miércoles, 27 de abril de 2016

 
TOLERANCIA

Enero 1110. Toledo. La ciudad de Toledo da un ejemplo de tolerancia y respeto cultural al mundo entero con la creación y mantenimiento de su Escuela de Traductores. Este ejemplo perdurará para siempre.

En la ciudad de Toledo se produce un hecho nuevo en la historia de la humanidad. Consiste en la unión de tres razas y culturas, con frecuencia adversarias y en guerra entre ellas, para defender y difundir el patrimonio cultural de la humanidad.

Sabios y filósofos judíos, cristianos y árabes comparten desde hace breve tiempo la tarea de conservar y traducir las obras clásicas de la antigüedad. Sus trabajos se centran en divulgar la obra del filósofo Aristóteles, maestro de la filosofía griega del que no se habla desde hace casi seiscientos años.

Gracias a este esfuerzo común de los sabios de la Escuela de Traductores de Toledo, que no reparan en diferencias étnicas ni religiosas, se están salvando multitud de obras clásicas de las que tan sólo se conserva un ejemplar, y que de no ser por ellos se perderían para siempre.

Entre los grandes maestros que allí trabajan hay que citar a: Al-Farabí, Averroes, Avicena, Juan de España, Miguel Scoto... Nombres que la humanidad debe recordar no sólo como modelo de ciencia, sino también como ejemplo de respeto entre razas y culturas.

Nuestra sociedad actual favorece una cultura en la que hay un nuevo intercambio étnico entre pueblos del Norte y Sur. En lugar de desconfiar y desacreditarnos, hay que volver la mirada a ejemplos de respeto como el que nos ofrece la Escuela de Traductores de Toledo.



Vivir a corazón abierto - ¿De quién es partidario mi corazón?

«Donde está tu tesoro allí está tu corazón» (Mt 6, 23)
De vez en cuando conviene volver a hacerse esa pregunta.
¿Dónde pongo las expectativas, los anhelos, las ilusiones? Si es en un espejo o es en el dinero, o en la comodidad o la diversión. O en los aplausos, o el éxito. O en algunos nombres. O en la fe. Y la justicia. Y la gente.
Es importante saber qué es lo que me llena, lo que me inquieta, lo que me ocupa y me preocupa, a lo que le doy la oportunidad de quitarme la tranquilidad. Porque ahí es donde estoy viviendo con más implicación.
¿Dónde está hoy tu corazón?   
El valor de las palabras 
Parece mentira, todo lo que pueden llegar a hacer. Cómo acunan o cómo golpean. Cómo hieren o cómo acarician y sanan. Sinceras o falsas, pensadas o espontáneas… son uno de nuestros mayores tesoros. Las decimos, las escribimos, las leemos y compartimos. Aprendemos con las palabras prestadas de otros, y quizás también nosotros llegamos a decir algo que merezca la pena… para alguien. Hablamos, y en el hablar y en la escucha, a veces, nos encontramos… Jesús es Palabra de Dios. Palabra auténtica, de amor y pasión por nosotros. ¿Y yo? ¿Qué palabra soy?
Mejor callar
Hay palabras que es mejor no decir.
Porque no hacen falta.
Porque juzgan sin intentar comprender.
Porque son falsas.
Palabras de maledicencia o de crítica injusta, de chismorreo y de condena.
Palabras innecesarias, o cháchara para llenar silencios que asustan.
Palabras de burla que ignoran el dolor del débil.
Palabras que apuñalan por la espalda.
Es mejor callar aquello en lo que sabemos que no estamos siendo honestos, o aquello que no diríamos en persona.
Aquello que levanta muros y genera desconfianzas y fracturas.
Es mejor callar lo que envenena los sueños y marchita las vidas. ¿Qué palabras están de más en tu hablar?
¿Qué sería mejor callar?
               El amor verdadero no se pesa
«Dad y os darán: recibiréis una medida generosa, apretada, remecida y rebosante» (Lc 7, 38)

               Decía Calderón de la Barca: «Que cuando amor no es locura no es amor».
               Y es que dar paso a la lógica divina del amor es una locura para cualquiera. Cuando leemos el evangelio con el corazón nos damos cuenta de que el amor de Dios no es cicatero. No se puede calcular. Ni se mide ni se pesa. La medida de la generosidad de Dios es tan desconcertante, abundante y tan difícil de imaginar como las estrellas del universo; tan difícil de medir como los granos de arena de una playa; tan sin fin como las gotas de un inmenso océano.
               Así, en el evangelio, el padre misericordioso no calculó el amor con el hijo pródigo. Lo derrochó. Y el que contrató a los jornaleros de la última hora y les dio el mismo salario que al resto, no reservó su extrema generosidad.

