miércoles, 4 de noviembre de 2015

Orar desde lo cotidiano

Hoy vengo ante ti Señor porque necesito un espacio en medio de mis rutinas para, sin prisa, abrir mi corazón y mis sentidos a ti. Mi ritmo acelerado y la sucesión de tareas, obligaciones y compromisos me hacen a menudo sordo y ciego a tu presencia, impidiéndote participar de mi vida. Anhelo que Tú Señor formes parte desde el amanecer hasta que me acuesto, de las situaciones que voy viviendo en casa o en el trabajo. Anhelo que Tú seas mi guía y mi luz todos los días.
Buscar cada día
En la oración espero la relación personal y cercana con Dios, pero cada día puedo también buscar su presencia en la realidad, en las personas que comparten mi tiempo, y en todas sus obras. Hacer presente a Dios en medio de mis actividades, con un cambio en mi mirada, me ayudará a  descubrir las pequeñas cosas en las que Dios se deja ver. Desde que me despierto puedo alegrarme de tener un nuevo día para vivirlo junto a Él y me puedo sentir acompañado en los momentos cotidianos. Y cotidiano es fregar los platos, ir a comer con los abuelos, esperar en una cola, planear unos gastos, arreglar un ordenador, buscar aparcamiento, hacer deporte, ver la TV en el sofá, conversar con una amiga, escuchar a un hijo, cocinar, ir a una reunión de vecinos, trabajar, descansar…. Y ahí puedo buscar a Dios. Sin miedo, él saldrá a mi encuentro.
“Tu rostro, Señor, es lo que busco” (Sal 26 7-8)
Salmo  para gente ocupada
El Señor guía mis pasos, así que no me apresuro.
Él hace que me pare y descanse para reposar tranquilo.
Él me inspira imágenes de quietud que restauran mi serenidad.
Él me guía por la senda de la actividad sin perder la calma.
Él me guía en la paz de su Espíritu.
Aunque tenga muchas cosas cada día, no me turbo, porque Él está conmigo.
Señor del tiempo, dueño de las horas, Él me mantiene ecuánime.
Me prepara un almuerzo y restaura mis fuerzas en medio de mis quehaceres, y unge mi mente con el óleo de la paz.
Mi copa rebosa de energía gozosa. Esta armonía y esta actividad son el fruto de mis días, porque camino en la paz del Señor y habitaré en su casa para siempre.
¿Cómo me hago consciente de que Dios está presente en todo momento y quiere ser parte de mi vida?
¿Dónde busco a Dios?
¿Dónde le reconozco?
¿Qué está Dios haciendo en mi vida sencilla?

Encontrar su presencia
Mi vida entera puede ser lugar de encuentro con Dios. Señor, ¿Qué me quieres decir? Estás presente y actúa en mi vida ordinaria, porque todo lo abarcas. Me sostienes y me acompañas. Saberte cerca me da luz para iluminar y discernir las situaciones cotidianas a las que me tengo que enfrentar.
Repasa y contempla la presencia de Dios en personas y en acontecimientos del día de hoy. Descubre y valora las motivaciones profundas de las personas en su acción. Descubre como tu relación con ellas te ayuda a acercarte más a Dios.
“Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo”
Ese sentir y encontrar a Dios mientras vivo me relaciona con El, me pone en oración, abre mi corazón para acoger y responder a sus llamadas. Puedo vivir cada día desde la alegría profunda porque Dios me ha llamado a vivir en plenitud, a ser feliz, y su amor me ayuda y salva de la tristeza y los desencantos. Puedo disfrutar de tener un Dios que me quiere tanto. Sentir su presencia en aquello que hago, hará más fácil v a la manera de Dios, sentirme empujada por Él e invitada a amar más y hacer más felices a los demás.
¿Cómo tratas de ser testigo diario del amor de Dios?
¿En qué manera puedes impregnar tu casa de la presencia de Dios?
¿Qué puede aportar Dios a tu manera de trabajar cada día?
En lo profundo no hay nada que no sea sorprendente y, sin embargo, bajamos tan poco y pocas veces. Acomodamos el pulso a la presión de la rutina. Nos distanciamos del fondo y del origen de los días… y no bajamos, y no bajamos, y no bajamos. Nos olvidamos del sentido de la Vida, del propio barro, del primer atardecer... Y amontonamos un sinfín de tonterías, buscando en lo que creer. En lo profundo no hay nadie que no sea diferente, pero a menudo mostramos sólo aquello que no duele. Desdibujados detrás de multitud de vanidades sueños, ajenos al Amor… superficiales. …y no bajamos, y no bajamos, y no bajamos. En lo profundo no hay nada que no sea sorprendente…..
Acostúmbrate, poco a poco, a orar durante todas tus ocupaciones diarias. Habla, muévete, trabaja por la paz como si estuvieras en oración. Hazlo sin afanes, dejándote mover por la gracia. En cuanto adviertas que te turba tu natural impetuosidad, retírate despacio a tu interior, donde está el Reino de Dios. Escucha los impulsos de la gracia, y no digas ni hagas más que lo que el Espíritu Santo ponga en tu corazón. Verás como tu tranquilidad será mayor, tus palabras menos abundantes y más efectivas, y cómo, con mucho menos esfuerzo, realizarás un bien mayor
En los tiempos de Jesucristo también existía un gran interés para saber cómo orar y sus discípulos manifestaron esta necesidad de aprender a orar.

