ORACIÓN
PARA LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO
Estamos
ya en la tercera semana de Adviento: aumenta nuestra alegría y nuestro jubilo
por la venida del Señor Jesús, que está cada vez más cerca de nosotros.
Vamos
a encender la tercera vela de nuestra corona de Adviento. El Señor está más
cerca de nosotros y nos ilumina cada vez más. Abramos nuestro corazón, que
muchas veces está en tinieblas, a la luz admirable de su amor.
I
Invocación
al Espíritu
Espíritu
Santo, tú que sembraste la esperanza en el corazón de María de Nazaret y
alumbraste en su seno al Salvador del mundo, abre nuestro corazón al gozo de la
escucha de tu Palabra y haz que acojamos, con esperanza y amor, al Señor que
viene a hacer nuevas todas las cosas. Amén.
LECTIO
Lectura del Evangelio según san Mateo 11, 2-11
En aquel tiempo,
Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar
por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar
a otro?»
Jesús les respondió: «Id
a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los
inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos
resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se
escandalice de mí!»
Al irse ellos, Jesús
se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el
desierto, una caña sacudida por el viento? ¿0 qué fuisteis a ver, un hombre
vestido con lujo?
Los que visten con
lujo habitan en los palacios.
Entonces, ¿a qué
salisteis?, ¿a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más
que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti,
para que prepare el camino ante ti”. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno
más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos
es más grande que él».
Las
señas de identidad del Mesías según Juan el Bautista se presentan con estas
tres imágenes: el hacha, el bieldo y el fuego, son metáforas convergentes, no
sólo porque apuntan a la misma persona, al Mesías, sino porque todas ellas
anotan una característica que define a quien él anuncia: aquel día será el del
juicio de Dios, que recae como castigo sobre los pecadores; de esa catástrofe
sólo escaparán los justos. Dios aparece como justiciero, que venga los agravios
que se le han hecho, salvo que los hombres se conviertan.
La
actuación pública de Jesús no parece responder a las expectativas de Juan
Bautista. Éste espera al Mesías-juez que, de forma inmediata, aplique el
castigo merecido. Eso explica que Juan quiera saber si Jesús es el Mesías. A
pesar de sus cadenas se acerca: quiere conocer, profundizar en la persona, en
lo que dice y hace. Jesús remite a sus obras con citas de Isaías que hablan de
salvar y dar buenas noticias. Las obras son signos visibles de la mesianidad de
Jesús.
Jesús
se manifiesta con unas obras entre los excluidos y con la buena nueva a los “pobres”.
Y envía quienes son testigos a dar la noticia, “a anunciar”, esta experiencia: “lo
que estáis viendo y oyendo”.
El
cumplimiento de las profecías que se dan en este relato es sorprendente. Porque
quien las cumple es un pobre, Jesús. Un pobre misericordioso-solidario con los
pobres. Y esto sucede en un mundo en el que muchos esperaban un Mesías guerrero
que se impusiera por la fuerza. Por esto hace falta la pregunta: “¿eres tú?”.
Así,
cuando llegue Jesús como Mesías no optará por una justicia estricta que
castigue a los malos, sino por un ofrecimiento generoso de misericordia a todos
los pecadores. Cuando Jesús los ve, se le conmueven las entrañas, se pone en
movimiento, y pone gracia donde hay desgracia, misericordia donde hay miseria.
Cuando
se marchó la embajada del Bautista, Jesús habla de Juan. Primero dice lo que no
es: no es un oportunista que está “al sol que más calienta”; ni un rico
cortesano. Es un profeta y, por tanto, un hombre honesto, austero, apasionado
por el reinado de Dios; incluso “más que un profeta” por ser el precursor de la
llegada de Dios mismo.
“No
ha nacido de mujer uno más grande que Juan” contrasta con “el más pequeño en el
Reino de los cielos es más grande que él”. Lo nuevo supera todo lo anterior.
Los que han entrado en el reino a través del seguimiento de Jesús son más que
él. El reinado de Dios, que hace presente Jesús, supera al Antiguo Testamento. “La
misericordia es una de las formas como Dios hace justicia”.
¿En
qué hago consistir concretamente la misericordia, la acogida, el amor y el
perdón hacia los demás? ¿Soy más llevado/a a pedir a pedir justicia que a
ofrecerla? Entre las obras que Jesús enumera como signo de su identidad para
los discípulos y para el mismo Juan está la de curar. ¿La curación que yo le
pido a Dios es solamente la física? ¿Hay alguna actitud en mí que necesite ser
curada? ¿Cuál?
¿Me
desconciertan las obras de Jesús? ¿Qué espero de Él? ¿Digo perder la fe cuando
no recibo una respuesta pronta a mis peticiones?
Juan
Bautista preparó el camino del Señor. ¿Cómo estamos preparando este año su
venida a nivel personal, familiar y comunitario?
ORATIO:
Tened
paciencia, hermanos,
hasta
el advenimiento del Señor.
En
la esperanza del fruto de la tierra,
el
labrador espera pacientemente,
las
lluvias y el sereno sobre los cultivos.
Tened
también vosotros paciencia;
fortaleced
vuestros corazones.
Porque
la venida del Señor está cerca.
Señor,
tú estás cerca. No tengo por qué inquietarme.
Todas
nuestras necesidades están ante Ti.
¡Oh
Dios! Tú las conoces bien.
Las
pongo ante Ti, en mi plegaria,
y
desde ya te doy gracias.
Tu
paz sobre nosotros supera todo conocimiento.
Custodia
nuestros corazones y nuestros pensamientos,
en
Cristo Jesús, el Señor.
Señor,
crea en nosotros un corazón puro.
Para
que esté ante Ti sin temor.
Señor
Jesús, te damos gracias por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad
del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la
fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como
María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la
Palabra. Tú que vives y reinas...
REFLEXIÓN
FRANCISCANA
La
esperanza cristiana es distinta a todas las otras porque ofrece la unión con
Dios a través de Jesucristo. El Papa nos dice en su encíclica Spe Salvi:
“Nosotros necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas–, que día a
día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo
lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que
abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos
no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la
esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino
el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada
uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá
imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí
donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la
posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso
de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo
tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo
llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de
nuestro ser: la vida que es «realmente» vida”.
Para
San Francisco esto fue una gran realidad, para él la gran esperanza solo era
Dios, pues casi al final de su vida en la en la oración que compuso después de
la experiencia de la impresión de las llagas, “las alabanzas al Dios Altísimo”
por dos veces le dice a Dios “Tú eres nuestra esperanza”, es la culminación
profunda de aquella oración del principio de su conversión… “Dame esperanza
cierta”, Dios es para él esa esperanza cierta, que nada ni nadie ya le podrá
arrebatar….
Oremos
para terminar como San Francisco hizo delante del Cristo que encontró entre las
reunías de san Damián:
¡Oh
alto y glorioso Dios!,
ilumina
las tinieblas de mi corazón
Y
dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta,
sentido
y conocimiento, Señor,
para
seguir tu santo y veraz mandamiento
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