En la semana 30 del Tiempo Ordinario, la liturgia va a
ponernos frente a frente con lo más radical de la fe y con lo principal para
nuestra realización humana: unión inseparable entre el amor a Dios y el amor a
las personas.
Para Jesús, “amar al Señor tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma, con toda tu mente, y amar a tu prójimo como a ti mismo”, no
es una simple Ley nueva, ni una manera especial de sintetizarla. Sino el
criterio de autenticidad de nuestra fe y de nuestro modo de ser personas.
Jesús ha unido de modo inseparable dos mandamientos:
amor a Dios y amor al Prójimo. Y puede que sólo nos detengamos en esta unión,
dada la importancia de tal unión. Pero la originalidad de Jesús no está
simplemente en haber resumido la Ley en dos mandamientos principales. Esto sólo
serviría para hacer menos pesada la gran lista de más de 600 mandatos que
copaban la Ley. Situación que ya habían denunciado reiteradamente los Profetas.
El amor a Dios y al Prójimo, nos pone ante la gran
novedad de Jesús. Por un lado nos revela que estos dos mandamientos son la raíz
y el fundamento sobre los que puede sostenerse con verdad cualquier Ley. Y por
otro, que todo, y en particular la Ley, que definitivamente abierto a la
realidad de Dios y a la realidad del Prójimo.
Relacionarnos con Dios nos abre a una relación de
calidad con el prójimo. Y a su vez, la calidad de la relación el prójimo decide
nuestro nivel de relación con Dios.
Para Jesús, “amar al Señor tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma, con toda tu mente, y amar a tu prójimo como a ti mismo”, lo
es todo. Aquí está la fuente de donde mana la vida, la adoración, la alegría,
la disponibilidad, la sencillez, la entrega, el servicio, y en especial el
cuidado para quienes nos necesitan con más urgencia, los pobres, los enfermos,
los tristes, los desvalidos.
Amar al Señor tu Dios y a tu prójimo, quiere decir
pasión por Dios y compasión por la Humanidad. Porque Pasión-Compasión
significa: alabar la existencia desde su raíz, tomar parte en la vida con
gratitud, optar siempre por lo bueno y lo bello, vivir con el corazón de carne
y no de piedra, rechazar todo lo que niegue y excluya a cualquier hombre o
mujer.
Vengo a aprender a dar a Dios lo que es de Dios.
Señor, que todas mis intenciones, acciones y procesos
interiores, estén totalmente ordenados a cumplir tu voluntad.
Señor, que me atreva a unir mi amor a ti y mi amor a las
personas.
Amar
a Dios y al Prójimo es la Medida de nuestra Justicia.
La medida de nuestra justicia es el amor, pero no cualquier amor, sino el amor
bueno. El que salda las diferencias, que sabe acoger con sencillez y
generosidad, que tiende puentes para el encuentro, que sabe de reconciliación y
perdón. La relación de justicia con Dios nos abre a una relación de calidad con
el prójimo. Y la relación de justicia con el prójimo decide nuestro nivel de
relación con Dios.
Amar
a Dios y al Prójimo es auténtica Religión. El amor Dios y al
Prójimo lo es todo para la religión de Jesús. Porque ahí está la fuente de
donde mana la vida, la adoración, la alegría, la disponibilidad, la sencillez,
la entrega, el servicio, y en especial el cuidado hacia quienes nos necesitan
con más urgencia. Este doble e indivisible mandamiento nos abre a una religión
que se sostiene sobre la unión inseparable entre lo humano y lo divino.
Amar
a Dios y al Prójimo es Pasión-Compasión. Pasión-Compasión
significa alabar a Dios por la existencia propia y la ajena desde su raíz;
tomar parte en la vida con gratitud; optar siempre por lo bueno y lo bello;
vivir con corazón de carne y no de piedra; resistirnos a todo lo que niega y
excluye a la gente. Pasión por Dios y Compasión por la humanidad es la búsqueda
sincera de lo divino en lo humano de lo humano en lo divino.
Sean buenos. El cristiano debe ser el hombre o la mujer
de la santidad, de la fe, de la esperanza, de la alegría, de la palabra, del
silencio, del dolor. Pero debe, sobre todo, ser bueno.
Buenos en su rostro, que deberá ser distendido, sereno y
sonriente. Buenos en su mirada. Una mirada que primero sorprende y luego atrae.
Buenos en su forma de escuchar. De este modo experimentarán, una y otra vez,
la paciencia, el amor, la atención y la aceptación de las llamadas de Dios.
Buenos en sus manos. Manos que dan, que ayudan, que
enjugan las lágrimas, que estrechan la mano del pobre y del enfermo para
infundir valor, que abrazan al adversario y le inducen al acuerdo, que escriben
una hermosa carta a quién sufre, sobre todo si sufre por nuestra culpa.
Buenos en el hablar y en el juzgar. Si son jóvenes, sean
bueno con los mayores; y si son mayores, sean buenos con los jóvenes.
Sean contemplativos en la acción. Transformen su
actividad y trabajo en un medio de unión con Dios. Estén siempre abiertos y
atentos a cualquier gesto de Dios Padre y de todos sus hijos, que son hermanos
nuestros.