               Cuando somos capaces de liberarnos de las cadenas de una deuda y abandonamos nuestros precisos cálculos, permitimos que en nuestra vida entre un Amor que solo puede crecer. Siempre es más y no sabe de números. Tiende a infinito y brota a borbotones. 

miércoles, 20 de abril de 2016

Un nuevo miércoles, pero en este caso no es un miércoles cualquiera, es el anterior a la confirmación de nuestros chicos, y aquí de nuevo reunidos para orar, y para pedirte Señor que les acompañes en este camino que han decidido tomar.
Buen momento para reflexionar sobre lo que significa la oración, para pensar que entendamos que es el mejor camino para mantener viva la llama del Espíritu que desciende sobre nosotros el día de nuestra confirmación
 Palabra de Dios (Lc 6,12; Lc 5,15)  
“Por aquellos días fue Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios.  Su fama se extendió mucho, y mucha gente acudía para oírlo y para que les curase las enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios para orar”.   
Reflexión. Oración de un joven de 18 años
¿Mi oración? Es algo muy simple y al mismo tiempo muy complejo. Es hablar con Dios, darle gracias, pedirle, estar con Él, alabarle, recordarle durante todo el día. En la oración, como en la vida, se pasan temporadas de todo: gustos sensibles, sequedad, cansancio, alegría, esperanza...
La oración es una vivencia del Espíritu y, como todo lo que es del Espíritu, resulta difícil concretar y a veces también de experimentar. La oración para mí es cavar en un terreno seco en el que, de vez en cuando, encuentras un manantial de agua fresca. Ese encuentro te alegra tanto, te dan tanta fuerza, que sigues de nuevo cavando y cavando aunque tardes en volver a encontrar agua.   
¿Dificultades? ¡Muchas: cansancio, desánimo, falta de ganas de quedarte en soledad con Dios. Cuando las cosas van bien, es más fácil. Te siente “recompensado” por Dios. Pero cuando no obtienes lo que pides... ¡qué difícil es aceptar que ése es el plan de Dios para ti! ¿Gozos? ¡También muchos! Dios se te hace presente y un solo instante de su compañía hace que te sientas tan feliz como el que más.  
Oración:
Despierta, Señor, nuestros corazones, que se han dormido en las cosas y ya no tienen fuerza para amar.  
Despierta, Señor, nuestra ilusión que se ha apagado en ilusiones pobres.   
Despierta, Señor, nuestras ganas de felicidad, porque nos perdemos en diversiones caducas.   
Despierta, Señor, nuestro corazón que se ha interesado y no sabe del amor que se entrega gratuitamente al pobre.  
Despierta, Señor, todo nuestro ser, porque hay camino que sólo se hacen con los ojos abiertos para reconocerte. 

Al tocar la luz del día mis ojos, Señor,
mi corazón se levanta hacia tí en busca de tu mirada.
Escucha las palabras de quien siente la vida de nuevo,
y estate atento, Señor; cercano a mi mano abierta,
Dá respuesta a mi pregunta; ayúdame en mi inquietud,
tú que eres mi Señor, en quién yo confío.

A tí abro mi ser, mis ganas de vivir, mi despertar;
de mañana en tus manos pongo mis miedos, mis ilusiones;
de mañana, en tus ojos pongo la pureza u sinceridad
de mi búsqueda.
de mañana en tu camino, quiero dirigir mis pasos.
Oye mi voz, Señor, tu que eres bueno y compasivo
y alienta mi vida que busca en tí luz y calor.

Mira, Señor, mi corazón pobre, que como un gorrioncillo
busca abrigo en tus manos, toma mi arcilla
y moldéala según los proyectos que tienes para mí este día
Quiero estar ante tus ojos y dejarme penetrar por tu mirada;
delante de tus ojos, Señor, me siento pequeño y frágil.
Derrama al comenzar la mañana tu ternura y tu bondad
para que mi corazón se sienta fuerte y animoso.

Señor, aparta de mi camino el mal que me rodea,
y no dejes que este día la mentira se adueñe de mí.
dame mansedumbre y humildad para que mi corazón, Señor,
no sea hoy violento ni haga juego sucio a nadie.
Confío en la abundancia de tu amor y camino hacia tí
firme de que me acoges en tu casa. Haz. Señor,
que camine hoy en tu presencia y que tema apartarme de tí.

