miércoles, 6 de abril de 2016

Jesús es el Amigo cercano que se sitúa en nuestro camino y en nuestra realidad concreta, para acompañarnos e iluminarnos como hizo con los discípulos de Emaús cuando iban desanimados  con sus esperanzas frustradas. Todos recorremos con frecuencia el camino de Emaús, desanimados y sin esperanzas. Es fácil soñar despiertos y esperar realidades ajenas a la vida concreta y real. Es fácil soñar conquistas y éxitos; pero no nos resulta fácil reconocer a Jesús cuando estamos encerrados en nuestro pequeño mundo, en sus esquemas y sueños. Pero Él, Jesús de Nazaret, sigue caminando con nosotros como con los discípulos de Emaús y nos devuelve la esperanza si nos abrimos a su persona.

Alguien dijo encontrar a Dios en la naturaleza,
y yo corrí hacia el mar, crucé campos y senderos,
miré en espigas y en flores. Todo hablaba de Dios,
de su poder, de su cuidado y esmero.
Pero no vi a Dios, no estaba allí.
Sólo sabía de Él, rumores y recuerdos.

“Pregunta a los sabios de Dios”, otros dijeron.
Busqué al místico, al teólogo y al alma;
acudí a templos y monasterios.
Escuché santas ideas, comentarios, oraciones, sentimientos...
Ellos vivían con Dios, pero yo no logré verlo.

“Dios bajó hace ya tiempo; busca en los barrios,
en la lucha del hombre por el hombre”, sugirieron.
Busca en la selva, en la cárcel, en las chabolas...”
Y sólo hallé recuerdos, recuerdos de algo que Él dijo,
de interpretaciones, de ideas y de sueños.
Pero Dios no estaba allí; se fue hace tiempo.

Entonces, desencantado, creí que no estaba en ningún sitio,
o que estaba demasiado lejos.
Y busqué en mi corazón otros asuntos.
Al mirar allí, en mi corazón, sentado entre injusticias
y entre miedos, entre dudas, rencores y esperanzas,
entre buenos y malos sentimientos,
estaba Dios sentado y esperando.

Me fui a contárselo a la gente, mi gran descubrimiento.
Y, entonces, encontré que Dios estaba en las montañas,
en las flores, en los monasterios, en los barrios,
en la cárcel, en la Iglesia, en la Biblia...
Resulta que Dios estaba en todos sitios
cuando lo había encontrado dentro.


Cuentan que un día, hace miles de años, una bellota lloró durante semanas bajo un roble anciano. Éste compadeciéndose al fin de ella, le preguntó:
 
—¿Qué te atormenta hermosa bellota? ¿Cuál es el motivo de tu aflicción?

Durante un corto espacio de tiempo contuvo su llanto, sorprendida porque aquel enorme árbol le hubiese llamado hermosa a ella, minúscula y ridícula... No, ni aunque un bosque entero la hubiera llamado hermosa, hubiera creído serlo.

—¿Cómo puedes llamarme hermosa, a mí, que soy tan pequeña que apenas alcanzo a percibir la luz del sol que tapan tus ramas?

—Creo que eres hermosa. Y me entristece que pienses que la belleza sólo se encuentra en el tamaño. ¿Tendría que llorar yo entonces contemplando la montaña? Y ya que has contestado a mi pregunta con otra, permíteme interrogarte de nuevo: ¿Acaso el lirio es menos bello que el río? ¿Crees que el estruendo de la tormenta es más hermoso que el canto del ruiseñor? La belleza se encuentra en el corazón que aprecia aquello que le rodea, indistintamente de su tamaño. Tú serás tan hermosa a mis ojos como yo quiera verte.

—Pero aun así, aunque de verdad fuera bella... ¿De qué me sirve? No valgo para nada. Dime tú, sabio roble, ¿Para qué disfrutar del viento y la luz cuando vivía en tus ramas, si ahora estoy en el suelo cubierta de un polvo que apenas me permite ver? Cuando caí con mis hermanas al menos disfrutaba de su compañía, pero vinieron los cerdos y se las comieron, esparciendo sus cáscaras alrededor de mí.

