miércoles, 2 de marzo de 2016

Ya estamos a mitad de curso y es un buen momento para ver cómo van las cosas. Es momento para revisar los propósitos de inicio de curso, los compromisos planteados en ese momento.

Para los cristianos la Cuaresma se presenta como un tiempo de revisión, de reflexión con un objetivo: convertirnos a Dios, cambiar hacia las actitudes que nos hacen ser más hijos de Dios, porque vamos a celebrar la Pascua, que es la fiesta de la resurrección, de la vida nueva, de la Vida con mayúsculas, la que Dios nos ofrece.

Puede que tradicionalmente se haya puesto el acento en el sacrificio, en lo que cuesta cambiar, en la penitencia, el ayuno… pero vamos a tratar de ver la Cuaresma en positivo: un momento en el que, deteniéndonos ante el ritmo acelerado de la vida, podamos descubrir el amor de Dios, que es el único que nos puede hacer cambiar desde el fondo de nuestro ser.

Una cuaresma para dar frutos
Un árbol es bueno cuando da frutos buenos. Y para que llegue a darlos, el árbol requiere muchos cuidados.
Lo primero que hay que hacer es preparar la tierra para plantarlo; ha de estar la tierra bien regada, sin malas hierbas ni piedras que impidan a sus raíces extenderse y agarrar profundamente la tierra.
Después, es necesario tener una gran paciencia para permitirle crecer a su ritmo. También es necesario darle tiempo para reponer fuerzas, para recobrar la salud. En una palabra, hay que estar pendientes de él con un gran cuidado. Al árbol hay que darle también sus oportunidades.
Hay que podar las ramas secas para que la savia pueda llegar sin dificultad hasta las ramas más pequeñas y más alejadas del tronco.
Hay que apuntalarlo para que resista las tempestades. Si es frágil y está mal cuidado, resistirá poco y será arrancado de cuajo. HAY QUE PRESERVARLO DE LOS BICHOS QUE SE COBIJAN EN ÉL Y LE destruyen quitándole las fuerzas.
Hay que preocuparse de él en todo momento. ¡Entonces sí que será capaz de dar los frutos esperados, sabrosos y nutritivos!
Nosotros somos parecidos a los árboles. Nuestros frutos son nuestras obras y nuestras palabras. Si permanecemos plantados en la Palabra de Jesús, en su Evangelio, entonces daremos frutos -nuestras obras y palabras- en las cuales se podrá saborear la Palabra de Jesús. Si nos preocupamos de que nuestras raíces estén asentadas en Jesús; entonces nuestros frutos serán frutos de amor y no de odio.
Ésta es la historia de un viajero que fue a parar a una ciudad de Francia. El caminante se admiró de ver la cantidad de canteros, albañiles y carpinteros dedicados a la construcción de un magnífico edificio para la Iglesia. Se acercó a uno de los canteros para interesarse por su trabajo.
– “¿Podría explicarme en qué consiste su trabajo?”, le preguntó.
El hombre, molesto por la pregunta, le contestó de mala forma:
– “Estoy picando estos bloques de piedra con el marrón y el cincel, y después los estoy ensamblando tal y como se me ha indicado para hacer un muro. Estoy sudando la gota gorda y además me duele muchísimo la espalda. Y para colmo, este trabajo me aburre y me paso el día soñando con el día en que pueda dejarlo.”
Ante tal respuesta, el viajero prefirió marcharse y charlar con otro cantero.
– ¿Podría explicarme en qué consiste su trabajo?”, preguntó nuevamente.
Y el segundo cantero le contestó:
– “Pues mire usted: como tengo mujer e hijos necesito un trabajo para ganarme un sueldo. Me levanto pronto cada mañana y vengo a picar la piedra, tal y como se me ordena. Es un trabajo repetitivo, como se puede imaginar, pero gracias a él puedo alimentar a mi familia, que es lo que me importa; estoy contento con tener este trabajo.”
Más animado por esta segunda respuesta, el forastero se acercó a otro trabajador.
– “Y usted, ¿qué está haciendo?”
Y el tercer cantero, con los ojos brillantes de emoción y con el dedo índice apuntando hacia el cielo, le contestó:
– “Estoy levantando una catedral. ¡Una preciosa catedral! No podría soñar con un trabajo más hermoso al que dedicar mi esfuerzo.”

Esta historia nos viene muy bien para meditar con qué actitud debemos vivir este tiempo de Cuaresma. Podemos ver la Cuaresma como una carga sin sentido, algo obsoleto y hasta rutinario, justo como veía su trabajo el primer cantero. O por el contrario, la podemos vivir como una oportunidad que nos da la Iglesia para sentirnos mejor con nuestro compromiso cristiano, y aprovechamos el ayuno para rebajar algunos kilos de más o para dejar momentáneamente algún vicio, y nos conformamos tal y como lo hizo el segundo trabajador.
Sin embargo, la mejor actitud para vivir la Cuaresma nos la presenta el tercer cantero, nos reta a ver el sentido real del ayuno, la oración y la caridad, que es ir construyendo una vida en santidad. Viviendo desde la esperanza de la Pascua de Resurrección y haciendo posible el reino de Dios en el aquí y ahora de nuestra vida.

