Es tiempo para que nos aseguremos a lo Bueno y para que nos desprendamos
de lo malo, de lo que nos hace daño a nosotros y a la gente que está a nuestro
alrededor, y no nos deja vivir en plenitud ni nos deja ser felices. Es tiempo
de que con la Fiel ayuda de Dios venzamos la gran enfermedad del siglo XXI: ¡la
tristeza! Es tiempo de que hagamos la bella e importante penitencia de sonreír!
Es tiempo de Vivir, y es también tiempo de morir a todo aquello que no es de
Dios.
Puede que los que están a nuestro alrededor todavía anden
con restos de purpurina, de brillos de carnaval. Pero la Buena Noticia es que
la purpurina se caerá, esos brillos artificiales dejarán de brillar, pero no se
caerá nunca el gran Amor que Dios nos tiene, y nunca dejará de brillar la
Belleza de lo Verdadero; por eso, no nos cansemos de levantar el alma hacia las
Bondades de Dios, para que experimentemos su Amor, el Brillo de su Paz, ante lo
cual cualquier mal se derrite como la nieve ante el sol, que no lo resiste; y
no nos cansemos tampoco de anunciar que Dios le Ama, con cualquiera que sea nuestro
pasado y nuestro presente; éste es el Tiempo oportuno para dejarnos Amar por
Aquél que inventó el Amor porque Él es el Amor.
Jesús nos dice, dame tu mano, yo voy a cruzar el desierto
contigo; y por si esto fuera poco, María nos dice, acude a mí, que soy guía
segura por los caminos que mi Hijo tiene para ti, dame tu otra mano, y
cruzaremos el desierto de la vida. Cruzarás el desierto en Victoria.
“Trabajad por vuestra salvación con respeto y seriedad.
Porque es Dios el que obra en vosotros haciendo que queráis y obréis movidos
por lo que a él le agrada. Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones, a fin
de que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha.” (Filipenses
2, 12b-15a)
Y realizaremos nuestro trabajo con tres herramientas
básicas: el ayuno, la limosna y la oración. Pongamos nuestra atención hoy sobre
ésta última.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Cuando
recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por
hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo
que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así: "Padre
nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día,
perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han
ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno."
Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os
perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre
perdonará vuestras culpas."
A menudo hemos experimentado la tensión siempre presente
entre la vida y la oración. Es un principio de sabiduría elemental que la
oración que no rompe en vida se desacredita a sí misma y se hace fuente de
evasión.
La pregunta es: ¿Cómo orar desde la vida concreta? ¿Cómo
orar desde nuestras más profundas contradicciones sin que ello suponga faltar a
nuestra verdad?
También es verdad que a poco que nos conozcamos sabemos que
con la excusa de una justa coherencia entre la vida y la oración, pueden
filtrarse actitudes inconfesadas de perfeccionismo y narcisismo. Digámoslo
desde el principio: la relación de amistad con el Señor no necesita personas
perfectas, sino personas veraces. No olvidemos que el protagonismo en la
relación no está en nosotros sino en Él.
Pero ¿es creíble la oración cuando hay tantas
contradicciones en nuestra vida? Las contradicciones son nuestra posibilidad y
nuestro camino normal pues ellas nos abren a su presencia. El encuentro viene
de Jesús, no de nuestra coherencia.
Siempre que hay oración sincera se opera la conversión,
pieza clave de la Cuaresma, aunque posiblemente
no a la manera de nuestros deseos, sino de los designios de Aquel que mira en
lo escondido.
La calidad de vida es criterio de discernimiento de la
oración, así que el acto de la oración hay que verlo a la luz de la vida que le
sigue y que él mismo provoca.
Jesús mismo nos advirtió en este sentido: “No todo el que
diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la
voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7,21); “Limpiáis por fuera copas y platos,
cuando por dentro estáis llenos de envidias y avaricia” (Mt 23,25)…
Francisco de Asís establece también estos criterios en la
Carta que escribe a un hermano que tiene serios problemas para llevar adelante
la vida de oración a consecuencia de los conflictos que le supone la vida
fraterna:
“Querido hermano, que el Señor te bendiga.
