miércoles, 20 de noviembre de 2013

X Nuestro Padre San Francisco lo tenía claro, tenemos que vivir el Evangelio “sin glosa”, es decir, el retorno radical a la historia de Jesús que había quedado velada y borrada en infinidad de normas, costumbres y riquezas. No se trata de interpretar la Palabra, sino de escucharla.
Escuchar la Palabra es saber prepararle el terreno. Es el lugar donde cae la semilla, el factor que determina su rendimiento o no.Cuando oremos, no vayamos directamente a la Palabra, Solemos estar tremendamente dispersos. Hemos de volver a conquistar vista, oído, cuerpo, imaginación…

Escuchar la Palabra es reconocer que emite en una onda que sólo con la ayuda del Espíritu seremos capaces de captar. Antes de leer la Palabra pidamos su Luz, para no leerla ni escucharla al estilo de otras lecturas, Para no acercarnos a ella con sentidos críticos, de sabios… Para intentar descubrir en ella la voluntad del Señor sobre nosotros. Antes de leerla, pues, "¡Ven, Espíritu de Dios, sobre mí!"

Escuchar la Palabra es saber dónde se encuentra escrita. No basta con que sepamos que está en la Escritura. Debemos saber localizarla, escogerla de acuerdo con nuestras circunstancias. Dios habló a los hombres en circunstancias concretas. Y hoy también lo hace. Cuanto mejor conozcamos la Palabra, mejor oraremos y ayudaremos a orar.

Escuchar lo Palabra es saber leerla. Cada lector debe darse cuenta de que es una especie de sembrador, Y cada semilla hay que depositarla en la tierra de la forma y en la cantidad precisa. Por eso, al leer, debemos cuidar de hacerlo despacio y ajustándonos en el tono de voz al tipo de texto que leemos.

Escuchar la Palabra es saber acogerla. La Palabra, como la simiente, es como un niño que precisa todos los cuidados para que se arraigue en la vida y crezca,
Propongo un método sencillo:
◊ Una vez escuchada, repitamos trozos de esa palabra en nuestro interior.
◊ Pasémosla después a nuestro corazón, intentando sintonizar con los sentimientos que tuvo, por ejemplo, Cristo, en el momento de pronunciarla.
◊ Deja que esa Palabra recorra todos los rincones de tu vivir, sobre todo los más resecos.
◊ Esa misma Palabra que Dios nos ha dicho, devolvámosela a El. Entablemos conversación amistosa con El a propósito de ella.
◊ Hasta llegar, si es posible, a un momento de contemplación en que tan sólo le miremos nos sintamos mirados, en que nos quedemos amándole.

Pero, por encima de métodos, escuchar la Palabra es ponernos en las manos del Padre para convertirnos en instrumentos de su voluntad. Y así lo supo plasmar de una forma muy bonita el Hermano Carlos de Foucauld (Fucol), fundador de los Hermanitos de Jesús, en su “Oración del abandono”:

Padre,
me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea, te doy gracias.
Estoy dispuesto a todo;
lo acepto todo
con tal de que tu voluntad
se cumpla en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo ninguna otra cosa, Padre.
Te ofrezco mi vida.
Te la doy con todo el amor
de que soy capaz.
Porque te amo
y necesito darme:
ponerme en tus manos,
sin medida,
con una infinita confianza.
Porque Tú eres mi Padre.
Amén.

X Pero lo más importante de todo, es que esta actitud ante la Palabra nos lleve a alabar a Dios nuestra Padre, al igual que nos lo propuso el propio San Francisco para cada hora del día:
Santo, santo, santo el Señor Dios todopoderoso,
que es, que era y que vendrá.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.


Digno es el Señor Dios nuestro de recibir
la alabanza, la gloria, el honor y la bendición.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.


Digno es el cordero degollado de recibir la fuerza y la divinidad
y la sabiduría y la fortaleza y el honor y la gloria y la bendición.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.


Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.


Obras del Señor, bendecid al Señor.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.


Decid las alabanzas a nuestro Dios todos sus siervos
y los que teméis a Dios, pequeños y grandes.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.


Lo alaben glorioso el cielo y la tierra
y todas las criaturas que existe en el cielo,
en la tierra y bajo la tierra y el mar y cuanto contiene.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.


Como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Alabémosle y ensalcémosle por los siglos.

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