Jesús les enseñó cómo hacerlo, introduciendo la oración del Padrenuestro, pero sucede que la manera para orar óptimamente ha sido malinterpretada. Muchos pensaron que al orar había que repetir esta oración o hacerla de una forma mecánica.

El Padrenuestro encierra muchas cosas y nos brinda la manera más eficaz de acercarnos a Dios mientras oramos. A menudo escapa de las personas las innumerables enseñanzas que hay en esa conocida oración plasmada en Mateo 6: 9 – 13.

En esta ocasión vamos a analizarla y aprender a orar mejor. Hay siete puntos importantes en el Padrenuestro a saber:
1) “Padre nuestro que estás en los cielos”
Lo primero es reconocer a Dios como tu Padre y adorarlo. Muchos al pensar en Dios lo imaginan como un ser lejano ocupado en sostener el Universo, pero no piensan que Él es un Padre amoroso. Dale el lugar que se merece en tu vida.

2) “Santificado sea tu nombre”
Cuando ores hazlo adorándole. Rindiendo tu vida en adoración y expresándole lo mucho que le amas y que significa para ti. No hay palabras para expresar lo que es Dios, pero utiliza todo lo que sea necesario para expresarle tu amor.
3) “Venga a nosotros tu Reino. Hágase tu voluntad, así también en la tierra,
como en el cielo”, Dios desea brindarte muchas bendiciones y cumplir sus promesas en ti pero se necesita que tú las aceptes. Acepta Su Reino en tu vida. Reconoce a Dios como el Señor de tu vida. Que tu vida depende de él y que Su Voluntad es lo más importante. La Soberanía de Dios es indiscutible y que Él sea tú Señor implica morir al “yo” y dejar que Él guíe tu vida. Decláralo, cuando ores, como tu Rey.

4) “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”
Pídele. Si Dios es tu padre y es Rey de reyes, significa que tú eres un príncipe o princesa. Tienes pleno derecho de pedir a Dios. Dice Mateo 7: 7. “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”. Dios quiere darte por herencia las naciones, piensa en las muchas veces en las que no has recibido tantas cosas por el simple hecho de no pedir. Siéntete libre a la hora de pedir porque si Él dice que lo hagas es porque tiene el suficiente poder para hacer incluso lo que para ti es imposible. Al orar pídele por tus necesidades, ora por tus familiares, amigos, compañeros de clases o trabajo, incluso por tus enemigos. Ora e intercede ante Dios pidiéndole y que Él, conforme a Su voluntad, hará.
5) “Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”.
Salda tus cuentas con Dios sabiendo que Él es fiel y justo para perdonarnos. Ten sinceridad al hacerlo y ten un arrepentimiento genuino. Dios te perdonará. Pero ten en cuenta que aquí aparece un condicionado. Necesitas perdonar a quienes te han ofendido. Porque ¿cómo osar pedir perdón a Dios si tu no perdonas a tu prójimo?

Ahora, no sé si te hayas fijado en algo… ¿por qué crees que dice primero que podemos pedirle a Dios lo que queramos, conforme a su Voluntad y después habla de pedir perdón? La respuesta es porque Dios es Padre primero que Juez!!! Él te ama con un amor inagotable y te considera su hijo. No pienses que eres indigno al acercarte a Él para pedirle porque Jesucristo te limpió con su sangre carmesí y al aceptarlo en tu corazón has sido constituido hijo de Dios.
6) “No nos dejes caer en tentación, sino líbranos del mal”
Dile a Dios que te libre de las tentaciones, que te proteja de aquellas situaciones que te lleven a caer en pecado y te mantenga siempre alejado de aquello que traiga tropiezos a tu relación personal con Él. También vemos que es necesaria la guerra espiritual, pues no tenemos lucha contra carne y sangre sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes (Efesios 6:12) Pero no temas, es más fuerte el que está en nosotros que el que está en el mundo y somos mucho más que vencedores. Cuando ores cúbrete con la sangre de Cristo y pídele Su protección, para ti y los tuyos.

Termina adorándole nuevamente. La adoración es un privilegio enorme, hagamos uso de éste para terminar nuestro momento de oración.




No hay comentarios: