Las siete obras de misericordia son el gran
discurso del juicio final (Cf. Mateo 25, 31-46). A quienes han llevado a cabo
estas obras de amor, el evangelio de Mateo los llama "justos". Estos
justos no se asombran de haber hecho esas buenas obras por la gente, sino de
haber dado de comer y de beber, visitado y vestido a Cristo. Porque "lo que hacéis con uno de estos mis pequeños, lo hacéis
conmigo".
Jesús puso el mensaje de la misericordia de Dios en el centro de su predicación.
Él trató a la gente de manera misericordiosa y así enseñó a obrar a los que le
siguieron. En el discurso de la misión -que viene después de varias curaciones-
les dio poder para curar toda enfermedad y toda dolencia (Cf. Mt 10, 1).
Podemos pensar que obrar con caridad y
misericordia en nuestro mundo puede ser poco eficaz y que lo válido sería
organizar la beneficencia a nivel estatal. Es cierto, hay que organizarse, sin
embargo que la vida política haga su parte no evita que cada uno hagamos la
nuestra; ya que el trato con el otro nos hace más humanos. Por otro lado, los
cristianos no debemos institucionalizar las palabras de Jesús y estar abiertos
a practicar la misericordia donde sea. La actitud fundamental de las catorce
obras es la de tratar a los demás con la misericordia con la que Dios nos ha
tratado a nosotros. Y es que seamos religiosos o no, cada uno es responsable de
sí y de su hermano que le reclama. Es la única manera de cambiar el mundo y la
historia en lo que Dios quiere.
1. Dar de comer al
hambriento: comparto contigo.
Cuando
damos de comer a un hambriento, hemos de tratarlo como a un rey y no como a un
mendigo molesto. Hemos de hacerle sentir su dignidad regia. Cuando Jesús habla
de hambre, no se refiere sólo al estómago que protesta. Con la invitación, "dadle vosotros de
comer" (Mt 14, 16), nos encomienda la misión de dar de comer y distribuir los recursos
con nuestras manos. Por eso decía Santo Tomás de Aquino que "la justicia sin compasión es crueldad". Esta obra de misericordia supone primero dar
gracias a Dios por lo que tenemos y darlo a los demás multiplicado (Cf. Mt 14,
13-21).
2. Dar de beber al
sediento: comparto contigo.
Asegurar el acceso al agua sana
para todos es una tarea política y económica. Pero por mi parte, el que yo
invite a otro a un vaso de agua, es un signo de hospitalidad en el que le
demuestro mi interés por él.
El evangelio de Juan pone en
labios de Jesús en la cruz estas palabras: "Tengo sed". Así se
cumplió la Escritura pero ningún hombre le dio de beber. "Cuando Jesús tomó el vinagre dijo: 'Todo
está cumplido'. E inclinando la cabeza entregó el Espíritu" (Jn 19, 30). Es en la cruz donde Jesús prueba y apura hasta
la última gota de nuestro odio y nuestro rechazo y así llega su amor a la consumación.
¡Cuántos hermanos mueren de sed, como Cristo, ante nuestra indiferencia!
Sin embargo, para Jesús la sed
es imagen de un anhelo más profundo: el de amar. Cuando habla con la samaritana
le hace ver la necesidad que tiene de un amor verdadero y la imposibilidad de
saciarla sólo con el afecto humano. Esta obra de misericordia supone dar a
beber a los sedientos de amor y acercarles a Jesús: el agua viva.
3. Vestir al desnudo:
comparto contigo.
Cuentan que San Martín se
encontró con un mendigo y rasgó su capa en dos para vestirlo. Él no sabía que
ese mendigo era Cristo en persona. Simplemente compartió su vestido porque se
le conmovió el corazón. Hoy, hay personas, que dan sus ropas a la parroquia;
así cumplen con el mandato de Jesús. Pero el Señor se refiere a otra cosa.
