Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2015
“…«Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn
4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de
nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida…. Pero ocurre que cuando
estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios
Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni
las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia…”
“…«Fortalezcan sus corazones»… La Cuaresma es un tiempo
propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea
pequeño… “el sufrimiento del otro constituye un llamada a la conversión, porque
la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia
de Dios y de los hermanos”.
Al hablar de alguien...
Si tus palabras no son mejores
que tu silencio... ¡Mejor callar!
que tu silencio... ¡Mejor callar!
Si lo que vas a decir
puede doler a alguien...
¡Déjalo...! ¡Mejor callar!
puede doler a alguien...
¡Déjalo...! ¡Mejor callar!
Si lo que vas a decir
son rumores,
y no estás seguro de que
sean ciertos...
¡Olvídalo! ¡Mejor
callar!
Si vas a hacer un juicio
temerario sin tener suficientes
datos para juzgar...
¡Mejor es que te
calles!
Calumnias, mentiras, chismes...
¡No debieran salir de nuestra boca!
¡No debieran salir de nuestra boca!
A todos nos toca el crear un buen clima entre nosotros.
Todos sufrimos con los chismes. No les sigas la conversación
a los que critican y chismorrean de otros. Allá ellos.
Recuerda que todo lo que va... regresa.
Tal como juzgues serás juzgado,
y como trates serás tratado.
¡Pura experiencia de la vida!
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
REFLEXIÓN
Marcos narra el encuentro de Jesús con la gente de su
pueblo, con la que había convivido durante muchos años y que le conocía desde
niño. Va el sábado a la sinagoga, como había hecho siempre, y al empezar a
enseñar “la multitud que lo oía se `preguntaba asombrada”. Lo que más
atraía a la gente era la sabiduría de su corazón y la fuerza sanadora de sus
manos. La palabra de Jesús no era la de un doctor de la ley, la de un pensador
que explica una doctrina, sino la palabra de un sabio que comunica su
experiencia de Dios y enseña a vivir bajo el signo del amor. No es tampoco un
líder autoritario que impone su poder, sino un curador que sana la vida de las
personas y alivia su sufrimiento.
La gente de Nazaret no le acepta y neutraliza su presencia
con toda clase de preguntas, sospechas y recelos. No se dejan enseñar ni curar.
Y por eso no hizo allí “ningún milagro” porque “desconfiaban de Él”. De tal
manera que el mismo Jesús “se extrañó de su falta de fe”.
A Jesús no se le puede conocer desde fuera; hay que entrar
en contacto con Él. Como dice el Apocalipsis: “Mira que estoy a la puerta
llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y
cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).Y hay que dejar que Jesús nos
enseñe cosas tan importantes como la alegría de vivir, la compasión y la
misericordia, la voluntad de crear un mundo más justo y fraterno, la presencia
amistosa y cercana de Dios Padre. La sabiduría de Jesús nos enseña a vivir de
una forma nueva, no una doctrina. Como Él dirá en la última cena a sus
discípulos “Si yo el Señor y el Maestro he hecho esto con ustedes, también
ustedes deben lavarse los pies unos a otros… les he dado ejemplo para que
ustedes hagan lo mismo” (Jn 13, 16-18).
Experimentar la fuerza salvadora de Jesús es dejarnos curar
por Él para recuperar la libertad interior; para liberarnos de los miedos que
paralizan; para atrevernos a salir de la mediocridad o tibieza; para retomar el
camino de la santidad tal como lo vivió Jesús haciendo el bien a todos y en
especial a los más desfavorecidos y olvidados de la sociedad. Por eso Él decía
“a los pobres los tendréis siempre con
vosotros”.
Jesús sigue hoy “imponiendo las manos”, es decir, se sana
quien cree y confía en Él.
En el principio de este nuevo día, seamos cuidadosos y
sensibles ante las cosas pequeñas; tengamos pequeños detalles con nuestros compañeros
y compañeras. Con estas pequeñas cosas, seguro que la vida se nos presenta mucho mejor.
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