miércoles, 12 de marzo de 2014

No es otra temporada más del año, el sagrado y santo tiempo que comenzamos el pasado miércoles, es el Tiempo de Cuaresma. Tampoco es un año más. Si cada día y cada instante que vivimos es un Gran Milagro de la Fuerza del Amor de Dios, ¿cómo va a ser la Cuaresma, Tiempo de conversión a ese Dios cuyo Nombre es Amor, un tiempo más del año y de nuestra vida? ¡No! En Verdad que este Tiempo es el Tiempo. ¡Éste es nuestro Tiempo! El que Dios nos ofrece como un gran Regalo, como una oportunidad maravillosa.

Es tiempo para que nos aseguremos a lo Bueno y para que nos desprendamos de lo malo, de lo que nos hace daño a nosotros y a la gente que está a nuestro alrededor, y no nos deja vivir en plenitud ni nos deja ser felices. Es tiempo de que con la Fiel ayuda de Dios venzamos la gran enfermedad del siglo XXI: ¡la tristeza! Es tiempo de que hagamos la bella e importante penitencia de sonreír! Es tiempo de Vivir, y es también tiempo de morir a todo aquello que no es de Dios.

Puede que los que están a nuestro alrededor todavía anden con restos de purpurina, de brillos de carnaval. Pero la Buena Noticia es que la purpurina se caerá, esos brillos artificiales dejarán de brillar, pero no se caerá nunca el gran Amor que Dios nos tiene, y nunca dejará de brillar la Belleza de lo Verdadero; por eso, no nos cansemos de levantar el alma hacia las Bondades de Dios, para que experimentemos su Amor, el Brillo de su Paz, ante lo cual cualquier mal se derrite como la nieve ante el sol, que no lo resiste; y no nos cansemos tampoco de anunciar que Dios le Ama, con cualquiera que sea nuestro pasado y nuestro presente; éste es el Tiempo oportuno para dejarnos Amar por Aquél que inventó el Amor porque Él es el Amor.

Jesús nos dice, dame tu mano, yo voy a cruzar el desierto contigo; y por si esto fuera poco, María nos dice, acude a mí, que soy guía segura por los caminos que mi Hijo tiene para ti, dame tu otra mano, y cruzaremos el desierto de la vida. Cruzarás el desierto en Victoria.

“Trabajad por vuestra salvación con respeto y seriedad. Porque es Dios el que obra en vosotros haciendo que queráis y obréis movidos por lo que a él le agrada. Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones, a fin de que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha.” (Filipenses 2, 12b-15a)

Y realizaremos nuestro trabajo con tres herramientas básicas: el ayuno, la limosna y la oración. Pongamos nuestra atención hoy sobre ésta última.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así: "Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno." Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas."

A menudo hemos experimentado la tensión siempre presente entre la vida y la oración. Es un principio de sabiduría elemental que la oración que no rompe en vida se desacredita a sí misma y se hace fuente de evasión.

La pregunta es: ¿Cómo orar desde la vida concreta? ¿Cómo orar desde nuestras más profundas contradicciones sin que ello suponga faltar a nuestra verdad?

También es verdad que a poco que nos conozcamos sabemos que con la excusa de una justa coherencia entre la vida y la oración, pueden filtrarse actitudes inconfesadas de perfeccionismo y narcisismo. Digámoslo desde el principio: la relación de amistad con el Señor no necesita personas perfectas, sino personas veraces. No olvidemos que el protagonismo en la relación no está en nosotros sino en Él.

Pero ¿es creíble la oración cuando hay tantas contradicciones en nuestra vida? Las contradicciones son nuestra posibilidad y nuestro camino normal pues ellas nos abren a su presencia. El encuentro viene de Jesús, no de nuestra coherencia.

Siempre que hay oración sincera se opera la conversión, pieza clave de la Cuaresma,  aunque posiblemente no a la manera de nuestros deseos, sino de los designios de Aquel que mira en lo escondido.

La calidad de vida es criterio de discernimiento de la oración, así que el acto de la oración hay que verlo a la luz de la vida que le sigue y que él mismo provoca.