Te digo, como puedo, respecto al caso de tu alma, que todas
las cosas que te son obstáculo para amar al Señor Dios y quienquiera que te
ponga obstáculo, sea de los hermanos o de cualesquiera otros, aunque te azoten,
debes tenerlo por gracia. Y quiérelo así y no otra cosa. Y sea esto para ti
verdadera obediencia al Señor Dios y a mí, pues sé firmemente que ésta es
verdadera obediencia.
Y ama a los que esto te hacen. Y no quieras de ellos otra
cosa, sino lo que el Señor te dé. Y ámalos precisamente en esto, y no quieras
que sean mejores cristianos. Y sea esto para ti mejor que vivir en un
eremitorio.
Y en esto quiero conocer si amas al Señor y me amas a mí,
siervo suyo y tuyo, si procedes así: que no haya en el mundo ningún hermano
que, habiendo pecado todo lo que pudiera pecar, se aleje jamás de ti, después
de haber visto tus ojos, sin tu misericordia, si es que busca misericordia. Y,
si no busca misericordia, pregúntale tú si quiere misericordia. Y, si mil veces
volviera a pecar ante tus propios ojos, ámalo más que a mí, para atraerlo al
Señor, y ten misericordia siempre con los tales. Y, cuando puedas, comunica a
los guardianes que por tu parte estás resuelto a comportarte así.(…)” (CtaM.
1-12)
Los maestros de la oración han puesto siempre menos interés
en lo que nos sucede mientras estamos en oración que en cómo vivimos nuestra
vida cotidiana. Francisco y Clara de Asís nos preguntarían por nuestra
adaptabilidad a la vida, por nuestro humilde servicio a los demás, por nuestros
hábitos de trabajo gratuito, por nuestra capacidad para aplazar las
gratificaciones, por nuestra mirada sobre la realidad, por nuestra capacidad
para vivir desde la verdad… Por estas actitudes para conducirnos en la vida,
Francisco y Clara y otros como ellos, juzgarían nuestra vida de relación con
Dios.
Para terminar esta reflexión de hoy:
Dios y Señor nuestro, acudimos a ti, pidiéndote que nos
conviertas a ti, de todo corazón. Haznos pacientes con los que yerran el
camino; haznos delicados con los que nadie respeta; haznos sencillos con los
que son maltratados; haznos humildes con los que no tienen fuerzas.
Señor, enséñanos a orar, pues nos cansamos enseguida de
estar contigo; sin embargo, sabemos que al orar somos más entrega, tenemos más
fuerzas, amamos más todos. Haz, Señor, que seamos orantes a corazón abierto, a
pie descalzo, con entrega incondicional.
Hoy, Señor, quiero convertirme. Sé que con mis fuerzas no
puedo, pero lo quiero, deseo ardientemente cambiar de rumbo. Ir por el camino
del amor y el compromiso, en favor siempre de los desheredados de este mundo.
Sabemos, Señor, que tú caminas a nuestro lado y eres cercano
cuando la luz se apaga. Rezamos por todos y cada uno de los hombres de nuestro
planeta. Haz una tierra nueva llena de amor y paz donde tú seas siempre
encontrado en los caminos. Te buscamos Señor, te llamamos siempre, acude en
nuestra pobreza.
Sabemos, Señor, que nuestra civilización está herida de
muerte, porque se potencian muchas cosas que van contra la vida. No nos dejes
solos y tristemente desanimados. Ayúdanos a ser constructores de vida, de una
nueva civilización desde el amor a la vida en la nueva ley.
Nos dijiste, Señor, que amásemos todos, a los que nos
aborrecen. Tu amor es exigencia total, es un amor que hace bien; amas a fondo
perdido todos los enemigos. Gracias por tu ejemplo, por tu amor sin
fingimiento, porque eres bueno nos quieres llenar de tu bondad.
Ayúdanos pues Señor, a poner en marcha todas estas
reflexiones que hemos compartido en la mañana de hoy y de esta forma empezar el
camino de esta nueva cuaresma.
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