Te invito a que hoy, a detenerte a pensar acerca de cómo has de vivir esta Cuaresma y cuál ha de ser la meta, recordando que estamos invitados a vivir en santidad… ¿Qué ayuno realizaremos? ¿Qué tiempo dedicaremos a orar? ¿A qué personas de la comunidad podríamos visitar para llevarle alegría y esperanza o ayudarle en alguna necesidad?
Dispuestos a vivir plenamente esta Cuaresma reflexionamos sobre las BIENAVENTURANZAS CUARESMALES
Felices quienes recorren el camino cuaresmal con una sonrisa en el rostro y sienten cómo brota de su corazón un sentimiento de alegría incontenible.
Felices quienes durante el tiempo de Cuaresma, y en su vida diaria, practican el ayuno del consumismo, de los programas basura de la televisión, de las críticas, de la indiferencia.
Felices quienes intentan en la cotidianidad ir suavizando su corazón de piedra, para dar paso a la sensibilidad, la ternura, la compasión, la indignación teñida de propuestas.
Felices quienes creen que el perdón, en todos los ámbitos, es uno de los ejes centrales en la puesta en práctica del Evangelio de Jesús, para conseguir un mundo reconciliado.
Felices quienes se aíslan de tanto ruido e información vertiginosa, y hacen un espacio en el desierto de su corazón para que el silencio se transforme en soledad sonora.
Felices quienes recuerdan la promesa de su buen Padre y Madre Dios, quienes renuevan a cada momento su alianza de cercanía y presencia alentadora hacia todo el género humano.
Felices quienes cierran la puerta a los agoreros, a la tristeza y al desencanto, y abren todas las ventanas de su casa al sol de la ilusión, del encanto, de la belleza, de la solidaridad.
Felices quienes emplean sus manos, su mente, sus pies en el servicio gozoso de los demás, quienes más allá de todas las crisis, mantienen, ofrecen y practican la esperanza de la resurrección a todos los desvalidos, marginados y oprimidos del mundo. Entonces sí que habrá brotado la flor de la Pascua al final de un gozoso sendero cuaresmal.
De esta manera Jesús les dijo, Jesús nos sigue diciendo hoy:
Dichosos los pobres “de cartera y de espíritu,” los que, a pesar de que llegar a fin de mes os cueste sudor, lágrimas y demasiadas horas extras, ayunáis de vuestro ego y compartís con los demás lo poco (cartera) o lo mucho (corazón) que tenéis.
Dichosos los que tenéis hambre de justicia, de paz, de fraternidad, y sois capaces de ayunar y poner a dieta a vuestros corazones del menú tan típico de las sociedades desarrolladas: “indiferencia rebozada con conformismo,” todo ello regado con “un buen vino de apatía.”
Dichosos los que ahora lloráis a las puertas de un mundo que os da con ellas una y otra vez en las narices, y sin embargo sois capaces de ayunar de las quejas, de la venganza y, sobre todo y lo más importante, de arrojar la toalla y daros media vuelta.
Dichosos seréis cuando vuestros mismos hermanos os obliguen, un día sí y otro también, a ayunar de un trabajo digno, de una tierra habitable, de una mano amiga, y lo soportéis y lo llevéis adelante en mi nombre...
Pero ay de vosotros, los ricos, que empacháis vuestras conciencias con el único ingrediente que nunca falta en vuestras mesas: la indiferencia.
Ay de los que hacéis la digestión tumbándoos a la bartola haciendo zapping con vuestro corazón, para no ver ni sentir a vuestros hermanos más pobres, más necesitados...
Ay de los que llenáis todos los días el carrito de la compra con silencios cómplices, sonrisas crueles, conciencias adormecidas...
Y ay, cuando vuestra gente brinde por vosotros y os invite a sus suculentas mesas, no sin antes desplegaros “la alfombra de los hombres de bien” para que no os extraviéis, no sea que acabéis en “alguna tasca” donde nadie os reconozca y... ¡menudo plan! no os dejen ocupar la mesa presidencial...

Así que de vosotros depende, amigos. El menú está servido. Si al finalizar esta Cuaresma llegáis con el corazón pesaroso, no acudáis a ningún dietista; la causa no es otra que una excesiva ingesta de calorías con un alto contenido en insolidaridad, indiferencia e intolerancia. Si, por el contrario, os presentáis con un corazón 10 en solidaridad, en amor y en compromiso, alegraos y disfrutad del Menú Pascual: Cristo resucitará en cada uno de vuestros corazones y saciará, y con creces, vuestra hambre de felicidad. 

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