y contar. Una tarea misionera.

La resurrección de Jesús “es la base de nuestra fe y de nuestra esperanza” y demuestra que “el amor es más fuerte, el amor da vida, el amor hace florecer la esperanza en el desierto”

miércoles, 9 de marzo de 2016




La única preocupación
Hay una cosa importante en la vida: buscar. El hombre busca sin cesar el sentido de su existencia. Todo cuanto nos ofrece el mundo es perecedero y pasajero, todo nos contenta durante un tiempo o nos distrae durante unos segundos, pero sólo Dios nos colma eternamente. Por eso, aunque sea inconscientemente, le buscamos. El texto evangélico nos habla de un joven que bus­caba. Se sentía a sí mismo “bueno” pero notaba que le faltaba algo para ser feliz de verdad. Tenía casi todo para ser feliz pero le faltaba dar un paso más...
Palabra de Dios (Mt 19, 16-22)
Se le acercó un hombre y le dijo: “Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para alcanzar la vida eterna? Él le dijo: “¿Qué me preguntas acerca de lo que es bueno? El único bueno es Dios. Pero, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. Replicó “¿Cuáles?” Jesús dijo: “No matarás, no comentarás adulterio, no robarás, no levantarás falsos testimonios, honra a tu padre y a tu madre ama a tu prójimo como a ti mismo. El joven le dijo: “Todo eso lo he guardado desde pequeño. ¿Qué más hace falta?” Jesús le dijo: “Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cie­lo; después, ven y sígueme”. Al oír esto, el joven se fue muy triste, porque tenía muchos bienes... 
Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu señor
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: "Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.
Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: "Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo." El señor le respondió: "Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con qué sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene.
Alguien dijo una vez:
Siempre recibimos a cambio lo mismo que ofrecemos.
Trabaja como si no necesitaras el dinero.
Ama como si nunca te hubieran herido.
Baila como si nadie te estuviera mirando.
Señor, queremos descubrir los talentos que nos has dado y ponerlos a tu servicio. Enséñanos a ser generosos. Señor, te pedimos por los que sufren cada día la injusticia y la guerra, que seamos capaces entre todos de construir un mundo mejor.                          
APRENDER A SERVIR
Jesucristo vino al mundo para “servir” a la humanidad. Lo dijo en numerosas ocasiones. Y lo hizo durante toda su vida en la tierra.
Servir consiste en buscar siempre la felicidad del otro. Consiste en compartirlo todo.         Es el único medio de cambiar el mundo y de devolverle la capacidad de amar.            
Es una tarea difícil. Algunos dicen que es imposible. Jesús nos demuestra que no lo es tanto, Él lo consiguió y nos invita a que nosotros también lo intentemos. Pero... ¿cómo? Jesús nos da las pistas: mirando más allá de las apariencias; sirviendo y ofreciendo nuestra paciencia, nuestra alegría, nuestro perdón; caminando hasta el final, sin cansarnos y tirar la toalla a mitad de camino. Con Jesucristo los cristianos logran que la vida triunfe sobre el mal y la muerte.
Los cristianos, siguiendo al Señor Jesús, aprendemos a servir, a ofrecer lo mejor que tenemos para que el otro sea feliz. Los seguidores de Jesús tenemos que entender la vida como un tiempo para aprender a servir.              
Aprender a servir, explicando a un compañero el problema que no entiende. Aprender a servir, no criticando a los demás, sino ayudándoles a mejorar. Aprender a servir, cumpliendo con nuestras obligaciones. Aprender a servir, perdonando de corazón a aquellos que nos molestan. Aprender a servir, pensando siempre en la felicidad de los que están a mi alrededor.
TENGO ALGO QUE DECIRTE HOY
Piensa ahora mismo en alguien. Alguien a quien llevas tiempo queriéndole decir algo. Esa persona a quien no se lo has dicho porque te da vergüenza, porque está lejos, porque tienes miedo, porque no encuentras el momento...
Quizás quieras decirle GRACIAS por tantos favores que te hace, por tantas veces a tu lado cuando lo necesitas.
Quizás la palabra sea PERDÓN por haberle herido o haberle fallado.
Puede que quieras que escuche como sale de tus labios un TE QUIERO.
¿No crees que esas palabras merecen tanto la pena que sólo por ellas merece la pena vencer la vergüenza, el miedo y los problemas de agenda? ¿No crees que si has pensado ya en la persona a la que se lo dirías, es porque es más importante que las excusas?
Hoy plantéatelo. Acércate y dile a esa persona: HAY ALGO QUE TE TENGO QUE DECIR.
Vengo aquí esta mañana, mi Señor, a olvidar las prisas de mi vida. Ahora solo importas Tú, dale tu paz a mi alma.
Vengo aquí esta mañana, mi Señor, a encontrarme con tu paz que me serena. Ahora solo importas Tú, dale tu valentía a mi alma.


“QUE TU LUZ BRILLE”
Jesús les decía a sus discípulos:
“¿Acaso se trae una lámpara para taparla con una vasija de barro o ponerla debajo de la cama? ¿No es para ponerla encima de una mesa o de un candelero y que alumbre a toda la casa”.
Como dice Jesús… nadie enciende una vela para esconderla, sino para que dé luz. Ciertamente que parece evidente esto que hemos escuchado. Pues mirad.
Creo que en muchas ocasiones, todos nosotros podemos ser luz para todos los que nos rodean, pero en lugar de “ABRIRNOS” y dar nuestra luz, nos escondemos y no dejamos que la luz que llevamos dentro salga para alumbrar a los demás.
Quizá por miedo a SER AUTÉNTICOS, a ser gente que se preocupa por los demás, por ser compañeros atentos, cercanos a todos, y por miedo a “ser diferente”, escondemos esa luz que todos llevamos dentro, y que puede hacer tanto bien a los demás.
Es decir; nadie se compra un móvil para no usarlo; nadie compra una lavadora para luego lavar a mano, nadie compra un coche para dejarlo en el garaje… Por eso, ábrete a los demás, comparte tus cualidades con los que te rodean, sonríe, bromea, haz que la gente sea más feliz y consigue así que tu vida sea luz para los que te conocen, y no oscuridad.




              


miércoles, 2 de marzo de 2016

Ya estamos a mitad de curso y es un buen momento para ver cómo van las cosas. Es momento para revisar los propósitos de inicio de curso, los compromisos planteados en ese momento.

Para los cristianos la Cuaresma se presenta como un tiempo de revisión, de reflexión con un objetivo: convertirnos a Dios, cambiar hacia las actitudes que nos hacen ser más hijos de Dios, porque vamos a celebrar la Pascua, que es la fiesta de la resurrección, de la vida nueva, de la Vida con mayúsculas, la que Dios nos ofrece.

Puede que tradicionalmente se haya puesto el acento en el sacrificio, en lo que cuesta cambiar, en la penitencia, el ayuno… pero vamos a tratar de ver la Cuaresma en positivo: un momento en el que, deteniéndonos ante el ritmo acelerado de la vida, podamos descubrir el amor de Dios, que es el único que nos puede hacer cambiar desde el fondo de nuestro ser.

