miércoles, 27 de abril de 2016

 
TOLERANCIA

Enero 1110. Toledo. La ciudad de Toledo da un ejemplo de tolerancia y respeto cultural al mundo entero con la creación y mantenimiento de su Escuela de Traductores. Este ejemplo perdurará para siempre.

En la ciudad de Toledo se produce un hecho nuevo en la historia de la humanidad. Consiste en la unión de tres razas y culturas, con frecuencia adversarias y en guerra entre ellas, para defender y difundir el patrimonio cultural de la humanidad.

Sabios y filósofos judíos, cristianos y árabes comparten desde hace breve tiempo la tarea de conservar y traducir las obras clásicas de la antigüedad. Sus trabajos se centran en divulgar la obra del filósofo Aristóteles, maestro de la filosofía griega del que no se habla desde hace casi seiscientos años.

Gracias a este esfuerzo común de los sabios de la Escuela de Traductores de Toledo, que no reparan en diferencias étnicas ni religiosas, se están salvando multitud de obras clásicas de las que tan sólo se conserva un ejemplar, y que de no ser por ellos se perderían para siempre.

Entre los grandes maestros que allí trabajan hay que citar a: Al-Farabí, Averroes, Avicena, Juan de España, Miguel Scoto... Nombres que la humanidad debe recordar no sólo como modelo de ciencia, sino también como ejemplo de respeto entre razas y culturas.

Nuestra sociedad actual favorece una cultura en la que hay un nuevo intercambio étnico entre pueblos del Norte y Sur. En lugar de desconfiar y desacreditarnos, hay que volver la mirada a ejemplos de respeto como el que nos ofrece la Escuela de Traductores de Toledo.



Vivir a corazón abierto - ¿De quién es partidario mi corazón?

«Donde está tu tesoro allí está tu corazón» (Mt 6, 23)
De vez en cuando conviene volver a hacerse esa pregunta.
¿Dónde pongo las expectativas, los anhelos, las ilusiones? Si es en un espejo o es en el dinero, o en la comodidad o la diversión. O en los aplausos, o el éxito. O en algunos nombres. O en la fe. Y la justicia. Y la gente.
Es importante saber qué es lo que me llena, lo que me inquieta, lo que me ocupa y me preocupa, a lo que le doy la oportunidad de quitarme la tranquilidad. Porque ahí es donde estoy viviendo con más implicación.
¿Dónde está hoy tu corazón?   
El valor de las palabras 
Parece mentira, todo lo que pueden llegar a hacer. Cómo acunan o cómo golpean. Cómo hieren o cómo acarician y sanan. Sinceras o falsas, pensadas o espontáneas… son uno de nuestros mayores tesoros. Las decimos, las escribimos, las leemos y compartimos. Aprendemos con las palabras prestadas de otros, y quizás también nosotros llegamos a decir algo que merezca la pena… para alguien. Hablamos, y en el hablar y en la escucha, a veces, nos encontramos… Jesús es Palabra de Dios. Palabra auténtica, de amor y pasión por nosotros. ¿Y yo? ¿Qué palabra soy?
Mejor callar
Hay palabras que es mejor no decir.
Porque no hacen falta.
Porque juzgan sin intentar comprender.
Porque son falsas.
Palabras de maledicencia o de crítica injusta, de chismorreo y de condena.
Palabras innecesarias, o cháchara para llenar silencios que asustan.
Palabras de burla que ignoran el dolor del débil.
Palabras que apuñalan por la espalda.
Es mejor callar aquello en lo que sabemos que no estamos siendo honestos, o aquello que no diríamos en persona.
Aquello que levanta muros y genera desconfianzas y fracturas.
Es mejor callar lo que envenena los sueños y marchita las vidas. ¿Qué palabras están de más en tu hablar?
¿Qué sería mejor callar?
               El amor verdadero no se pesa
«Dad y os darán: recibiréis una medida generosa, apretada, remecida y rebosante» (Lc 7, 38)

               Decía Calderón de la Barca: «Que cuando amor no es locura no es amor».
               Y es que dar paso a la lógica divina del amor es una locura para cualquiera. Cuando leemos el evangelio con el corazón nos damos cuenta de que el amor de Dios no es cicatero. No se puede calcular. Ni se mide ni se pesa. La medida de la generosidad de Dios es tan desconcertante, abundante y tan difícil de imaginar como las estrellas del universo; tan difícil de medir como los granos de arena de una playa; tan sin fin como las gotas de un inmenso océano.
               Así, en el evangelio, el padre misericordioso no calculó el amor con el hijo pródigo. Lo derrochó. Y el que contrató a los jornaleros de la última hora y les dio el mismo salario que al resto, no reservó su extrema generosidad.

               Cuando somos capaces de liberarnos de las cadenas de una deuda y abandonamos nuestros precisos cálculos, permitimos que en nuestra vida entre un Amor que solo puede crecer. Siempre es más y no sabe de números. Tiende a infinito y brota a borbotones. 

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