Toma Señor y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi
entendimiento y toda mi voluntad. Todo mi haber y mi poseer. Tú me lo diste, a
ti, Señor, lo devuelvo. Todo es tuyo. Dispón de mi según tu voluntad. Dame tu
amor y gracia que esta me basta.Una vez que amemos a Dios y
al prójimo conseguiremos la Paz de Dios.
Hay
una historia muy conocida que cuenta que una vez un rey que ofreció un gran
premio a aquel artista que pudiera, en una pintura, dibujar la paz perfecta.
Muchos artistas lo intentaron y presentaron sus obras en el palacio del rey. El
gran día había llegado. El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solo
hubieron dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas. La
primera era un lago muy tranquilo, cual un espejo perfecto, donde se reflejaban
unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre éstas se encontraba un cielo muy
azul con tenues nubes blancas. Todos quienes miraron esta pintura pensaron que
esta reflejaba la paz perfecta. La segunda pintura también tenía montañas pero
éstas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del
cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía
retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada pacifico.
Pero cuando el rey observó cuidadosamente, miró tras la cascada un delicado
arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un
nido. Allí, en medio del rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado
plácidamente un pajarito en el medio de su nido. El pueblo entero se preguntaba
que cuadro elegiría el rey. El sabio rey escogió la segunda, y explicó a la
gente la razón de su elección: Porque, explicaba el rey, Paz no significa estar
en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz
significa que a pesar de estar en medio de estas cosas permanezcamos calmados
dentro de nuestro corazón. Este es el verdadero significado de la paz.
No
importa las pruebas que estés atravesando ni cuán alto suenen los truenos
alrededor tuyo, lo oscuras que sean las nubes o si los relámpagos de la
tormenta te ciegan. Di como el salmista: ¿Por qué te abates, oh alma mía…
espera en Dios; porque aún he de alabarle. Salmos 42:5
Recuerda
que nuestro gozo y paz no dependen de las circunstancias. Nuestra mirada debe
estar puesta en Dios, quien hace posible lo imposible y que hace que todas las
circunstancias, sin importar lo adversas que parezcan, obren a nuestro favor.
Refúgiate
en Dios y permite que su paz inunde tu corazón.
Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento,
guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Filipenses
4:7
Para
terminar este momento de oración incluimos el extracto de la homilía del Papa
Francisco en Asís el 4 de Octubre de 2013 que el pasado lunes leímos con
nuestros alumnos con motivo de la Jornada del Espíritu de Asís
“¿Cuál es
la paz que Francisco acogió y vivió y nos transmite? La de Cristo, que pasa a
través del amor más grande, el de la Cruz. Es la paz que Jesús resucitado dio a
los discípulos cuando se apareció en medio de ellos.
La paz
franciscana no es un sentimiento almibarado. Por favor; ¡ese San Francisco no
existe! Y ni siquiera es una especie de
armonía panteísta con las energías del cosmos… Tampoco este es franciscano,
sino una idea que algunos han construido.
La Paz de
San Francisco es la de Cristo, y la encuentra el que “carga” con su “yugo”, es
decir su mandamiento: Amaos los unos a los otros como yo os he amado. Y este
yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con soberbia sino sólo
se puede llevar con mansedumbre y humildad de corazón.
Nos
dirigimos a ti, Francisco y te pedimos: enséñanos a ser “instrumentos de tu paz”,
de la paz que tiene su fuente en Dios, la paz que nos ha traído el Señor Jesús.
Francisco inicia el Cántico así: “Altísimo, omnipotente y buen Señor… Alabado
seas… con todas las criaturas”. El amor por toda la creación, por su armonía.
El Santo de
Asís da testimonio del respeto hacia todo lo que Dios ha creado y como El lo ha
creado, sin experimentar con la creación para destruirla, ayudarla a crecer, a
ser más hermosa y más parecida a lo que Dios ha creado.
Y sobre
todo San Francisco es testigo del respeto por todo, de que el hombre está
llamado a custodiar al hombre, de que el hombre está en el centro de la
creación, en el puesto en el que Dios – el Creador – lo ha querido, sin ser
instrumento de los ídolos que nos creamos. ¡La armonía y la paz! Francisco fue
hombre de armonía, un hombre de paz.
Desde esta
Ciudad de la paz, repito con la fuerza y la mansedumbre del amor: respetemos la
creación, no seamos instrumentos de destrucción. Respetemos todo ser humano:
que cesen los conflictos armados que ensangrientan la tierra, que callen las
armas y en todas partes el odio ceda el puesto al amor, la ofensa al perdón y
la discordia a la unión.
Escuchemos
el grito de los que lloran, sufren y mueren por la violencia, el terrorismo o la
guerra, en Tierra Santa, tan amada por San Francisco, en Siria, en todo el
Oriente Medio, en todo el mundo.
Nos dirigimos
a ti, Francisco, y te pedimos: Alcánzanos de Dios para nuestro mundo el don de
la armonía, la paz y el respeto por la creación
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