Una cuaresma para dar frutos
Un árbol es bueno cuando da frutos buenos. Y para que llegue a darlos, el árbol requiere muchos cuidados.
Lo primero que hay que hacer es preparar la tierra para plantarlo; ha de estar la tierra bien regada, sin malas hierbas ni piedras que impidan a sus raíces extenderse y agarrar profundamente la tierra.
Después, es necesario tener una gran paciencia para permitirle crecer a su ritmo. También es necesario darle tiempo para reponer fuerzas, para recobrar la salud. En una palabra, hay que estar pendientes de él con un gran cuidado. Al árbol hay que darle también sus oportunidades.
Hay que podar las ramas secas para que la savia pueda llegar sin dificultad hasta las ramas más pequeñas y más alejadas del tronco.
Hay que apuntalarlo para que resista las tempestades. Si es frágil y está mal cuidado, resistirá poco y será arrancado de cuajo. HAY QUE PRESERVARLO DE LOS BICHOS QUE SE COBIJAN EN ÉL Y LE destruyen quitándole las fuerzas.
Hay que preocuparse de él en todo momento. ¡Entonces sí que será capaz de dar los frutos esperados, sabrosos y nutritivos!
Nosotros somos parecidos a los árboles. Nuestros frutos son nuestras obras y nuestras palabras. Si permanecemos plantados en la Palabra de Jesús, en su Evangelio, entonces daremos frutos -nuestras obras y palabras- en las cuales se podrá saborear la Palabra de Jesús. Si nos preocupamos de que nuestras raíces estén asentadas en Jesús; entonces nuestros frutos serán frutos de amor y no de odio.
Ésta es la historia de un viajero que fue a parar a una ciudad de Francia. El caminante se admiró de ver la cantidad de canteros, albañiles y carpinteros dedicados a la construcción de un magnífico edificio para la Iglesia. Se acercó a uno de los canteros para interesarse por su trabajo.
– “¿Podría explicarme en qué consiste su trabajo?”, le preguntó.
El hombre, molesto por la pregunta, le contestó de mala forma:
– “Estoy picando estos bloques de piedra con el marrón y el cincel, y después los estoy ensamblando tal y como se me ha indicado para hacer un muro. Estoy sudando la gota gorda y además me duele muchísimo la espalda. Y para colmo, este trabajo me aburre y me paso el día soñando con el día en que pueda dejarlo.”
Ante tal respuesta, el viajero prefirió marcharse y charlar con otro cantero.
– ¿Podría explicarme en qué consiste su trabajo?”, preguntó nuevamente.
Y el segundo cantero le contestó:
– “Pues mire usted: como tengo mujer e hijos necesito un trabajo para ganarme un sueldo. Me levanto pronto cada mañana y vengo a picar la piedra, tal y como se me ordena. Es un trabajo repetitivo, como se puede imaginar, pero gracias a él puedo alimentar a mi familia, que es lo que me importa; estoy contento con tener este trabajo.”
Más animado por esta segunda respuesta, el forastero se acercó a otro trabajador.
– “Y usted, ¿qué está haciendo?”
Y el tercer cantero, con los ojos brillantes de emoción y con el dedo índice apuntando hacia el cielo, le contestó:
– “Estoy levantando una catedral. ¡Una preciosa catedral! No podría soñar con un trabajo más hermoso al que dedicar mi esfuerzo.”

Esta historia nos viene muy bien para meditar con qué actitud debemos vivir este tiempo de Cuaresma. Podemos ver la Cuaresma como una carga sin sentido, algo obsoleto y hasta rutinario, justo como veía su trabajo el primer cantero. O por el contrario, la podemos vivir como una oportunidad que nos da la Iglesia para sentirnos mejor con nuestro compromiso cristiano, y aprovechamos el ayuno para rebajar algunos kilos de más o para dejar momentáneamente algún vicio, y nos conformamos tal y como lo hizo el segundo trabajador.
Sin embargo, la mejor actitud para vivir la Cuaresma nos la presenta el tercer cantero, nos reta a ver el sentido real del ayuno, la oración y la caridad, que es ir construyendo una vida en santidad. Viviendo desde la esperanza de la Pascua de Resurrección y haciendo posible el reino de Dios en el aquí y ahora de nuestra vida.