El desnudo no siempre es el
pobre. En el paraíso, Adán y Eva estaban desnudos, vivían en armonía con Dios,
pero tras el pecado original, se dieron cuenta de que estaban desnudos. Esa
vergüenza la conoce quien no puede esconder ante los demás lo íntimo de sí; el
que ha sido puesto en evidencia, o se ha desnudado a sí mismo. El desnudo
también es aquel que tiene que llevar ropas caras de marca porque le dan
confianza en sí mismo. Vestirlos significaría no abochornarles por su desnudez
y mostrarles su verdadero valor.
4. Dar posada el
peregrino: te acojo.
Israel siempre ha considerado
sagrada la hospitalidad. Jesús nace forastero en Belén y vive como extranjero
en Egipto; de ahí su cercanía y su respecto por los forasteros. Los discípulos
de Emaús, al invitar a un caminante a cenar, reconocen en él -al partir el pana
Cristo. Acoger a los forasteros ha adquirido hoy una dimensión política.
Debemos preguntarnos en qué
medida cumplimos hoy la exigencia de hospitalidad formulada por Jesús. Esta
obra de misericordia nos recuerda que cada uno de nosotros tiene oportunidades
suficientes para abogar por los forasteros, respetar su dignidad y protegerla
cuando no es defendida por nadie. 5. Redimir al cautivo: te visito. "Estuve en la cárcel y acudisteis
a mí" (Mt 25, 36). Los discípulos de Jesús establecen relación con la cárcel muy poco
tiempo después de la muerte y resurrección del Maestro.
Los
Hechos de los Apóstoles nos cuentan que "el ángel del Señor, por
la noche, abrió las puertas de la cárcel, los sacó... (Hch 5, 18,20). Un poco después, Pedro está en
la cárcel, atado con dos cadenas entre dos soldados. Por la noche le visita un
ángel, las puertas se abren y él sale a la calle. Quizá Dios desee enviarnos
como ángeles a este o aquel encarcelado para que soltemos sus cadenas. A los
presidiarios se les trata como leprosos y quedan estigmatizados para toda la
vida. Ninguno de nosotros tenemos garantía alguna de no entrar en conflicto con
las leyes y a llegar a ser condenados e ir a la cárcel. La tradición cristiana
ha entendido la quinta obra corporal como liberación de los cautivos: cautivos
en el calabozo de la angustia, en la prisión de la depresión, en la de la
soledad. Practicar misericordia consiste en no rehuir a quien está en esa
situación, tomarlo en serio y no juzgarlo. El incluso visitarlo.
6. Visitar a los enfermos:
Te visito y te escucho.
"Visitar"
denota nuestro interés por el otro. El Nuevo Testamento habla continuamente de
que Jesús cura a los enfermos; unos ser acercan a Él y a otros los visita. En
esta obra de misericordia se nos dice que en cada enfermo visitamos a Cristo
enfermo. Por eso, además del gesto de humanidad podemos descubrir el misterio
del sufrimiento. En el modo en que una comunidad trata a sus enfermos se pone de
manifiesto si está en consonancia o no con esta obra de misericordia. Sólo el
Espíritu de Jesús nos hace comprender que el valor de un hijo de Dios, enfermo
o sano, está en ser amado por él.
7. Enterrar a los muertos:
hablo bien de ti y rezo por ti.
"Enterrar"
expresa el respeto y la valoración de la persona. El entierro de Jesús lo
organiza José de Arimatea y por eso queda imposibilitado para celebrar la
Pascua. Las mujeres deseaban prepararle a Jesús un entierro digno, ungiendo su
cadáver una vez pasado el sábado. Todos ellos hacen algo porque le querían.
Hoy
en día, en las grandes ciudades, hay muchísimos entierros anónimos. En esta
tendencia se hace visible algo de nuestra inhumanidad. Una manera de vivir hoy
la séptima obra de misericordia es la de participar en el entierro de las
personas que han significado algo para nosotros, decir cosas bellas, estar
presente junto a sus familiares. Y participar de la Eucaristía,
porque
con ese gesto, afirmamos, que en esa persona, ahora difunta, habitó Cristo mismo
y resplandeció algo de su misterio.
LA
MISERICORDIA: REFLEJO DE NUESTRO BARRIO.
