miércoles, 11 de noviembre de 2015

Buenos días, Señor

Palabra de Dios (Mc. 4, 26-29)

También les dijo: “El Reino de Dios es como un hombre que echa una semilla en la tierra. Lo mismo si está dormi­do como si está despierto, sí es de noche como si es de día, la semilla sin que él sepa cómo, germina y crece. La tierra por sí misma da el fruto: primero la hierba, luego la espiga, después el grano gordo en la espiga. Y cuando el fruto está maduro, el hombre echa la hoz porque es el tiempo de la cosecha.

Reflexión

Cada día que amanece es una oportunidad que Dios te da para empezar de nuevo. La vida, tu vida, es como esa se­milla que va creciendo sin que apenas lo percibas. Apro­vecha este día como si fuera el único que vas a vivir: mira la vida con ojos nuevos, ve el lado bueno de las cosas, disfruta de la amistad, de la compañía de aquellos a quie­nes amas y sé feliz. Al final del día, pon todo en manos de Dios con la confianza que da el saber que te ama inmensamente, así como eres.

Buenos días
Señor: Me cuesta comenzar el día,
porque sé que es una nueva tarea,
un nuevo compromiso, un nuevo esfuerzo.
Ayúdame a comenzarlo con entusiasmo, 
con alegría, con ilusión nueva.
Sé que estás a mi lado:
en mi familia
en mis amigos,
en las cosas, en mi propia persona.
¡Buenos días, Señor!

ARRIÉSGATE
El escultor contemplaba un tronco de madera noble que tenía delante y, entornando los ojos, descubrió en él, como al trasluz, una talla perfecta y luego otra y otra... en un desfile interminable. No eran seres imaginarios, no; eran reales. Estaban allí dentro. Su oficio consistiría en rescatar a aquellas criaturas liberándolas de su prisión de madera. Pero al tomar la gubia se sintió totalmente paralizado. Desde el corazón de aquel tronco, millones de seres levan­taban los brazos clamando por su liberación. Salvar a uno era abandonar a muchos, pero no elegir era excluir a to­dos. Y ¿cómo renunciar a salvar a aquella única criatura que le era posible?...
Y sintió un estremecimiento, porque intuyó de pronto que el tronco era su propia vida; las figu­ras ocultas, los mil posibles modos de vivirla, y que él mismo debía elegir un único destino y tallarlo con sus propias manos.

Palabra de Dios (Lc. 9, 23-26)
Jesús les decía a todos: “El que quiera venir en pos de mi niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Por­que el que quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la salvará. ¿Qué le vale al hombre ganar el mundo entero si se pierde o se destruye a sí mis­mo? Porque si alguien se avergüenza de mí y de mi doc­trina, el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga con su gloria y con la del Padre y los santos ánge­les.

Reflexión
Jesús te anima a tomar tu vida, elegir tu destino y tallarlo. Él ha ido delante, dando ejemplo. Arriésgate para ganar la vida; para ser feliz, hay que entregarla por los demás. Je­sús te recuerda que no puedes seguirle a medias, pues si te avergüenzas de Él, no eres digno de su Reino.

LA CONQUISTA DE UNO MISMO      
El sabio Platón solía decir a sus discípulos que “la conquista de sí mismo es la mayor de las victorias”. Tenía toda la razón: no hay tarea más difícil que el correcto dominio de uno mismo. Y ¿qué quiere decir conquista o dominio de uno mismo? Significa saber ordenar adecuadamente la inteligencia y el corazón para que sepan buscar la verdad, realizar el bien en el ejercicio de su libertad.
A veces, los hombres llevan a cabo conquistas científicas y técnicas espectaculares, pero no son capaces de dominar su egoísmo y hacer una opción clara y decidida por la solidaridad y la fraternidad.
“Conquistarse a uno mismo” significa, en definitiva, poner lo mejor de uno mismo al servicio de los demás. Cuando te esfuerzas por “ser más” a favor del prójimo, cuando tu “ser libre” se realiza con los otros y para los otros has logrado la mayor de las victorias; dejar de ser una persona egoísta y comenzar a ser una persona solidaria.

Como una piña
Jesús en la última reunión que tuvo con sus discípulos, dirigió esta oración a su Padre: “No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”.

Reflexión
Es fácil hablar de paz, de unión, de amistad... ¿Hacemos algo para conseguir que aumenten en nuestra familia, en nuestra clase, en nuestro grupo de amigos? ¿Nos esforzamos para crear un ambiente de unión los que vivimos? Piensa que debes contribuir a la vida de los grupos de los que formas parte porque todos tenemos algo que los de­más no tienen y que les podemos dar. Jesús quiere que todos estemos unidos como una piña.

LA FÁBULA DEL LÁPIZ                                     
El niño miraba a la abuela escribir una carta. En un momento dado, le preguntó:
-Abuela, ¿estás escribiendo una historia que nos sucedió a nosotros? ¿Es, por casualidad, una historia sobre mí?
La abuela dejó de escribir, sonrió y le comentó al nieto:
 -Estoy escribiendo sobre ti, es verdad. Ahora bien, más importante que las palabras es el lápiz que estoy usando. Me gustaría que tú fueras como él, cuando crezcas.
El niño miró el lápiz, intrigado, y no vio nada especial.
-¡Pero si es igual a todos los lápices que he visto en mi vida!
-Todo depende de cómo mires las cosas. Hay cinco cualidades en él que, si consigues conservarlas, te harán siempre una persona en paz con el mundo.
PRIMERA CUALIDAD. Puedes hacer grandes cosas, pero no debes olvidar nunca que existe una mano que guía tus pasos. A esa mano la llamamos Dios y Él debe conducirte siempre en la dirección de su voluntad.
SEGUNDA CUALIDAD. De vez en cuando necesito dejar de escribir y usar el sacapuntas. Con eso, el lápiz sufre un poco, pero al final está más afilado. Por tanto, has de saber soportar algunos dolores, porque te harán ser una persona mejor.
TERCERA CUALIDAD. El lápiz siempre permite que usemos una goma para borrar los errores. Debes entender que corregir una cosa que hemos hecho no es necesariamente algo malo, sino algo importante para man­tenernos en el camino de la justicia.
CUARTA CUALIDAD. Lo que realmente importa en el lápiz no es la madera ni su forma exterior, sino el grafito que lleva dentro. Por tanto, cuida siempre lo que ocurre dentro de ti.
Por último, la QUINTA CUALIDAD del lápiz: Siempre deja una marca. Del mismo modo, has de saber que todo lo que hagas en la vida dejará huellas, y por lo tanto procura ser cons­ciente de todas tus acciones.







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