Jesús mismo nos advirtió en este sentido: “No todo el que diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7,21); “Limpiáis por fuera copas y platos, cuando por dentro estáis llenos de envidias y avaricia” (Mt 23,25)…


Francisco de Asís establece también estos criterios en la Carta que escribe a un hermano que tiene serios problemas para llevar adelante la vida de oración a consecuencia de los conflictos que le supone la vida fraterna:

“Querido hermano, que el Señor te bendiga.

Te digo, como puedo, respecto al caso de tu alma, que todas las cosas que te son obstáculo para amar al Señor Dios y quienquiera que te ponga obstáculo, sea de los hermanos o de cualesquiera otros, aunque te azoten, debes tenerlo por gracia. Y quiérelo así y no otra cosa. Y sea esto para ti verdadera obediencia al Señor Dios y a mí, pues sé firmemente que ésta es verdadera obediencia.

Y ama a los que esto te hacen. Y no quieras de ellos otra cosa, sino lo que el Señor te dé. Y ámalos precisamente en esto, y no quieras que sean mejores cristianos. Y sea esto para ti mejor que vivir en un eremitorio.

Y en esto quiero conocer si amas al Señor y me amas a mí, siervo suyo y tuyo, si procedes así: que no haya en el mundo ningún hermano que, habiendo pecado todo lo que pudiera pecar, se aleje jamás de ti, después de haber visto tus ojos, sin tu misericordia, si es que busca misericordia. Y, si no busca misericordia, pregúntale tú si quiere misericordia. Y, si mil veces volviera a pecar ante tus propios ojos, ámalo más que a mí, para atraerlo al Señor, y ten misericordia siempre con los tales. Y, cuando puedas, comunica a los guardianes que por tu parte estás resuelto a comportarte así.(…)” (CtaM. 1-12)

Los maestros de la oración han puesto siempre menos interés en lo que nos sucede mientras estamos en oración que en cómo vivimos nuestra vida cotidiana. Francisco y Clara de Asís nos preguntarían por nuestra adaptabilidad a la vida, por nuestro humilde servicio a los demás, por nuestros hábitos de trabajo gratuito, por nuestra capacidad para aplazar las gratificaciones, por nuestra mirada sobre la realidad, por nuestra capacidad para vivir desde la verdad… Por estas actitudes para conducirnos en la vida, Francisco y Clara y otros como ellos, juzgarían nuestra vida de relación con Dios.

Para terminar esta reflexión de hoy:
Dios y Señor nuestro, acudimos a ti, pidiéndote que nos conviertas a ti, de todo corazón. Haznos pacientes con los que yerran el camino; haznos delicados con los que nadie respeta; haznos sencillos con los que son maltratados; haznos humildes con los que no tienen fuerzas.
Señor, enséñanos a orar, pues nos cansamos enseguida de estar contigo; sin embargo, sabemos que al orar somos más entrega, tenemos más fuerzas, amamos más todos. Haz, Señor, que seamos orantes a corazón abierto, a pie descalzo, con entrega incondicional.
Hoy, Señor, quiero convertirme. Sé que con mis fuerzas no puedo, pero lo quiero, deseo ardientemente cambiar de rumbo. Ir por el camino del amor y el compromiso, en favor siempre de los desheredados de este mundo.
Sabemos, Señor, que tú caminas a nuestro lado y eres cercano cuando la luz se apaga. Rezamos por todos y cada uno de los hombres de nuestro planeta. Haz una tierra nueva llena de amor y paz donde tú seas siempre encontrado en los caminos. Te buscamos Señor, te llamamos siempre, acude en nuestra pobreza.
Sabemos, Señor, que nuestra civilización está herida de muerte, porque se potencian muchas cosas que van contra la vida. No nos dejes solos y tristemente desanimados. Ayúdanos a ser constructores de vida, de una nueva civilización desde el amor a la vida en la nueva ley.
Nos dijiste, Señor, que amásemos todos, a los que nos aborrecen. Tu amor es exigencia total, es un amor que hace bien; amas a fondo perdido todos los enemigos. Gracias por tu ejemplo, por tu amor sin fingimiento, porque eres bueno nos quieres llenar de tu bondad.
Ayúdanos pues Señor, a poner en marcha todas estas reflexiones que hemos compartido en la mañana de hoy y de esta forma empezar el camino de esta nueva cuaresma.

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