lunes, 19 de mayo de 2014

ORACIÓN DE LA MAÑANA: MIÉRCOLES 30 DE ABRIL 

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31):
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espiritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Palabra de Dios.

REFLEXIÓN
La presencia del Señor Resucitado abre la comunidad que se escondía con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Es fácil comprender que ser discípulo de un ejecutado a muerte por blasfemo y sedicioso era muy peligroso. Pero los peligros externos, que nos pueden inducir a encerrarnos temerosos en nosotros mismos, se disuelven ante la evidencia del triunfo de la vida sobre la muerte. Jesús, presente en medio de los discípulos, abre la puertas de la comunidad, les abre las mentes y los corazones, les da su Espíritu y los envía: la comunidad de los creyentes no vive para sí misma, la Iglesia existe para anunciar el Evangelio, pues la Buena Noticia de la Resurrección no sólo es buena para el pequeño círculo de los discípulos, sino para el mundo entero. Los creyentes que han visto al Señor salen de su cerrazón y anuncian abiertamente y sin miedo, y hacen muchos signos y prodigios; no se trata necesariamente de hechos milagrosos, en el sentido de maravillosos y sorprendentes, sino de signos de la vida nueva: hacer el bien a los extraños, curar a los enfermos, atender a los pobres, servir a Cristo en los pequeños hermanos, transmitir el perdón  de los pecados en el ministerio de la reconciliación. 
El cuadro que se nos dibuja en el texto de los Hechos es más un ideal que una realidad efectiva. Ya hemos visto que la comunidad tiene tendencia a cerrarse en sí misma, dentro de ella habitan el miedo, también la ambición, la tentación de la violencia, existen además conflictos entre distintos puntos de vista. De todos estos problemas nos informan abundantemente los Evangelios, y también el libro de los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de Pablo. El que se inserta en la comunidad creyente experimenta con relativa facilidad una cierta decepción: soñó entrar en una comunidad regida por criterios exclusivamente evangélicos, y se encuentra con miserias humanas que hacen opaca la luz del Resucitado. La tentación del purismo empuja a salir del grupo de estos discípulos tan imperfectos, entonces igual que ahora. Aquí se revela una de las debilidades fundamentales de la vida interna de la Iglesia: la falta de Fé. Tomás es, una vez más, representante de esta actitud. Así como la Fé nos lleva a la comunidad, su debilidad la debilita. La  es un tesoro que llevamos en vasijas de barro (cf. 2 Cor 4, 7) y, por eso, la comunidad cristiana se encuentra siempre en peligro de desintegración, de dispersión.
No hay que dar la Fé por descontada dentro de la comunidad, es fundamental que nos comuniquemos nuestras experiencias de Fé, que nos enriquezcamos mutuamente, que nos fortalezcamos unos a otros. 
Los discípulos que vieron al Señor aquel primer día de la semana se lo comunicaron a Tomás, invitándolo a reintegrarse en el grupo. Pese a sus reticencias, y poniendo duras condiciones, Tomás accedió a participar “a los ocho días”, de nuevo “el primer día de la semana”. Las condiciones de Tomás eran razonables: no quería creer en fantasmas, ni participar en alucinaciones colectivas. Si se trataba del mismo Jesús, muerto en la cruz, tenía que tener en su cuerpo las huellas de la Pasión. “Tocar las heridas” no es sólo un desafío propio de la incredulidad, sino una exigencia de la encarnación, que se expresa en el dramático realismo de la muerte. En la imperfecta comunidad de los discípulos vive el cuerpo de Cristo, pero este cuerpo está herido. Debilidades y pecados, defectos y conflictos nos hablan de este cuerpo herido de Cristo. Y hay que tocar esas heridas para poder alcanzar la sanación y esquivar la tentación de un falso misticismo que no mira a la realidad. 
Dios ha vuelto a crear la luz, la de la Resurrección, y la ha separado de la oscuridad de la muerte. Y, por eso, nosotros podemos ver a Jesús vivo y en medio de nosotros, y podemos escuchar la palabra que nos dice: “Paz a vosotros”, haciendo así posible el ideal de la comunidad creyente, reconciliada y que, sin miedo y abiertamente, da testimonio ante el mundo entero.