—Hija mía ¿Ni siquiera te sientes privilegiada por ello? ¿No te acuerdas cuando te acunaba en las noches serenas y te protegía con mis hojas de la lluvia... ? Yo sabía que tú eras especial, única. Te he cuidado y te he mimado porque dentro de ti se encuentra la luz fecunda que ahora desconoces. Eres mi predilecta desde que te vi nacer.

—No lo entiendo. No sé de qué me hablas. ¿Por qué he de ser especial? Mírame bien, soy una bellota menuda, rota, amarga... ¿aun así dices que soy bella y especial? La tierra intenta tirar de mí, y no sé por qué aún me resisto. ¿Cuál es la razón de mi existencia? Soy muy joven pero ya me siento morir. Todo lo que me rodea son motivos de desánimo, no encuentro razones para ser feliz. No puedo ser feliz.

—Querida bellota, te resistes inútilmente a tu destino. Te esfuerzas en vano. Cuantas más energías destines a permanecer fuera de la tierra, antes morirás.

—¿Y así intentas consolarme? Desde siempre te he admirado, tú que eres grande y robusto... incluso te he envidiado. Pero con el tiempo me he conformado con ser lo que soy. Un apéndice de ti, un trocito de madera que arrojaste al suelo para ser devorado por los animales. No he pretendido ser más que eso. Ahora veo que mi vida carece de sentido. Para morir así, hubiese preferido no vivir. Esa es la causa de mi llanto sabio roble.

—Ha llegado la hora de contarte tu gran secreto. En realidad no eres un apéndice de mí, un estorbo inútil en mis ramas, ni tampoco comida para los animales. Eres un roble, disfrazado con la pequeñez que hace humilde al bueno y soberbio al que se deja llevar por el mal. Pero para convertirte en un roble como yo, debes morir primero. En tu alma llevas la impronta de mi ser, la potencialidad que te convertirá en árbol. Te pudrirás y el roble que llevas en tu interior te desgarrará la piel, dividirá tu corazón de semilla. La transformación es dolorosa. Pero te aseguro que es la única puerta a la felicidad. No creas que ese dolor es gratuito.

En ese momento la semilla se inundó de una paz y una alegría intensa. Su lamento se trocó en canto de esperanza, y dejó que la madre tierra, poco a poco, la acogiera en su seno, soñando con convertirse en un hermoso roble.

Pasaron los años, y el roble joven disfrutaba de la incipiente primavera. Una pequeña oruga trepó trabajosamente por su tronco y se detuvo en una rama. Comenzó a expulsar seda por su boca y a encerrarse en una crisálida. Con voz triste y cortés dijo:

—Permíteme que me aloje aquí, será sólo por unos días. Creo que se acerca el fin del mundo. Me parece que voy a morir pronto. No te preocupes por la seda, el viento la arrancará cuando yo sólo sea polvo.

Apenas transcurrida una hora, la oruga rompió a llorar.

—Hermosa oruga –dijo el joven árbol- ¿Por qué lloras?

—¿Hermosa dices? Déjame en paz; ¿Y no te he dicho que voy a morir? ¿No te basta así que además tienes que atormentarme con tu ironía? Ya llega el fin del mundo...

El velo de la noche lo cubrió todo. La oruga, cansada de llorar se durmió. El árbol inclinó su rama, protegiéndola del viento, y susurrando murmuró:

—Querida oruga, aquello que tú llamas el fin del mundo, el resto del mundo lo llamará... MARIPOSA.

Señor, desde nuestra búsqueda, desde nuestra ignorancia,
desde nuestras dudas, venimos ante ti.
Acéptalas como nuestra ofrenda de hoy, la única que podemos hacerte,
la única que sabemos.
Te manifestamos nuestro deseo de encontrarte,
nuestra voluntad de buscarte. Ayúdanos,
ven en socorro de nuestra debilidad y de nuestra ignorancia.
sabemos, Señor, que estás empeñado en encontrarnos,
en que te encontremos. Condúcenos Tú hasta que seas la experiencia
más viva de nuestro corazón.


Enséñanos Señor a Vivir como semilla    

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