Guíame, Señor, tu que eres bueno y santo;
guíame hacia la luz y que camine como hijo de la luz;
guíame y allana mi camino para que sea fiel a tu ley.
y tu camino, Señor, Sea hoy la pasión de mi corazón joven,
y que tu Espíritu Santo me ayude en cada paso.

Que mi boca, Señor, sea hoy la expresión de mi interior;
que mis palabras arranquen de lo profundo y sean verdaderas.

Señor, dame un corazón limpio para que te pueda ver,
Señor, dame un corazón de pobre para que viva hoy tu reino,
Señor, dame un corazón misericordioso, para que derrame misericordia,
Señor, dame un corazón lleno de paz, para que sea hijo tuyo,
Señor, dame un corazón que tenga hambre y sed de justicia
para que sea saciado y haga tu voluntad;
Señor, dame un corazón manso para que posea la tierra,
Que mi corazón se alegre y se regocije hoy,
porque todo lo espero de Tí Dios mío.

A tí me acojo, Señor, al comenzar el día, protégeme.
En tí pongo mi confianza como un niño en su madre, ayúdame.
A tí abro mis proyectos y los planes de este día, acompáñame
A tí ofrezco lo que soy y lo que tengo, acógelo.
A tí que eres Dios de la vida, te pido fuerza, anímame.
Mi corazón te ama y, lleno de gozo exulta en tí.

Bendíceme, Señor, guíame por el camino justo;
como un gran escudo defiéndeme, sé mi fortaleza.
Que tus alas, Señor, me cobijen y guarden
mientras yo voy viviendo el día de hoy.

Ayúdame Señor a amar lo que soy y como soy
Señor te doy gracias por lo que soy, por lo que tengo.
Aunque no me suela dar cuenta de tantas y tantas cosas.
Hoy señor te ofrezco mi trabajo y mi esfuerzo.
Porque hoy si sé lo que soy y lo que tengo.
Gracias, Señor


miércoles, 13 de abril de 2016

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (8,1-8):

Aquel día, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaria. Unos hombres piadosos enterraron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Saulo se ensañaba con la Iglesia; penetraba en las casas y arrastraba a la cárcel a hombres y mujeres. Al ir de un lugar para otro, los prófugos iban difundiendo el Evangelio. Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.
REFLEXIÓN
Acabamos de escuchar que “aquel día, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaria”. Y es precisamente esta persecución la que hace posible la difusión del evangelio por las regiones vecinas. Así comienza la segunda etapa del programa misionero propuesto por Jesús “Seréis mis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra”. Lo que a los ojos humanos era huida y dispersión, un auténtico castigo, en los misteriosos designios divinos se convierte en una nueva oportunidad para que la Palabra de Dios se difunda en otros corazones.
En esta campaña misionera el diácono Felipe es el nuevo protagonista. De hecho, su misión en Samaría  fue todo un éxito: al anuncio de la Buena Noticia del evangelio sigue la liberación y transformación de aquellas gentes que ven cómo su ciudad se llena de alegría. Donde había oscuridad, ahora hay luz.
En mucha ocasiones sucede que los fracasos y momentos difíciles de la vida, si se viven con fe y esperanza en Dios, dan paso a grandes bendiciones que nos ayudan a madurar  y a crecer como personas y como cristianos. Por algo se dice que el momento más oscuro de la noche es el que precede al amanecer: pero hay que saber esperar la luz...Dios está siempre en el horizonte.
Cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida esa es la fuerza y seguridad de todo cristiano. Esa fue la actitud de la Santísima Virgen: “Hágase en mi según tu palabra”. No hay mayor tranquilidad en la vida que saber que estoy haciendo lo que Dios mi Padre espera de mí, que soy su hijo.
  
Jesús es un aventurero.

El responsable de publicidad de una compañía o el que se presenta como candidato a las elecciones prepara un programa detallado, con muchas promesas.
Nada semejante en Jesús. Su propaganda, si se juzga con ojos humanos, está destinada al fracaso.
Jesús promete a quien lo sigue procesos y persecuciones. A sus discípulos, que lo han dejado todo por él, no les asegura ni la comida ni el alojamiento, sino sólo compartir su mismo modo de vida.

