miércoles, 14 de enero de 2015


Este pasado domingo hemos celebrado El Bautismo de Jesús por esto, para comenzar este momento de oración compartiremos la lectura del santo evangelio según san Marcos (1,7-11):

En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma.
Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.»


Toda la vida de Cristo era un bautismo, una humillación de si mismo, un olvidarse de si mismo, de sus privilegios.

Por: P. Fintan Kelly | Fuente: Catholic.net

Cristo no tuvo miedo de humillarse

Cuando Cristo se metió en la cola para esperar su turno de ser bautizado, seguramente San Juan Bautista no sabía que hacer. Llegó el Mesías delante de él y pidió el bautismo. El Bautista exclamó: “Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿tú vienes a mí?” (Mt 3,14). El Catecismo hace referencia a esta actitud humilde de Cristo en el n.536:

El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores.

Él, que no tenía mancha, que estaba inmaculado, pide ser lavado. El Agua más cristalina del mundo pide ser purificada. La Pureza Absoluta exige ser limpiada. Cristo es el Rey de la humildad. Si alguien podía exigir sus derechos era Cristo. Sin embargo, no buscó ser tratado de una manera especial, gozar de privilegios, aprovechar su posición de Mesías para facilitar las cosas para si mismo. Así era toda la vida de Cristo: una vivencia profunda de la virtud de la humildad.

La humildad de Jesucristo no es solamente la expresión de un pensamiento o sentimiento hacia su Padre, sino la entrega al desprecio, al abandono, a la condenación, a la ignominia. No buscó lo grande, se escondió en lo pequeño. Siendo Dios no sintió vergüenza ni se sintió raro al tomar carne en el seno de una virgen, al aparecer en una cueva, al morir en una cruz; aunque humanamente quizá no pudieran pensarse situaciones más contradictorias.

Toda la vida de Cristo era un “bautismo”, una humillación de si mismo, un olvidarse de si mismo, de sus privilegios... La verdadera humildad está en la entrega servicial y callada a los demás.

La falta de humildad está en la raíz de muchos de nuestros problemas. Si no hay diálogo en el matrimonio es porque falta la humildad; si no hay sumisión a la moral católica es porque falta humildad; si no hay práctica religiosa es porque creemos que podemos santificamos sin acudir a la fuente de la gracia que es la liturgia.

1.- Si quieres ser humilde, aleja de ti el sentimiento de inferioridad. La humildad no es creer que uno vale poco. Repetir frases como: “no sirvo para nada”, “yo jamás podría hacer esto”, no nos llevarán jamás a la verdadera humildad, sino sencillamente a la mediocridad.

2.- Si quieres ser humilde, ponte metas muy altas. “Mientras más grande la tarea, más chico se siente uno”, decía el P. Hurtado. No es soberbia querer llegar alto, construir algo grande. El mismo Señor la semana pasada nos invitaba a pasar por la puerta angosta, es decir, a escoger el camino más difícil, el menos transitado. El mismo nos dice que debemos ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. El que se pone metas altas, el que aspira a la santidad, muchas veces se caerá y fracasará, pero esa caída y ese fracaso será el comienzo de un verdadero camino de humildad.

3.- Si quieres ser humilde, que Dios sea siempre tu primer socio. Ante cualquier tarea, cualquier empresa, pedirle ayuda a Dios. Cuando tengas que preparar un examen, decirle: “¿Señor, porque no vienes a estudiar conmigo? Ante un negocio: “¿Señor, podrías guiar tú mis decisiones?” Ante un viaje: “¿Señor, podrías ser Tú mi copiloto?”. Mientras más nos acostumbremos a pedir a Dios su compañía y socorro, más humilde seremos, porque aprenderemos a reconocer que solo Él puede ayudarnos a realizar bien nuestra tarea. Repetir una y mil veces lo que dice uno de los salmos: “Si Dios no construye la casa, en vano trabajan los albañiles”. Convencerse que cualquier negocio que emprenda sin Dios, está destinado al fracaso, porque solo Dios da el verdadero éxito.

4.- Si quieres ser humilde, no dejes nunca de venir a Misa. No hay mejor escuela para aprender a ser humilde que la Eucaristía. Dios, creador del Cielo y de la Tierra, se queda en medio de nosotros en un trozo de pan. Pudiendo escoger el oro, elige el pan. Pan que se parte y se reparte para ser alimento para los demás. Es muy difícil que alguien que realmente viva la Eucaristía, salga del Templo con aires de soberbia.

5.- Si quieres ser humilde, confiésate con frecuencia. “La humildad, dice Teresa de Ávila, no es otra cosa que vivir en verdad”. Nada como el sacramento de la confesión para tomar conciencia de quienes somos verdaderamente. Confesarse ante Dios, ponerse de rodillas, es cumplir exactamente lo que Dios nos dice hoy en el Evangelio: “el que se humilla será ensalzado”.

6.- Si quieres ser humilde, no desprecies las correcciones. San Juan Bosco solía decir: “Si no tienes un amigo que te corrija, págale a tu enemigo para que lo haga”. A veces nos pasa que somos muy buenos para criticarnos personalmente, en reconocer nuestras faltas, en pedir perdón a Dios, pero basta que llegue otro y nos haga alguna corrección para que nos enfurezcamos y nos defendamos como leones. El que es quiere ser humilde, toma las correcciones y críticas, como si Jesús mismo fuese el que lo está corrigiendo.

7.- Si quieres ser humilde, reza el Rosario. Si hay alguna criatura que ha vivido la verdadera humildad, es María. Ella misma proclama: “Dios ha mirado la humillación de su esclava”. Sin María, nunca seremos suficientemente humildes.

