miércoles, 14 de noviembre de 2012

Este 17 de noviembre, recordamos a Santa Isabel de Hungría, quien descansó en el Señor en 1231, hace casi ocho siglos. Su padre fue Andrés, justo y piadoso rey de Hungría. Esta bella princesa, conocida con el nombre de Princesa de la Caridad, vivió en la tierra solamente 24 años y la Iglesia ha visto en ella un modelo admirable de donación completa, caridad y oración dando su vida entera a favor de los pobres y de los enfermos.
Santa Isabel de Hungría, una mujer que decidió seguir el ideal de Francisco de Asís y, sin dejar de ser esposa y madre,  dedicar su vida a los más necesitados. Ella supo, a pesar de las dificultades, encontrar el apoyo que necesitaba en la oración. En una oración tan sencilla como ese Padre Nuestro que hemos repetido miles de veces desde niños, pero que muy pocas veces nos hemos parado a reflexionar sobre lo que nos dice…

PADRE NUESTRO…                        
Creador, redentor, consolador y salvador nuestro.
QUE ESTÁS EN EL CIELO…      
En los ángeles y en los santos, iluminándolos para conocer, porque tú, Señor, eres la luz; inflamándolos para amar, porque tú, Señor, eres el amor; habitando con ellos y colmándolos para gozar, porque tú, Señor, eres el bien sumo, eterno, de quien todo bien procede, sin el cual no hay bien alguno.
SANTIFICADO  SEA TU NOMBRE…
Clarificada sea en nosotros tu noticia, para que conozcamos cuál es la anchura de tus beneficios, la largura de tus promesas, la altura de la majestad y la hondura de tus juicios.
VENGA A NOSOTROS TU REINO…
Para que reines tú en nosotros por la gracia y nos hagas llegar a tu reino, donde se halla la visión manifiesta de ti, el perfecto amor a ti, tu dichosa compañía, el disfrutar de ti por siempre.
HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO…
Para que te amemos con todo el corazón, pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, empleando todas nuestras energías y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio de tu amor y no de otra cosa; y para que amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Atrayendo a todos, según podamos, a tu amor, alegrándonos de los bienes ajenos como de los nuestros y compadeciéndolos en los males y no ofendiendo a nadie.
DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA… 
Danos a tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Para que recordemos, comprendamos y veneramos el amor que nos tuvo y cuanto por nosotros dijo, hizo y padeció.
PERDONA NUESTRAS OFENSAS…
Por tu inefable misericordia, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tus elegidos.
COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN…
Y lo que no perdonamos plenamente, haz tú, Señor, que plenamente lo perdonemos, para que por ti amemos de verdad a los enemigos y a favor de ellos intercedamos devotamente ante ti, no devolviendo a nadie mal por mal, y para que procuremos ser en ti útiles en todo.
 NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN… 
Oculta o manifiesta, imprevista o insistente.
Y LÍBRANOS DEL MAL…
En el pasado, presente y futuro.
AMEN.
Santa Isabel  se propuso vivir el Evangelio sencillamente, sin glosa diría Francisco, en todos los aspectos, espiritual y material. No dejó nada escrito, pero hizo realidad el programa de vida propuesto por Jesús en el Evangelio:

-- El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda por amor a mí o al Evangelio, la recobrará (Lc 17,33; Mc 8,35).

-- Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mc 8,34-35).

-- El que ama a su padre, madre e hijos más que a mí, no puede ser digno de mí (Mt 10,37).
-- Si quieres ser perfecto ve, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme (Mt 19,21).

“Que el Señor nos conceda como a su buena Isabel,
el don de un gran desprendimiento para dedicar nuestra vida
y nuestros bienes a ayudar a los más necesitados."
Oh Dios misericordioso, alumbra los corazones de tus fieles;
y por las súplicas gloriosas de Santa Isabel,
haz que despreciemos las prosperidades mundanales,
y gocemos siempre de la celestial consolación.
Por nuestro Señor Jesucristo.  

Amén.

Ahora, salgamos a nuestro tarea diaria y, como Santa Isabel, sepamos mostrar una sonrisa, dar una caricia, tener un gesto amable, compartir aquello que tenemos, con todos los que lo necesiten.

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