El pasaje evangélico de las bienaventuranzas, verdadero “autorretrato” de Jesús, aventurero del amor del Padre y de los hermanos, es de principio a fin una paradoja, aunque estemos acostumbrados a escucharlo:
- “Bienaventurados los pobres de espíritu..., bienaventurados los que lloran..., bienaventurados los perseguidos por... la justicia..., bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Evangelio de Mateo 5, 312).

Pero los discípulos confiaban en aquel aventurero. Desde hace dos mil años y hasta el fin del mundo no se agota el grupo de los que han seguido a Jesús. Basta mirar a los santos de todos los tiempos. Muchos de ellos forman parte de aquella bendita asociación de aventureros. ¡Sin dirección, sin teléfono, sin fax...!

¿Valoras tú como importante el pertenecer al grupo de los seguidores de Jesús?
El Sacramento de la Misericordia
En el año de la misericordia, el papa Francisco quiere que todos podamos experimentar la misericordia en primera persona. Quiere que todos podamos sentir y «palpar», de forma concreta, que Dios no está nunca lejos, y que si volvemos a El, siempre está preparado para abrazarnos, como el Padre de la parábola. De ahí que en el horizonte del jubileo no pueda faltar una clara y explícita referencia al sacramento del perdón, de la reconciliación o de la Misericordia, que nos ayuda a vivir y a experimentar en nuestra propia carne la cercanía del amor de Dios y su misericordia.
Durante el año Jubilar, Francisco enviará Misioneros de la Misericordia, como un signo de la solicitud materna de la Iglesia por el pueblo de Dios. Los obispos podrán disponer de sacerdotes que durante este tiempo estarán más disponibles para la predicación al pueblo y para facilitar que nadie se quede sin ser atendido en sus deseos de acercarse al sacramento, de forma que permita también a muchos hijos alejados encontrar el camino de regreso hacia la casa Paterna.
Nos ha recordado Francisco numerosas veces cómo a la edad de diecisiete años, un día que tenía que salir con sus amigos, decidió pasar primero por una Iglesia. Allí se encontró con un sacerdote que le inspiró una confianza especial, de modo que sintió el deseo de abrir su corazón en la Confesión. Aquel encuentro, dice Francisco «¡me cambió la vida! Descubrí que cuando abrimos el corazón con humildad y transparencia, podemos contemplar de modo muy concreto la misericordia de Dios. Tuve la certeza que en la persona de aquel sacerdote Dios me estaba esperando, antes de que yo diera el primer paso para ir a la iglesia. Nosotros le buscamos, pero es Él quien siempre se nos adelanta, desde siempre nos busca y es el primero que nos encuentra».
Dios es paciente con nosotros porque nos ama. Y quien ama, dice Francisco, «comprende, espera, da confianza, no abandona, no corta los puentes y sabe perdonar». Recordémoslo: Dios no se cansa de perdonar. Dios nos espera siempre, aunque nos hayamos alejado. Es hermoso «descubrir el confesionario como lugar de la Misericordia y dejarse tocar por ese amor misericordioso del Señor que siempre nos perdona».
«Cada uno de nosotros es esa oveja perdida, esa moneda perdida, ese hijo que derrochó su libertad... Pero Dios no nos olvida, el Padre no nos abandona nunca. Es paciente y espera siempre. Respeta nuestra libertad, pero permanece siempre fiel [...] y su corazón está en fiesta por cada hijo que regresa».
La experiencia del perdón de los pecados es que es algo que no podemos dárnoslo a nosotros mismos. El perdón se pide y es un regalo de Dios, un don del Espíritu Santo. Recordemos que es un sacramento que se celebra en el contexto eclesial. El sacerdote no solo representa a Dios, sino también a la comunidad, que se reconoce frágil en sus miembros y por eso alienta y acompaña. En esa solidaridad y «comunión de los santos», tomamos conciencia de que los pecados no se cometen solo contra Dios, sino también contra los hermanos.
El Catecismo de la Iglesia nos habla de los «efectos» del sacramento del perdón: la reconciliación con Dios, con la Iglesia, la recuperación del estado de gracia y amistad con Dios, paz, serenidad, consuelo del Espíritu y aumento de la fuerza espiritual para el combate cristiano.
No te preocupes -recuerda Francisco- de la vergüenza que quizá sientas al acercarte. «Incluso esta es saludable, pues nos hace humildes». Te sentirás liberado y en paz, al sentir que, aún en tu vergüenza, el sacerdote te escucha, te acoge y en nombre de Dios te perdona. Celebrar el sacramento será para ti un momento de gracia en el que te puedes ver envuelto en el abrazo caluroso de la infinita misericordia del Padre.
El sacerdote sabe lo que es el pecado, pues también es un penitente en busca de perdón. Sabe, igualmente, que no es dueño del sacramento, sino un fiel servidor del perdón de Dios; por eso no hará preguntas impertinentes, sino que escuchará con el cariño de un Padre, deseoso de hacer sentir a su hijo la misericordia. Sí, realmente, los sacerdotes han de ser siempre misioneros de la misericordia. No sólo durante la Cuaresma del Año Santo, sino siempre.