El bautismo es un morir y un nacer

La vida cristiana, como toda vida, no es nada estática. La vida es un morir y un nacer constantes. El Catecismo habla sobre este misterio en el n.537:

Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con
Jesús, para subir con Él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y vivir una nueva vida.

La vida cristiana es cambio. Cada día que pasa algo tiene que morir dentro de nosotros y algo tiene que nacer. Cada día debemos ser menos egoístas, sensuales, vanidosos... y más como Nuestro Señor Jesucristo. Desgraciadamente, a veces lo contrario pasa: somos menos como Cristo y más como el diablo. Cristo exigió el cambio constante de sus seguidores al decir que tenían que seguirle todos los días por el sendero de la cruz.

Indudablemente la cruz es el verdadero rostro de Cristo. Sólo existe un Cristo, el crucificado, para quienes con sinceridad y autenticidad desean encontrarle y amarle.

La cruz es el “verdadero rostro de Cristo” y también del cristiano. Por el bautismo Dios nos invita a cambiar, a seguir al Crucificado, a morir a los vicios y renacer a las virtudes.

Tal vez alguien podría decir que no avanza y que tampoco retrocede en la vida cristiana, que vive su compromiso bautismal estáticamente. Esto es un engaño, porque la vida espiritual es siempre algo dinámico: o vamos adelante o retrocedemos. Cada hombre está metido en el mundo como en un río. Si quiere ser fiel a Cristo tiene que nadar contra corriente; de lo contrario, ésta le arrastra.

¡Qué pena da el ver a tantos, que se nombran cristianos, llevados por las corrientes del materialismo, del naturalismo, del consumismo...! Es todo lo opuesto de sus compromisos bautismales: renunciar a Satanás, a sus obras...

El bautismo nos pone en una nueva relación con cada persona de la Santísima Trinidad

En el bautismo de Cristo aparece la triple relación con Dios: el Padre le llamó Hijo (“Éste es mi Hijo amado”) y el Espíritu Santo descendió sobre Él (“...y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él”). Por medio del bautismo nosotros entramos en la “familia” de Dios: somos adoptados como hijos de Dios Padre; como consecuencia, somos hermanos del Hijo, Cristo; y somos templos del Espíritu Santo. Decir que tenemos “sangre azul” es poco. La vida divina, la vida que corre entre las tres divinas personas, corre en nosotros. El Papa San Gregorio Magno decía a los cristianos de entonces: “¡Cristiano, reconoce tu dignidad!”. Cada bautizado debe reconocer su grandeza.

Un niño crecía pobre en el bosque con quien pensaba era su papá, un leñador. Después de muchos años, un cortesano de la casa real pasó por allí y notó que el muchacho tenía un sello o tatuaje en el brazo; se dio cuenta quién era: era el hijo del rey. Años atrás, en tiempos de grandes convulsiones políticas, lo habían sacado del palacio real y abandonado en el bosque. El buen leñador lo había acogido como hijo. Cuando llevaron al muchacho al palacio hubo muchos cambios en su vida: ahora era el hijo del rey, el heredero, el príncipe sucesor; su comportamiento tenía que corresponder a su alta dignidad. Cuando nos bautizaron recibimos un sello en el alma que nos marcó como hijos de Dios Padre, hermanos de Cristo y templos del Espíritu Santo. Lo malo es que muchos cristianos no se dan cuenta de esta realidad y mucho menos se comportan según esta dignidad. Si nos diéramos cuenta de lo que somos como cristianos, ¡cómo cambiaría nuestra vida!

Por medio del bautismo se da una misión a cada cristiano

En el bautismo de Cristo se manifestó la misión mesiánica de Cristo, pues fue ungido con el Espíritu Santo. El bautismo cristiano da una misión a cada bautizado. Su misión es reproducir en su vida la imagen de Jesucristo, quien murió y resucitó por nosotros. Tiene que ser OTRO CRISTO.

No podemos imaginar una misión más sublime que esta. Es el ideal más alto. Es como si nos dijeran que tenemos que escalar el monte más alto de la tierra, el Monte Everest. Cada uno de nosotros tiene que escalar el “monte espiritual” más grande que hay: la imitación de Cristo. Cristo es tan rico en virtudes, en gracias y cualidades que ninguna persona es capaz de agotar o imitar las inmensas riquezas de Cristo. Por eso, cada uno tiene que imitarlo según su vocación, según su estado y condición de vida: el casado de una manera, el religioso de otra manera, el político de otra... Lo maravilloso es que cada persona es única e irrepetible y tiene la misión de imitar a Cristo también en una manera única e irrepetible.

Señor Dios, mientras tu Hijo era bautizado por Juan Bautista en el Jordán, ha orado. Tu voz divina ha escuchado su oración rasgando los cielos. También el Espíritu Santo se ha mostrado presente en forma de paloma.
¡Escucha nuestra oración! Te pedimos que nos sostengas con tu gracia para que podamos comportarnos verdaderamente como hijos de la luz.
Danos la fuerza de abandonar las ataduras del hombre viejo, para ser renovados continuamente en el Espíritu, revestidos e invadidos de pensamientos y sentimientos de Cristo.


A Tí, Señor Jesús, que has querido recibir de Juan Bautista el bautismo de penitencia, queremos dirigir nuestra mirada desde nuestro corazón para aprender a rezar como tú rezaste al Padre en el momento del bautismo, con el abandono filial y total adhesión a su voluntad. ¡Amén!

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