TOLERANCIA
Enero 1110. Toledo. La ciudad de Toledo da un ejemplo de
tolerancia y respeto cultural al mundo entero con la creación y mantenimiento
de su Escuela de Traductores. Este ejemplo perdurará para siempre.
En la ciudad de Toledo se produce un hecho nuevo en la
historia de la humanidad. Consiste en la unión de tres razas y culturas, con
frecuencia adversarias y en guerra entre ellas, para defender y difundir el
patrimonio cultural de la humanidad.
Sabios y filósofos judíos, cristianos y árabes comparten
desde hace breve tiempo la tarea de conservar y traducir las obras clásicas de
la antigüedad. Sus trabajos se centran en divulgar la obra del filósofo
Aristóteles, maestro de la filosofía griega del que no se habla desde hace casi
seiscientos años.
Gracias a este esfuerzo común de los sabios de la Escuela de
Traductores de Toledo, que no reparan en diferencias étnicas ni religiosas, se
están salvando multitud de obras clásicas de las que tan sólo se conserva un
ejemplar, y que de no ser por ellos se perderían para siempre.
Entre los grandes maestros que allí trabajan hay que citar
a: Al-Farabí, Averroes, Avicena, Juan de España, Miguel Scoto... Nombres que la
humanidad debe recordar no sólo como modelo de ciencia, sino también como
ejemplo de respeto entre razas y culturas.
Nuestra sociedad actual favorece una cultura en la que hay
un nuevo intercambio étnico entre pueblos del Norte y Sur. En lugar de
desconfiar y desacreditarnos, hay que volver la mirada a ejemplos de respeto
como el que nos ofrece la Escuela de Traductores de Toledo.
Vivir a corazón abierto - ¿De quién es partidario mi
corazón?
«Donde está tu tesoro allí está tu corazón» (Mt 6, 23)
De vez en cuando conviene volver a hacerse esa pregunta.
¿Dónde pongo las expectativas, los anhelos, las ilusiones?
Si es en un espejo o es en el dinero, o en la comodidad o la diversión. O en
los aplausos, o el éxito. O en algunos nombres. O en la fe. Y la justicia. Y la
gente.
Es importante saber qué es lo que me llena, lo que me
inquieta, lo que me ocupa y me preocupa, a lo que le doy la oportunidad de
quitarme la tranquilidad. Porque ahí es donde estoy viviendo con más
implicación.
¿Dónde está hoy tu corazón?
El valor de las palabras
Parece mentira, todo lo que pueden llegar a hacer. Cómo
acunan o cómo golpean. Cómo hieren o cómo acarician y sanan. Sinceras o falsas,
pensadas o espontáneas… son uno de nuestros mayores tesoros. Las decimos, las
escribimos, las leemos y compartimos. Aprendemos con las palabras prestadas de
otros, y quizás también nosotros llegamos a decir algo que merezca la pena…
para alguien. Hablamos, y en el hablar y en la escucha, a veces, nos
encontramos… Jesús es Palabra de Dios. Palabra auténtica, de amor y pasión por
nosotros. ¿Y yo? ¿Qué palabra soy?
Mejor callar
Hay palabras que es mejor no decir.
Porque no hacen falta.
Porque juzgan sin intentar comprender.
Porque son falsas.
Palabras de maledicencia o de crítica injusta, de chismorreo
y de condena.
Palabras innecesarias, o cháchara para llenar silencios que
asustan.
Palabras de burla que ignoran el dolor del débil.
Palabras que apuñalan por la espalda.
Es mejor callar aquello en lo que sabemos que no estamos
siendo honestos, o aquello que no diríamos en persona.
Aquello que levanta muros y genera desconfianzas y
fracturas.
Es mejor callar lo que envenena los sueños y marchita las
vidas. ¿Qué palabras están de más en tu hablar?
¿Qué sería mejor callar?
¿Qué sería mejor callar?
El amor
verdadero no se pesa
«Dad y os darán: recibiréis una medida generosa, apretada,
remecida y rebosante» (Lc 7, 38)
Decía
Calderón de la Barca: «Que cuando amor no es locura no es amor».
Y es que
dar paso a la lógica divina del amor es una locura para cualquiera. Cuando
leemos el evangelio con el corazón nos damos cuenta de que el amor de Dios
no es cicatero. No se puede calcular. Ni se mide ni se pesa. La medida de la
generosidad de Dios es tan desconcertante, abundante y tan difícil de imaginar
como las estrellas del universo; tan difícil de medir como los granos de arena
de una playa; tan sin fin como las gotas de un inmenso océano.
Así, en
el evangelio, el padre misericordioso no calculó el amor con el hijo
pródigo. Lo derrochó. Y el que contrató a los jornaleros de la última
hora y les dio el mismo salario que al resto, no reservó su extrema
generosidad.
Cuando
somos capaces de liberarnos de las cadenas de una deuda y abandonamos nuestros
precisos cálculos, permitimos que en nuestra vida entre un Amor que solo puede
crecer. Siempre es más y no sabe de números. Tiende a infinito y brota a
borbotones.