jueves, 1 de diciembre de 2011

Jueves 1 de Diciembre de 2011

Jueves 1 de Diciembre

Hemos comenzado el Adviento.
Tiempo de espera…
Tiempo de mirar al otro como a ti mismo.
Tiempo de mirar al otro con esperanza.

Para el Señor siempre estamos a tiempo de comenzar de nuevo.
Otro Adviento es otra oportunidad, para dejarnos modelar por Él,
para rehacer aquello que no es pleno en nuestra existencia.
Dios viene a liberarnos de la mediocridad, de la rutina repetitiva, y de la vida gris. Él llena de color nuestra existencia.

Encendemos,  Señor, esta luz,
como aquél que enciende su lámpara
para salir, en la noche,
al encuentro del amigo que viene.
En esta primera semana de Adviento
queremos levantarnos para esperarte preparados,
para recibirte con alegría.
Muchas sombras nos envuelven.
Muchos halagos nos adormecen.
Queremos estar despiertos y vigilantes,
porque tú nos traes la luz más clara,
la paz más profunda y la alegría más verdadera.
¡Ven, Señor Jesús. Ven, Señor Jesús!

A través de la puerta que se abre
entra la luz de la ilusión por un tiempo mejor
que vendrá con la llegada del Mesías.
Una luz, que como nuestra comunidad educativa
se nutre de la diversidad de los siete colores que la componen.


De estos colores destacamos dos:
El verde, el color que nos conecta con la vida…, con la naturaleza,
color de la esperanza en un tiempo mejor.
El color morado, el color del equilibro…, de la paz interior,
de la transformación para ser mejores personas…

«Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento.
Al igual que un hombre que se ausenta: deja su casa,
da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo,
y ordena al portero que vele;
velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada.
No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos.
Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!»                                           (Mc. 13,33-37)

Velar es estar despiertos y vigilantes
como un centinela
para impedir que Dios pase por nuestras vidas sin que nos demos cuenta.
Tenemos que estar atentos también al paso de Dios por los demás
y por el mundo que nos rodea.

¿Dónde está tu Luz, Señor?:
Cuando abro los ojos por la mañana, mis ojos se llenan de luz.
En Adviento puede pasar tu luz inadvertida si no estoy vigilante y despierto:
Hoy puedo ver tu luz en mi corazón cuando amo y estoy lleno de esperanza.
Hoy puedo percibir tu paso por mi vida si estoy vigilante.
Hoy te puedo ver si miro en el corazón de los demás:
El desvelo de mis padres, la amistad de mis amigos,
la entrega de mis profesores.
Hoy puedo verte en los acontecimientos del mundo:
Los pobres de la tierra, los huérfanos de la guerra, los emigrantes.
Hoy puedo ver tu luz en el Evangelio
y por eso te pido que esté atento a tu Palabra.
Te pido, Señor que brille tu luz sobre mi rostro
y que los demás puedan percibirte a través de mi vida y mis acciones.

Tú, Señor, nos animas a vivir atentos, a velar para no malgastar la vida, a poner atención en cada cosa, a volcarnos en el presente.

Tú, Señor, nos invitas a la vida auténtica, nos sacas de la apatía, nos entusiasmas con el presente y nos llevas hacia la plenitud.

Tú, Señor, nos despiertas, nos impides sestear la vida, acomodarnos y vivir tranquilos sin construir un mundo mejor.

Tú, Señor nos animas a crear vida, a inventarla constantemente, sin dejarnos arrastrar por los otros, y a optar por tu modo y manera  de estar en este mundo.
El Señor tiene un sueño especial para cada uno, y a todos nos impulsa a la plenitud. Por eso, un año más insiste en entrar en nosotros y acompañarnos para que lleguemos a ser lo que Él tiene planeado para nosotros.

Dios nunca se conforma con la mediocridad, sino que nos saca de ella y nos impulsa a la autenticidad, al mayor desarrollo de nuestro potencial interior y a la felicidad completa.
Hay parcelas de nuestra personalidad que están aún sin despertar, “sin desempaquetar” y Dios quiere que vivamos la vida con todo lo que somos y podemos.

Oye, Señor…
Tú sabes bien que te necesito,
aunque no te invite a entrar en mi casa,
aunque te olvide y te traspapele,
aunque me distraiga de ti y de tus cosas.
Señor, pasa hasta el fondo, sabes que te quiero,
que mi amor es olvidadizo y despistado,
pero que eres el timón de mi vida,
la salud, la ilusión y el descanso.

Como el criado del centurión estoy enfermo de tantas cosas que Tú sabes bien, Señor, y por más que yo propongo enmendarlas,
sólo Tú podrás poner mi vida en armonía.
No te quedes en la puerta, pasa hasta el fondo,
siéntete en tu casa, hazte el Señor de mis días,
invade mi cuerpo, mi mente, mi agenda,
condúceme a lo que Tú tienes solado para mí.

Como el criado del centurión, nosotros también estamos enfermos de muchas cosas, como la rutina, el desencanto, el cansancio o el estrés.
Dios se empeña, una vez más, en entrar en nuestra casa porque viene a curarnos.
Él nos propone una forma de vivir más descansada, menos tensa, más despreocupados, más ilusionados y felices.

Este es el tiempo en que llegas,
Esposo, tan de repente,
que invitas a los que velan
y olvidas a los que duermen.
Salen cantando a tu encuentro
doncellas con ramos verdes
y lámparas que guardaron
copioso y claro el aceite.
¡Cómo golpean las necias
las puertas de tu banquete! 
Y cómo lloran a oscuras
los ojos que no han de verte!
Mira que estamos alerta,
Esposo, por si vinieres,
y está el corazón velando,
mientras los ojos se duermen.
Danos un puesto a tu mesa,
Amor que a la noche vienes,
antes que la noche acabe
y que la puerta se cierre.  Amén.

Ahora, salgamos a nuestro quehacer diario y ayudemos a los demás a entender el verdadero sentido de la Navidad que se aproxima.

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