miércoles, 6 de abril de 2016

Jesús es el Amigo cercano que se sitúa en nuestro camino y en nuestra realidad concreta, para acompañarnos e iluminarnos como hizo con los discípulos de Emaús cuando iban desanimados  con sus esperanzas frustradas. Todos recorremos con frecuencia el camino de Emaús, desanimados y sin esperanzas. Es fácil soñar despiertos y esperar realidades ajenas a la vida concreta y real. Es fácil soñar conquistas y éxitos; pero no nos resulta fácil reconocer a Jesús cuando estamos encerrados en nuestro pequeño mundo, en sus esquemas y sueños. Pero Él, Jesús de Nazaret, sigue caminando con nosotros como con los discípulos de Emaús y nos devuelve la esperanza si nos abrimos a su persona.

Alguien dijo encontrar a Dios en la naturaleza,
y yo corrí hacia el mar, crucé campos y senderos,
miré en espigas y en flores. Todo hablaba de Dios,
de su poder, de su cuidado y esmero.
Pero no vi a Dios, no estaba allí.
Sólo sabía de Él, rumores y recuerdos.

“Pregunta a los sabios de Dios”, otros dijeron.
Busqué al místico, al teólogo y al alma;
acudí a templos y monasterios.
Escuché santas ideas, comentarios, oraciones, sentimientos...
Ellos vivían con Dios, pero yo no logré verlo.

“Dios bajó hace ya tiempo; busca en los barrios,
en la lucha del hombre por el hombre”, sugirieron.
Busca en la selva, en la cárcel, en las chabolas...”
Y sólo hallé recuerdos, recuerdos de algo que Él dijo,
de interpretaciones, de ideas y de sueños.
Pero Dios no estaba allí; se fue hace tiempo.

Entonces, desencantado, creí que no estaba en ningún sitio,
o que estaba demasiado lejos.
Y busqué en mi corazón otros asuntos.
Al mirar allí, en mi corazón, sentado entre injusticias
y entre miedos, entre dudas, rencores y esperanzas,
entre buenos y malos sentimientos,
estaba Dios sentado y esperando.

Me fui a contárselo a la gente, mi gran descubrimiento.
Y, entonces, encontré que Dios estaba en las montañas,
en las flores, en los monasterios, en los barrios,
en la cárcel, en la Iglesia, en la Biblia...
Resulta que Dios estaba en todos sitios
cuando lo había encontrado dentro.


Cuentan que un día, hace miles de años, una bellota lloró durante semanas bajo un roble anciano. Éste compadeciéndose al fin de ella, le preguntó:
 
—¿Qué te atormenta hermosa bellota? ¿Cuál es el motivo de tu aflicción?

Durante un corto espacio de tiempo contuvo su llanto, sorprendida porque aquel enorme árbol le hubiese llamado hermosa a ella, minúscula y ridícula... No, ni aunque un bosque entero la hubiera llamado hermosa, hubiera creído serlo.

—¿Cómo puedes llamarme hermosa, a mí, que soy tan pequeña que apenas alcanzo a percibir la luz del sol que tapan tus ramas?

—Creo que eres hermosa. Y me entristece que pienses que la belleza sólo se encuentra en el tamaño. ¿Tendría que llorar yo entonces contemplando la montaña? Y ya que has contestado a mi pregunta con otra, permíteme interrogarte de nuevo: ¿Acaso el lirio es menos bello que el río? ¿Crees que el estruendo de la tormenta es más hermoso que el canto del ruiseñor? La belleza se encuentra en el corazón que aprecia aquello que le rodea, indistintamente de su tamaño. Tú serás tan hermosa a mis ojos como yo quiera verte.