Te invito a que hoy, a detenerte a pensar acerca de cómo has de vivir esta Cuaresma y cuál ha de ser la meta, recordando que estamos invitados a vivir en santidad… ¿Qué ayuno realizaremos? ¿Qué tiempo dedicaremos a orar? ¿A qué personas de la comunidad podríamos visitar para llevarle alegría y esperanza o ayudarle en alguna necesidad?
Dispuestos a vivir plenamente esta Cuaresma reflexionamos sobre las BIENAVENTURANZAS CUARESMALES
Felices quienes recorren el camino cuaresmal con una sonrisa en el rostro y sienten cómo brota de su corazón un sentimiento de alegría incontenible.
Felices quienes durante el tiempo de Cuaresma, y en su vida diaria, practican el ayuno del consumismo, de los programas basura de la televisión, de las críticas, de la indiferencia.
Felices quienes intentan en la cotidianidad ir suavizando su corazón de piedra, para dar paso a la sensibilidad, la ternura, la compasión, la indignación teñida de propuestas.
Felices quienes creen que el perdón, en todos los ámbitos, es uno de los ejes centrales en la puesta en práctica del Evangelio de Jesús, para conseguir un mundo reconciliado.
Felices quienes se aíslan de tanto ruido e información vertiginosa, y hacen un espacio en el desierto de su corazón para que el silencio se transforme en soledad sonora.
Felices quienes recuerdan la promesa de su buen Padre y Madre Dios, quienes renuevan a cada momento su alianza de cercanía y presencia alentadora hacia todo el género humano.
Felices quienes cierran la puerta a los agoreros, a la tristeza y al desencanto, y abren todas las ventanas de su casa al sol de la ilusión, del encanto, de la belleza, de la solidaridad.
Felices quienes emplean sus manos, su mente, sus pies en el servicio gozoso de los demás, quienes más allá de todas las crisis, mantienen, ofrecen y practican la esperanza de la resurrección a todos los desvalidos, marginados y oprimidos del mundo. Entonces sí que habrá brotado la flor de la Pascua al final de un gozoso sendero cuaresmal.
De esta manera Jesús les dijo, Jesús nos sigue diciendo hoy:
Dichosos los pobres “de cartera y de espíritu,” los que, a pesar de que llegar a fin de mes os cueste sudor, lágrimas y demasiadas horas extras, ayunáis de vuestro ego y compartís con los demás lo poco (cartera) o lo mucho (corazón) que tenéis.
Dichosos los que tenéis hambre de justicia, de paz, de fraternidad, y sois capaces de ayunar y poner a dieta a vuestros corazones del menú tan típico de las sociedades desarrolladas: “indiferencia rebozada con conformismo,” todo ello regado con “un buen vino de apatía.”
Dichosos los que ahora lloráis a las puertas de un mundo que os da con ellas una y otra vez en las narices, y sin embargo sois capaces de ayunar de las quejas, de la venganza y, sobre todo y lo más importante, de arrojar la toalla y daros media vuelta.
Dichosos seréis cuando vuestros mismos hermanos os obliguen, un día sí y otro también, a ayunar de un trabajo digno, de una tierra habitable, de una mano amiga, y lo soportéis y lo llevéis adelante en mi nombre...
Pero ay de vosotros, los ricos, que empacháis vuestras conciencias con el único ingrediente que nunca falta en vuestras mesas: la indiferencia.
Ay de los que hacéis la digestión tumbándoos a la bartola haciendo zapping con vuestro corazón, para no ver ni sentir a vuestros hermanos más pobres, más necesitados...
Ay de los que llenáis todos los días el carrito de la compra con silencios cómplices, sonrisas crueles, conciencias adormecidas...
Y ay, cuando vuestra gente brinde por vosotros y os invite a sus suculentas mesas, no sin antes desplegaros “la alfombra de los hombres de bien” para que no os extraviéis, no sea que acabéis en “alguna tasca” donde nadie os reconozca y... ¡menudo plan! no os dejen ocupar la mesa presidencial...

Así que de vosotros depende, amigos. El menú está servido. Si al finalizar esta Cuaresma llegáis con el corazón pesaroso, no acudáis a ningún dietista; la causa no es otra que una excesiva ingesta de calorías con un alto contenido en insolidaridad, indiferencia e intolerancia. Si, por el contrario, os presentáis con un corazón 10 en solidaridad, en amor y en compromiso, alegraos y disfrutad del Menú Pascual: Cristo resucitará en cada uno de vuestros corazones y saciará, y con creces, vuestra hambre de felicidad.