miércoles, 4 de diciembre de 2013

En esta primera semana de Adviento, Señor, te agradecemos que nos hayas avisado de tu venida navideña un año más. Este aviso cariñoso nos permitirá preparar tu visita con tiempo. Nuestro mundo, nuestra familia y nuestro grupo te quiere y te necesita. ¡Ven, Señor y amigo nuestro! ¡Entra en nuestra casa y en nuestras cosas!

 El mundo necesita luz, paz, amor, alegría, vida... el mundo necesita Dios, que es todo eso y mucho más. ¿Necesito y deseo que Jesús-Dios venga a “mi casa”, aunque esto me obligue a cambiar ciertas cosas? ¿Qué no me gusta, ni le gusta a Él, de mi vida? ¿Por qué y para qué quiero que me visite? Le rezo de corazón: “Ven a nuestro mundo y ven a mi persona –a mi casa- Señor Jesús...”

Hoy hemos encendido nuestra primera vela, Señor, esta luz, como aquel que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. En esta primer semana de Adviento queremos levantarnos para esperarte preparados, para recibirte con alegría. Muchas sombras nos envuelven.

Espíritu Santo, tú que sembraste la esperanza en el corazón de María de Nazaret y alumbraste en su seno al Salvador del mundo, abre nuestro corazón al gozo de la escucha de tu Palabra y haz que acojamos, con esperanza y amor, al Señor que viene a hacer nuevas todas las cosas. Amén.

Lectura del Evangelio según san Mateo 24, 37-44

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

Vigilar significa estar atentos y preparados; salir al encuentro del Señor, que quiere entrar, en nuestra existencia, para amarnos y para salvarnos.
Queremos estar despiertos y vigilantes, porque Tú traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús!. ¡Ven, Señor Jesús!

Debemos estar vigilantes porque no sabemos el momento. La alusión a la historia del diluvio (Gn 6-7) se hace como ejemplo de aquello que llega de manera repentina e imprevista en un día cualquiera; quienes no estaban preparados recibieron las consecuencias negativas. El Señor vendrá cuando todo el mundo esté haciendo su vida de cada día, viene cada día, en la vida más ordinaria. Quien está atento, vive con Él. Jesús desvía la atención de los discípulos: de fijarse en la fecha de la venida futura a fijarse en el presente. La preocupación de quienes seguimos a Jesús no tiene que ser cuándo se acabará el mundo, sino qué actitud tenemos que mantener mientras vivimos en este mundo. Dada la condición de ignorantes del día y la hora, se nos propone de vivir velando, para estar a punto para el encuentro con el Señor.

 “Velar” para “dar fruto” pasa por estar atento a lo que sucede en el entorno y en el mundo en general; pasa por hacer discernimiento (con los demás) para descubrir qué es la voluntad de Dios en cada situación; pasa por rogar-rezar (Mt 26,41). Velar así nos mantiene firmes en la fe, nos da coraje, nos ayuda a vivir sobriamente.

En este primer domingo se ofrece una respuesta a las incertidumbres de las personas. El profeta no espera la salvación de los hombres ni de los poderes políticos, sino de Dios mismo. Daremos razón de la esperanza no con nuestras palabras, ni por imperativo moral, sino por un estilo de vida de quien se pone en pie, mira el horizonte, convoca a otros, ajusta velas y enfila la barca. La esperanza no es algo que tenemos sino algo que compartimos.

Ante todo esto, son muchas las preguntas que podemos hacernos:

¿Realmente vivimos confiados? ¿Nos sentimos llenos de miedo?
¿En quién tenemos puesta nuestra confianza? ¿De verdad nos fiamos?
¿Estamos en vela? ¿Vivimos alerta, a la espera, vigilantes? ¿Esperamos al Señor que viene a nuestras vidas?

Pidamos a Jesús que nos ayude a estar preparados, a estar disponibles, a estar atentos. Que el Señor nos ayude a mantener firme la fe, encendida la esperanza, alerta el amor. Demos gracias a Dios porque el cielo y la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán. Y al comenzar un nuevo Adviento, presentemos nuestros deseos ante Dios Padre…

deseo que mi espera no se enfríe,
deseo que mi caridad no decaiga,
deseo que mi oración no sea rutinaria.
Deseo que mi vida no sea de pasada,
deseo que mi corazón lata al compás de muchos otros,
deseo que mi fe no se sienta asegurada,
deseo que mi canto testimonie mi esperanza.

Sí, Señor que vienes, haznos seres llenos de deseos,
hombres y mujeres de esperanza,
que aún esperan de la vida la sorpresa
que puede regalarnos cada jornada.

Mujeres y hombres liberados
por la fuerza sorprendente de tu mirada y tu Palabra.

Hombres y Mujeres despiertos
porque se han encontrado contigo
y no pueden vivir aletargados.

Mujeres y hombres valientes
que han disuelto sus miedos al calor de tu corazón.

Hombres y Mujeres del Reino constructores
que no pueden vivir sus días
sin responder a los clamores de otros corazones.


Señor Jesús, te damos gracias por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra.  

No hay comentarios: