miércoles, 26 de noviembre de 2014

En esta mañana vamos a echar un vistazo a nuestro mundo y ver qué hace falta en él. Seguramente sacaremos una gran lista: le falta amor, sinceridad, honradez, cercanía, alegría, esperanza, caridad… Pero sobre todo a nuestro mundo le faltas tú. Sí, ¡tú! Porque nada de lo anterior se lograría si tú no dieras ese primer paso y pusieras en el mundo aquello que necesita para ser un mundo más humano, más cristiano, más de Dios.

Pocas palabras en nuestro diccionario tienen tanta fuerza como la palabra “Contigo”. Cuando alguien la pronuncia pone toda su confianza en la otra persona. Los grandes proyectos, las grandes empresas en la vida, los grandes caminos… comienzan con esa palabra. Sencilla, pequeña, humilde, pero que encierra todo un mundo de posibilidades.

Tenemos una oportunidad de acercarnos más a los otros y, sobre todo, a Dios, el que primero pronuncia la palabra que acompañará nuestros pasos cada día. Que Dios nos diga “Contigo”, supone que Él sigue confiando en nosotros, a pesar de nuestras muchas caídas y tropezones. Él quiere comenzar un nuevo camino con nosotros, que nace de la confianza y que va hacia el amor y la entrega. Que nosotros digamos a Dios “Contigo” abre para cada uno de nosotros un nuevo horizonte, lleno de esperanza.

Y tendremos oportunidad de decir, muchas veces, “contigo”. Y todos, profesores y personal, alumnos, familias, ancianos, gente de la Parroquia... cada vez que pronunciemos esta palabra, tendremos que tener presente, de fondo, la confianza, las ganas de caminar con los otros, y nuestro más profundo deseo de amar y entregarnos, como Dios hace. ¿Te atreves?

Cuando descubres que en tu corazón se encuentra la raíz de todo, que todo brota de él, y también del Corazón de Dios, no puedes no querer entregarte. Siempre queremos más en nuestra vida: más amor, más comprensión, más ilusión, más posibilidades, más opciones… y eso no deja de tener un cierto tono egoísta. No siempre querer más es bueno. Pero si en nuestro “querer más” introducimos un “darme”, las cosas cambian. Porque darse más implica no sólo desear más amor o posibilidades, sino también poner el corazón para que ese sentimiento sea compartido.

Darse más es sentir que el otro también necesita de ti y de tu vida. Darse más es compartir el futuro y el presente, reconocer en el otro una posibilidad de amar y entregarse. Darse más, en definitiva, es lo que hizo Dios por nosotros.

A lo largo de este día tendrás la oportunidad de ofrecerte: en clase, en tu casa o en tu vida diaria. Y en todas estas oportunidades se te va a pedir no sólo que "quieras", sino que "quieras darte más". Es el único modo de convertir tu egoísmo en disponibilidad, tu "yo" en un "nosotros".
Y si estás dispuesto, dilo: QUIERO DARME +

Lo que florece, ¿está ya en la semilla? ¿Se puede improvisar una flor, un atardecer o un alma generosa? ¿Hay algo en nosotros que no haya sido sembrado?

La raíz de todo está en el corazón. Y lo que no esté enraizado en él nunca brotará. Si quieres cambiar el mundo, revisa tu corazón, ¿dónde hunde sus raíces?

Un árbol es un buen ejemplo de vida. Crece firme porque está arraigado, bebe desde centro de la tierra a través de unas raíces que han costado años desarrollar. De su firmeza y su paciencia surge vida a su alrededor: pájaros que anidan, insectos que encuentran en él su hábitat, personas que buscan su sombra... ¿Eres tú así?

Descubrir la propia entrega y la de Dios...
Sólo compartiendo nuestra vida podemos llegar a encontrar y descubrir su verdadero sentido. ¿Te había parado a pensar que a medida que nos sentimos más llenos de los otros vamos vaciando más nuestra vida? Es como si fuéramos más personas, más nosotros, cuando abrimos nuestro corazón a los otros. Curioso, ¿verdad?

Pues este Adviento te proponemos compartir la vida. Pero hacerlo porque Dios ha compartido la nuestra. Por eso nuestra vida también es más: más cercana, más humana, más llena de Dios...

No podía no hacerlo. O mejor, sí quería no poder hacerlo (aunque parezca un trabalenguas). Y por eso se hizo niño, compartiendo nuestro suelo, pisando nuestros caminos, sintiendo como siente el hombre, amando como sólo la humanidad sabe amar... y enseñándonos a todo ello (caminar, sentir y amar) en su mejor expresión. Sí, Dios quiso darse más, y lo hizo experimentando nuestra vida, desde dentro. Él también dijo: Sí, "Quiero darme +".

Compartir la vida es +... ¿te vas a perder la oportunidad de vivir lo que Dios ha querido que vivas? No te cortes. Hazlo. Escúchale, contempla, navega en tu interior y descubrirás las razones de una entrega sin medida que, al final, movilizará tu vida.

Escucha, contempla, navega... ¡movilízate!

El Adviento nos invita a escuchar, a contemplar, a navegar y a movilizar nuestro día a día.
Escuchar a Dios, también a los otros (que son como las sucursales de Dios para nosotros), atender a su palabra. ¿Ves lo fácil que es descolgar un teléfono, coger una llamada? Pues Dios nos lo pone a huevo todos los días... pero no siempre estamos dispuestos... nuestra "línea" está caída, o sobrecargada.

Contemplar los signos que nos va dejando... como los Magos la estrella, para saber y aprender a verle hasta en las más pequeñas cosas y en los más pequeños gestos.
Navegar, como navega el marinero confiado en las estrellas... hacia el fondo... sabiendo que al final Él se encontrará con nosotros, que no siempre le encontramos.


Y movilizar. ¡Movilízate! Porque una vida parada no conduce a nada. Hace falta también lo concreto, el compromiso real.

Señor, a menudo no espero para nada o espero cosas.
Y me encuentro con el corazón vacío.
Despierta en mi el deseo de esperar a las personas.
De esperarte a ti.
Dame la capacidad de discernir la inquietud
Que siempre me coge:
Es tu voz la que me invita a desear lo nuevo.
Haz que sienta en el aire el perfume
De tu dulce presencia.
Tú, el verdadero amigo que nunca me abandona.
Tú, mi futuro soñado
Y que ya se ha convertido en realidad.
Porque tú le tienes cariño a mi existencia.
¡Ven, Señor, en mi día a día!


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