—Pero aun así, aunque de verdad fuera bella... ¿De qué me sirve? No valgo para nada. Dime tú, sabio roble, ¿Para qué disfrutar del viento y la luz cuando vivía en tus ramas, si ahora estoy en el suelo cubierta de un polvo que apenas me permite ver? Cuando caí con mis hermanas al menos disfrutaba de su compañía, pero vinieron los cerdos y se las comieron, esparciendo sus cáscaras alrededor de mí.

—Hija mía ¿Ni siquiera te sientes privilegiada por ello? ¿No te acuerdas cuando te acunaba en las noches serenas y te protegía con mis hojas de la lluvia... ? Yo sabía que tú eras especial, única. Te he cuidado y te he mimado porque dentro de ti se encuentra la luz fecunda que ahora desconoces. Eres mi predilecta desde que te vi nacer.

—No lo entiendo. No sé de qué me hablas. ¿Por qué he de ser especial? Mírame bien, soy una bellota menuda, rota, amarga... ¿aun así dices que soy bella y especial? La tierra intenta tirar de mí, y no sé por qué aún me resisto. ¿Cuál es la razón de mi existencia? Soy muy joven pero ya me siento morir. Todo lo que me rodea son motivos de desánimo, no encuentro razones para ser feliz. No puedo ser feliz.

—Querida bellota, te resistes inútilmente a tu destino. Te esfuerzas en vano. Cuantas más energías destines a permanecer fuera de la tierra, antes morirás.

—¿Y así intentas consolarme? Desde siempre te he admirado, tú que eres grande y robusto... incluso te he envidiado. Pero con el tiempo me he conformado con ser lo que soy. Un apéndice de ti, un trocito de madera que arrojaste al suelo para ser devorado por los animales. No he pretendido ser más que eso. Ahora veo que mi vida carece de sentido. Para morir así, hubiese preferido no vivir. Esa es la causa de mi llanto sabio roble.

—Ha llegado la hora de contarte tu gran secreto. En realidad no eres un apéndice de mí, un estorbo inútil en mis ramas, ni tampoco comida para los animales. Eres un roble, disfrazado con la pequeñez que hace humilde al bueno y soberbio al que se deja llevar por el mal. Pero para convertirte en un roble como yo, debes morir primero. En tu alma llevas la impronta de mi ser, la potencialidad que te convertirá en árbol. Te pudrirás y el roble que llevas en tu interior te desgarrará la piel, dividirá tu corazón de semilla. La transformación es dolorosa. Pero te aseguro que es la única puerta a la felicidad. No creas que ese dolor es gratuito.

En ese momento la semilla se inundó de una paz y una alegría intensa. Su lamento se trocó en canto de esperanza, y dejó que la madre tierra, poco a poco, la acogiera en su seno, soñando con convertirse en un hermoso roble.

Pasaron los años, y el roble joven disfrutaba de la incipiente primavera. Una pequeña oruga trepó trabajosamente por su tronco y se detuvo en una rama. Comenzó a expulsar seda por su boca y a encerrarse en una crisálida. Con voz triste y cortés dijo:

—Permíteme que me aloje aquí, será sólo por unos días. Creo que se acerca el fin del mundo. Me parece que voy a morir pronto. No te preocupes por la seda, el viento la arrancará cuando yo sólo sea polvo.

Apenas transcurrida una hora, la oruga rompió a llorar.

—Hermosa oruga –dijo el joven árbol- ¿Por qué lloras?

—¿Hermosa dices? Déjame en paz; ¿Y no te he dicho que voy a morir? ¿No te basta así que además tienes que atormentarme con tu ironía? Ya llega el fin del mundo...

El velo de la noche lo cubrió todo. La oruga, cansada de llorar se durmió. El árbol inclinó su rama, protegiéndola del viento, y susurrando murmuró:

—Querida oruga, aquello que tú llamas el fin del mundo, el resto del mundo lo llamará... MARIPOSA.

Señor, desde nuestra búsqueda, desde nuestra ignorancia,
desde nuestras dudas, venimos ante ti.
Acéptalas como nuestra ofrenda de hoy, la única que podemos hacerte,
la única que sabemos.
Te manifestamos nuestro deseo de encontrarte,
nuestra voluntad de buscarte. Ayúdanos,
ven en socorro de nuestra debilidad y de nuestra ignorancia.
sabemos, Señor, que estás empeñado en encontrarnos,
en que te encontremos. Condúcenos Tú hasta que seas la experiencia
más viva de nuestro corazón.


Enséñanos Señor a Vivir como semilla