TESTIGOS DE CRISTO RESUCITADO

Cuentan que, en cierta ocasión, llegó un misionero a un pueblo indígena. Los habitantes del pueblo recibieron al misionero con grandes atenciones y se dispusieron a escucharlo.
-Vengo a traerles una Buena Nueva, la noticia de un Dios Padre, que nos quiere a todos y desea que vivamos como auténticos hermanos, sirviéndonos y ayudándonos unos a otros. ¿Van a aceptar la noticia que les traigo y a recibir en sus corazones a ese Dios Padre que nos ama a todos como verdaderos hijos?
Calló el misionero y los indígenas permanecían en silencio.
-¿Lo aceptan o no lo aceptan?- insistió desconcertado el misionero.
Al rato, se alzó serena la voz del cacique diciendo:
-Quédate a vivir con nosotros unos días y si en verdad vives lo que quieres enseñarnos, entonces volveremos a escucharte.
Estas semanas de Pascua estamos intentando vivir  la Resurrección de Jesús. Es una realidad que te puede llevar a coger con ganas tu vida, a valorarte tal como eres, a vivir con mucha esperanza… porque Dios está contigo. Me gustaría decirte, para acabar la semana, que esto se tiene que notar. Debemos cambiar el derrotismo, la cara de vinagre, la mala baba que muchas veces tenemos, por la alegría, la amistad sincera y el compromiso con los demás.
Todos los días de la semana, son ocasión para vivir en clave de Resurrección: no te hagas daño a ti mismo, no se lo hagas a los demás.

CEREMONIA DE CANONIZACIÓN DE JUAN PABLO II Y JUAN XXIII

El Papa Francisco definió el pasado domingo  a Juan XXIII y Juan Pablo II como “dos hombres valerosos” durante la ceremonia de canonización celebrada en la plaza de San Pedro con la presencia de Benedicto XVI Los dos nuevos santos fueron, según Jorge Mario Bergoglio, “sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte”. Durante su breve homilía, Francisco destacó que “san Juan XXIII” fue “el Papa de la docilidad del Espíritu Santo”, mientras que “san Juan Pablo II fue el Papa de la familia”. Uno y otro, añadió, “restauraron y actualizaron la Iglesia según su fisonomía originaria”. La ceremonia –concelebrada por 150 cardenales y 700 obispos ante la presencia de 24 jefes de Estado— fue seguida en directo por más de 800.000 peregrinos a través de pantallas instaladas en las principales plazas de Roma.
El Papa Francisco , que en esta ocasión no añadió frases improvisadas a su homilía, trazó un perfil conjunto de los nuevos papas santos: “Juan XXIII y Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de laparresia [término griego que significa libertad] del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia”.
La proclamación se produjo al inicio de la ceremonia. El cardenal Angelo Amato, prefecto para la Congregación para las Causas de los Santos, presentó ante el papa Francisco las tres peticiones de la doble canonización tal como dicta el ritual: primero con “gran fuerza”, a continuación con “mayor fuerza” y, finalmente, con “grandísima fuerza”. Como respuesta, el Papa pronunció la fórmula: “En honor de la Santísima Trinidad, por la exaltación de la fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo y de los santos apóstoles Pedro y Pablo, después de haber reflexionado largamente e invocado la ayuda divina y escuchado el parecer de muchos de nuestros hermanos obispos, declaramos santos a Juan XXIII y a Juan Pablo II”.
Lectura del santo evangelio según San Juan (12,44-50):
En aquel tiempo, Jesús dijo, gritando: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas. Al que oiga mis palabras y no las cumpla yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre.»

ÚLTIMA REFLEXIÓN DE LA MAÑANA

“No viene mal un poco de quietud. El silencio no es, sin más, el espacio donde hay ausencia de ruido. No es un ámbito de vacío o de aislamiento. En el silencio es donde aprendemos a escuchar de otra manera. Sería el mejor preámbulo de las palabras. Para saber lo que uno va a decir. Pensarlo bien. Rezar sobre la vida. En el silencio podemos descubrir muchas cosas de nosotros mismos. Y podemos aprender a escuchar a Dios. Y a entender al mundo. Y a acoger Su palabra de forma que nos suene como algo nuevo, y no como la vieja cantinela a la que casi no le prestamos atención”.

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