viernes, 28 de octubre de 2011

Viernes 28 de Octubre 2011

Ayer me aparté de la bulliciosa muchedumbre y me interné en los campos hasta una colina sobre la que la naturaleza había desplegado sus atractivas galas.
Ahora si podía respirar. Miré hacia atrás y la ciudad surgió ante mi con sus magníficos edificios y suntuosas residencias, velada por el humo de las fábricas.
Comencé a meditar en la misión del hombre, pero sólo pude sacar en conclusión que su vida se identificaba con la lucha y el sufrimiento.
Luego traté de no pensar en lo que habían hecho los hijos de Adán y me concentré en los campos que son el trono de la gloria de Dios.
En un lugar apartado pude ver un cementerio rodeado de álamos.
Allá entre la ciudad de los muertos y la ciudad de los vivos me senté a meditar.
Pensé en el eterno silencio de aquellos primeros y en la tristeza infinita de estos últimos.
En la ciudad de los vivos hallé esperanza y desesperanza, amor y odio, alegría y tristeza, riqueza y pobreza, fidelidad e infidelidad.
En la ciudad de los muertos está sepultada la tierra que en el silencio de la noche la naturaleza convierte en vegetales, luego en animales y luego en hombres.
Mientras mi alma se perdía en ese laberinto, vi un cortejo que se acercaba lenta y respetuosamente, acompañado por una música que llenaba el aire de triste melodía.
Era un suntuoso funeral. El muerto era seguido por los vivos que vertían lágrimas por su partida.
Al llegar a la sepultura, los sacerdotes comenzaron a orar y a quemar incienso, y los músicos a tocar sus instrumentos llorando al desaparecido.
Entonces los sacerdotes se adelantaron uno tras otro y recitaron sus requiens con palabras cuidadosamente escogidas.
Finalmente la multitud se alejó, dejando que el muerto descansara en la bóveda más bella y espaciosa, diseñado en mármol y bronce por manos expertas y rodeada de las más caras y elaboradas coronas de flores.
Los que habían ido a despedirlo volvieron a la ciudad y yo permanecía observándolos desde lejos, mientras hablaba en voz baja consigo mismo  el sol se hundía en el horizonte y la Naturaleza se ocupaba de los mil y un preparativos del sueño.
Entonces vi a dos hombres jadeando bajo el peso de un ataúd de madera, y detrás de ellos a una mujer pobremente vestida con un bebé en sus brazos. Tras esta última corría un perro que, con ojos descorazonadores, miró primero a la mujer y luego al ataúd.
Fue un humilde funeral. Este huésped, de la muerte dejó librados a la impasible sociedd una esposa desdichada y un bebé que compartiera sus pesares, y a un fiel perro cuyo corazón sabía la partida de su amo.
Al llegar a la sepultura depositaron el ataúd, en un pozo alejado de los cuidados pastos y los mármoles, y se alejaron después de elevar unas sencillas palabras a Dios.
El perro se volvió por última vez para mirar el sepulcro de su amigo y siguió el camino con el rabo entre las piernas, mientras el reducido grupodesaparecía tras los árboles.
Miré hacia la ciudad de los vivos y me dije; "Aquel sitio es sólo de unos pocos" Luego observé la armoniosa y callada ciudad de los muertos y me dije: También ese sitio es de unos pocos ¡Oh Señor! ¿Dónde está el cielo de todos?
Al decir esto miré hacia las nubes que se mezclaban con el dorado de los más largos y bellos rayos del sol poniente.
Escuché en mi interior una voz que me decía: ¡Allí! Tras mirar al cielo y comprender su belleza sublime entoné una plegaria, en la soledad del campo.

"Dios. ten piedad de los pobres y protégelos del invierno abrigo de sus delgados cuerpos con tus bondadosas manos;
cuida de los huérfanos que duermen en míseros hogares y sufren el hambre y el frío.

Ábrenos; oh Señor, los corazones de todos los hombres, para que puedan ver la desdicha de los pobres.

Escucha, oh Señor la llamada de las viudas desprotegidas y trémulas de miedo por sus pequeños

Ten piedad de los sufrientes que golpean a las puertas que casi nunca abren, y guía a los viajeros hacia cálidos sitios.

Cuida, oh Señor, a las aves pequeñas y protege a los árboles y a los campos de la furia de las tormentas;
porque Tú eres compasivo y brindas amor, eres puente entre este mundo y el venidero.

Eres el poeta, a quien la gente ignora en esta vida.
Y quien sólo es reconocido después de despedirme de esta tierra
y regresar a su árbol en el cielo.

Sin embargo la gente se resiste a su esplendor
¿Hasta cuando la gente permanecerá dormida?
Poeta, tú eres la vida de esta vida,
y tú has derrotado a los siglos a pesar de su crueldad

Señor, algún día gobernarás los corazones
y así tu reino no tendrá fin.
Señor, examina tu corona de espinas,
oculta en ella,  hallarás un retoño de laurel.

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