El
Papa Francisco, en Agosto de 2003 les decía a sus catequistas de Buenos Aires: "Hoy el Señor nos invita a
abrazar nuestra fragilidad como fuente de un gran tesoro". Nosotros, como educadores,
hemos de reconocernos vasija y camino, porque aquel que se reconoce vulnerable
puede conmoverse (moverse-con) y compadecerse (padecer-con) de quien está caído
al borde del camino. Actitudes de quien sabe reconocer en el otro su propia
imagen , mezcla de tierra y tesoro, y por eso no la rechaza. Esto nos parece
difícil porque nos miramos más el ombligo que al hermano. Pero lo han vivido de
manera feliz y natural muchos cristianos. Nosotros nos fijamos en Francisco de
Asís y, en especial, en la época en la que vivió como penitente las obras de
misericordia.
LAS
OBRAS DE MISERICORDIA Y LA TERCERA ORDEN FRANCISCANA.
“Bajaba
un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después
de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto” (Lc 10,30). Al cabo de un rato, un
sacerdote y un levita, pasaron de largo, porque tenían prisa y no querían
ensuciarse las manos. Fue un extranjero de Samaría, mal visto por los judíos,
el que se acercó, lo curó, y pagó a un posadero, para que lo cuidara mientras
él regresaba de su viaje. “¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo? - le preguntó
Jesús al jurista-. Éste contestó: -El que practicó la misericordia con él.
Jesús le respondió: 'Vete y haz tú lo mismo'” (Lc 10,36-38).
Esta
propuesta es la que impulsó a San Francisco a salir por los caminos para ayudar
al hermano herido. ¡Y vaya si lo encontró! En medio de un camino se topó con un
leproso y tras darle un abrazo, le cambió la vida.. Él lo cuenta así: "El Señor me dio de esta
manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como
estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el
Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos" (Testamento 1 -2).
La
tradición de la Tercera
Orden Regular de
San Francisco, nos habla de la práctica de las obras de misericordia, en
diferentes momentos y lugares, a lo largo de la historia. Los penitentes
franciscanos ser extienden por España desde principios del s. XIII, curando
heridos en hospitales del camino de Santiago, enterrando muertos abandonados,
dando de comer a niños sin recursos, velando enfermos. Será en el s. XIX -tras
la desamortización de Mendizábal- cuando comiencen a practicar las obras de
misericordia espirituales entre las que destacan: enseñar al que no sabe, dar
buen consejo al que lo necesita, perdonar las ofensas, rezar por vivos y
difuntos, etc.
LA MISERICORDIA EN LA COMUNIDAD EDUCATIVA
El descubrirse necesitado y amado a la vez
potencia en nosotros los sentimientos de misericordia. Nadie da lo que no
tiene. Por eso, este curso podemos hacer "tareas sociales" con cada
obra corporal de misericordia. Primero porque nos hacen más humanos y, segundo
porque sabemos que Jesús está presente en
cada uno de nuestros prójimos.
Fr.
Manuel Romero TOR
MIRA DE NUEVO
Mirar de nuevo nos ayuda a:
1.- Salir de nosotros mismos y mirar lo que nos
rodea.
2.-
Descubrir las cosas buenas que hay a nuestro alrededor: las personas que nos quieren, los gestos de
cariño, la naturaleza que hay que cuidar...
3.- Reconocer a las personas que lo pasan regular
y nos necesitan: los compañeros que están
más solos, los que se pierden en clase, los que no tienen tantas cosas como yo...
4.- Ser más conscientes de las
injusticias de nuestro mundo para que no pasemos de largo cuando traten mal a alguien,
cuando no se diga la verdad, cuando se es egoísta...
5.- Observar nuestra vida y reconocer qué cosas
pasan por nuestro corazón, cuándo se nos
arruga o cuándo se nos agranda: con los enfados, el cariño, la violencia, la alegría...
6.- Reconocer en qué cosas me voy contagiando cada vez más de Jesús y en qué me tendría
todavía que parecer más a Él, y así ser más comprensivo, más amable, más amigo, más paciente; en definitiva... ¡más feliz!
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